Carta a Su Eminencia el obispo XXX
para la inauguración de la Conferencia Sacerdotal en agosto de 2007
Eberhard Heller
Excelentísimo obispo XXX,
adjuntos le mando los artículos deseados, en los que me ocupo de los últimos acontecimientos y hago balance intermedio de la situación global de la Iglesia desde la toma de cargo de Ratzinger. Le ruego que las explicaciones que siguen las exponga ante el gremio reunido. Son una expresión de mi preocupación por el hecho de que nuestra resistencia se paralice cuando entre en vigor el último Motuproprio con el que Ratzinger da luz verde para volver a autorizar la misa antigua (en la versión de 1962). ¿Por qué? Porque nuestros esfuerzos se han limitado en amplia medida y a nivel mundial a concentrarse al cuidado y la celebración de la misa tridentina. Con ello se reprimió la restitución eclesiástica, ¡y eso tras 40 años de destrucción! Esta situación se da tanto en Europa como en América, pero también en México. Pues bien, si ahora vuelve a autorizarse oficialmente la misa antigua, entonces las llamadas iglesias en las catacumbas de los tradicionalistas –con esto estoy designando a personas que reducen la lucha eclesiástica a un litigio por el rito– se han vuelto superfluas.
Ya sólo las consecuencias internas que estén vinculadas con la celebración de la Santa Misa fuera del espacio oficioso de la Iglesia conciliar tendrían que haber llevado a confesarse que la misa sólo puede celebrarse dentro de la Iglesia, es decir, en tanto que encomendada por ella. Pero eso vale también para la administración de los demás sacramentos, y vale igualmente tanto para el trabajo pastoral como para la proclamación del evangelio y la catequesis. Puesto que las estructuras de la Iglesia estaban destruidas y la silla de Pedro está vacante, en primer lugar se tendría que haber trabajado por la reconstrucción de la Iglesia, por su restitución como institución de salvación, para, entre otras cosas, poder celebrar legítimamente la Santa Misa. Cuando esto no sucede, la resistencia se degrada ipso facto a sectarismo… y a ello se ha llegado entre tanto en la mayor medida.
Esta situación ya la habíamos discutido del todo a fines de febrero en nuestro encuentro en Hermosillo, al hilo de la Declaración que redactamos Su Excelencia el padre Krier, el Sr. Jerrentrup y yo. De ella quiero citar ahora los pasajes pertinentes:
“Con la apostasía de la jerarquía tras el Vaticano II, que el Monseñor Thuc documentó en su „Declaratio“, la Iglesia como institución visible de salvación se ha desmembrado gravemente. Ya no existe una „comunidad visible de todos los creyentes“, aun cuando por todo el mundo sigue habiendo comunidades y grupos que profesan la verdadera fe. Pero Cristo fundó la Iglesia como institución de salvación –y no sólo como mera comunidad de fe– para custodiar de modo garantizado la transmisión infalseada de su doctrina y sus medios de salvación. Por consiguiente, la reconstrucción de la Iglesia como institución de salvación es exigida por la voluntad de su fundador divino. […] Pero aquí surge un dilema. Por un lado falta por ahora la jurisdicción eclesiástica necesaria para el cumplimiento de estas tareas, puesto que la jerarquía ha apostasiado, mientras que por otro lado el cumplimiento de estas tareas es el presupuesto necesario justamente para el restablecimiento de esta autoridad eclesiástica. Pero el restablecimiento de la autoridad eclesiástica es exigido por la voluntad de salvación de Cristo. En mi opinión, el dilema sólo puede resolverse si todas las actividades precedentes quedan bajo la reserva de una legitimación posterior y definitiva a cargo de la jerarquía restablecida. Con ello, la celebración de la misa y la administración de los sacramentos, por ejemplo, entre tanto sólo pueden justificarse si se consideran bajo el aspecto de la restitución global de la Iglesia como institución de salvación y se someten al enjuiciamiento posterior a cargo de la autoridad restablecida y legítima. La administración y la recepción de los sacramentos (incluyendo la celebración y la asistencia a la Santa Misa), al margen de su validez sacramental, no estarían por tanto autorizadas si se realizaran sin referencia a esta justificación que es la única posible.”
