“Y seréis como Dios” (Gn. 3, 5) Se ha alcanzado el punto final
Eberhard Heller trad. Alberto Ciria
Merece la pena leer varias veces aquellos pasajes del Génesis que tratan del mandato de Dios y de la tentación de la serpiente. El dramatismo en que ahí se ven puestos Adán y Eva recorre todo el género humano. Por una parte, Dios emite la prohibición de comer “del árbol del conocimiento del bien y del mal” (Gn. 2, 17), pues si lo hacen morirán; por otro lado, la serpiente, “que era más astuta que todos los demás animales” (Gn. 3, 1), presentando a Dios como un mentiroso, les promete que “no morirán”, sino que serán “como Dios” (Gn. 3, 5). Ante la desobediencia a Dios, se les pone en vista la igualdad a Dios, por la que finalmente Eva y Adán son seducidos. ¡Y no sólo Adán y Eva sucumben a esta hybris! Este “no” del hombre frente a la voluntad de Dios recorre toda la historia de la humanidad. ¡Con qué frecuencia los hombres han sucumbido a la tentación de “ser como Dios”, de modo que, para volver a llevarlos a la alianza con Dios, fue necesario el sacrificio sangriento de Cristo en la cruz! A partir de entonces pudo volver a escribirse de nuevo la historia de la salvación, sin no obstante perder sus polos dramáticos de obediencia y desobediencia, de humildad y orgullo. Pues la oferta de salvación de Dios es sólo una oferta de la que sólo se apropia y se quiere apropiar libremente el hombre humilde. Recuerdo el intento de Ario de denegarle a Cristo su igualdad a Dios, para ver en él sólo al mero hombre, a cuyos mandamientos se les arrebataría así su carácter absoluto. Para nuestra época, que existe más que claramente en esta tensión entre salvación y condenación, que sufre por ella, que parece perecer a causa de ella, fue codeterminante la decisión a fines del siglo XVIII de un grupo, inicialmente pequeño, de rechazar por principio la revelación de Dios y su institución de salvación, la Iglesia, y de combatirlos con todos los medios. Me refiero a la orden de los iluminados, fundada por Adam Weishaupt en 1776. Sus ideas de un mundo sin Dios nos afectan de un modo que la mayoría de nosotros ya no percibe con claridad, no pudiendo tampoco captar a fondo este entrelazamiento…. Y los que podrían hacerlo, se cierran. Los menos saben, por ejemplo, que las ideas revolucionarias de Weishaupt hallaron entrada en los documentos del Vaticano II. Aquellos documentos que presuntamente fueron redactados para reformar la vida de la Iglesia, están inspirados por los fines claros de la destrucción (interna) de la fundación de la Iglesia por Cristo. (Nota bene: me he ocupado muchas veces –en parte también por motivos de trabajo– de si y de qué modo estas ideas pudieron encontrar entrada primero en las cabezas de los protagnostias del Concilio, para luego ser fijadas en los documentos: por vía de una nueva creación ideal, mediante el redescubrimiento literario o mediante una tradición viviente desde Adam Weishaupt, es decir, mediante la propagación de estas ideas en una liga secreta, o sea, la propagación de estas ideas en una cadena ininterrumpida de relaciones interpersonales. Sin poder aclarar del todo históricamente esta cuestión –para ello me ha faltado hasta ahora tiempo–, tiendo a suponer que la revolución contra Dios y contra su exigencia de carácter absoluto fue transmitida al Vaticano II a través de una tradición viva de las ideas destructoras. Pienso también en la “avería” de Rampolla, que siendo masón fue tratado ya en 1903 como papable.) Hace más de 23 años hice balance de esto en un artículo aparecido en esta revista (EINSICHT, año 12, No. 6 de marzo de 1983, pp. 194 ss.):
“¿Dónde estamos?” Quiero repetir nuevamente el resultado de este resumen, que tenía por base los rasgos distintivos de la Iglesia –unidad, santidad, catolicidad, apostolicidad– como criterio de valoración: Apliquemos ahora los criterios que hemos explicado a) por un lado a la situación actual de la llamada „Iglesia“ reformista, b) y por otro a la propia situación eclesiástica. a) La „Iglesia“ reformista no tiene ni unidad, ni santidad, ni catolicidad, y está a punto de perder la sucesión apostólica: es una pseudo-“Iglesia“, una mera secta, bien que con una organización rígida, una estructura jurídica y un influjo dominante sobre la vida pública... y una cohorte de pseudoortodoxos de cuño lefebvriano. Piénsese una vez más en lo que pretenden los econistas, al margen de sus intenciones subjetivas: sometimiento a una secta y coexistencia