En Europa no hay ni un único sacerdote que se haya esforzado por la reconstrucción de la Iglesia en el sentido antes esbozado, lo que ha tenido como consecuencia que la resistencia sólo la hayan llevado personas concretas, al margen de la comunidad que el Dr. Klominsky ha organizado en Marienbad, en la República Checa. Aquí vivimos en la más profunda diáspora. También los laicos han fracasado en amplia medida, pues en la mayoría de los casos lo único que les importa es la satisfacción de su egoísmo de salvación, con lo que también se solicitan los servicios de sectaristas y clérigos vagantes palmarios. La misma imagen podría darse también en América, pues justamente el obispo Pivarunas se negó expresamente en el año 2000 a tomar parte en la restitución de la Iglesia como institución de salvación. (De los otros obispos, o mejor dicho, “obispos”, Dolan y Sanborn, prefiero no hablar mientras no se esfuercen por la salvación de sus consagraciones.) En México, donde, por cuanto yo sé, hay todavía grupos católicos relativamente fuertes, la reconstrucción de la Iglesia fue reprimida también en favor de asuntos pastorales, como usted mismo me confirmó expresamente en su última visita. ¿Qué resulta de aquí para la resistencia? Cosecharemos lo que hemos sembrado: un desastre total. Próximamente resultará quizá la situación de que la llamada misa antigua la leerán sacerdotes bienintencionados y conscientes de la tradición, pero que fueron ordenados inválidamente sin saberlo –los ritos consagratorios introducidos por obligación desde 1969 son por sí mismos inválidos–, y que por tanto son en realidad laicos.
¿Qué hay que hacer?
1. Aclarar que la misa tridentina sólo puede leerse en el espacio de la Iglesia y por encomendación suya (per mandatum), y que vivimos en una situación eclesiástica provisional que hay que terminar con las medidas enumeradas en la nueva Declaración. Esto exige llevar rápidamente a cabo la restitución de la Iglesia como institución de salvación. La Iglesia es una societas perfecta. Si se piensa por ejemplo que la silla de Pedro está vacante, entonces la lógica interna exige que esta silla vuelva a ser ocupada. 2. Aclarar que nuestro asunto no hay que tratarlo bajo el aspecto de un litigio por el rito –como hacen los econistas–, sino que atañe al estado global de la Iglesia, en lo que está implicado el problema de la Santa Misa. 3. Aclarar que los nuevos ritos consagratorios (ordenaciones de sacerdotes y obispos) que están en vigor desde 1969, son inválidos, es decir, que la Iglesia conciliar ya ha perdido en amplica medida su sucesión apostólica. 4. De la coordinación y realización de todos los puntos enumerados del programa, tendría que encargarse un obispo que teológicamente esté en situación de abarcar con un vistazo la problemática global. 5. Como nuestros clérigos minusvaloran en amplia medida la peligrosidad teológica de Ratzinger –pero no sólo de él–, los sacerdotes y los obispos, en la medida en que se lo permita su trabajo, deberían ocuparse del estudio de la filosofía moderna, es decir, a partir de Descartes y de Kant, para entender y refutar los planteamientos de la teología moderna, que en parte se basan en la filosofía –por ejemplo, Ratzinger se basa en conceptos filosóficos de Hegel–. Sería indicio de estupidez y absoluta estulticia si uno creyera que puede evitarse estos esfuerzos.
Si se abordan todas las tareas enumeradas, con la fuerte asistencia del Espíritu Santo queda aún una pequeña oportunidad de realizar lo que los padres de la resistencia y Monseñor Ngô-dinh-Thuc y el obispo Carmona tenían en mente: la conservación de la fe cristiana y de la Iglesia que Cristo fundó para nuestra salvación, y que es custodia de la unidad, de la santidad, de catolicidad y de la apostolicidad.
En este sentido deseo mucho éxito a su conferencia, Excelencia.
Saludos respetuosos,
Eberhard Heller
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