con la herejía y la apostasía, con lo que a este nivel están practicando el mismo ecumenismo que reprochan a Montini y a Wojtyla. b) ¿Pero dónde estamos nosotros? Con esto retornamos por fin a nuestra pregunta. Si se prescinde por un momento del estado desolado por cuanto concierne a la autosantificación de la comunidad eclesiástica y a una catolicidad externa que se va desvaneciendo, el problema principal en nuestra situación actual sigue siendo reconquistar la unidad como comunidad de fe estructurada jerárquicamente. Esto significa el cumplimiento de las siguientes tareas: destituir al „Papa haereticus“, condenar las herejías y a los herejes, elegir un nuevo Papa, reconstruir la jerarquía y que la Iglesia se autoafirme como comunidad eclesiástica jurídica y visible que presente la alteza y la excelsitud de la revelación divina. Por cuanto respecta a la autoafirmación como Iglesia de los grupos en el subsuelo religioso, acerca del lamentable comportamiento en particular de clérigos tradicionalistas hay que hacer una indicación: quien quiera saber si un sacerdote se confiesa perteneciente a la Iglesia verdadera, que cuando se de la ocasión le pida que expida un certificado sellado de matrimonio y que celebre el matrimonio, o que se intente recibir un certificado de bautizo junto con el bautizo, pero en este orden: certificado sellado y luego el sacramento. El resultado sorprenderá seguramente sólo al inexperto: la mayor parte de las veces todo falla ya con el „sello“. Estos clérigos remiten a la „Iglesia“ reformista para que uno reciba sacramentos inválidos o dudosos, o en todo caso invitan al sacrilegio, porque la secta reformista (todavía) tiene el „sello“. Se podría objetar: hasta ahora hemos tenido que renunciar a la organización jerárquica y constituida jerárquicamente (léase „sello“); también en el futuro podemos seguir renunciando a ella, puesto que tenemos los sacramentos, la fe y la sucesión. A ello respondo: ¡No podemos renunciar a eso! Al margen de que se perdería la catolicidad externa, la administración de los medios de salvación Cristo la ha transmitido a Su IGLESIA, que tiene que hacerlo en el modo que EL ha ordenado. Cristo ha creado SU IGLESIA como institución sagrada, y no sólo como una comunidad confesional que se caracterice porque todos sostienen las mismas opiniones (teóricas) sin constituir una auténtica comunidad de vida (como por ejemplo los protestantes). Esta institución ha sido creada como una, y no como una pluralidad de sectas. Si se renuncia a la restitución de la Iglesia como organismo estructurado jerárquicamente, a causa de intenciones sectaristas se pierden los poderes plenos para administrar y recibir legítimamente sus medios de salvación, los sacramentos. Aparte de esto hay además otros puntos muy decisivos. Ya se dijo al principio que el garante para la unidad en la fe es la unidad de la comunidad eclesiástica con su cabeza, el Papa. Sin un ministerio doctrinal supremo que sea vinculante en sus decisiones dogmáticas, la unidad de la fe está en peligro. Pues en el futuro aparecerán seguramente nuevos problemas que tendrán que resolverse desde la fe. ¿Quién nos da una respuesta autorizada (por Cristo)? Sin una verdadera autoridad existe el peligro, obviado por la mayoría, de derivar hacia un protestantismo involuntario. Un problema a propósito del cual resalta del modo más claro la falta de jerarquía es la tan citada desunión y división entre los tradicionalistas. Al margen de las organizaciones que trabajan solapadamente para engancharse a Roma (Ecône) o para desmembrar los grupos de la oposición –con las que jamás podrá haber unión– y de diferencias personales, la unidad que falta tiene su causa en la jerarquía (todavía) no (re-)construida. En el futuro tenemos que orientar nuestra atención al restablecimiento de la unidad jerárquica de la Iglesia que hay que alcanzar bajo la guía pastoral de los sacerdotes y obispos. La cuestión de quién pertenecerá a la Iglesia verdadera lo decidirá lo que cada uno quiera aportar para esta unidad, o bien para su construcción, que también puede hacerse en etapas. ¡Ya no basta con el mero rechazo de los llamados „N.O.M.“, Wojtyla y Lefebvre! ¿Dónde estamos ahora? EN LA ENCRUCIJADA ENTRE EL SECTARISMO Y LA IGLESIA VERDADERA.”
Hasta aquí la descripción de la situación que hice en aquel momento. Este resultado no sólo no ha perdido nada de su horror, sino que, en cierto sentido, la situación todavía ha empeorado dramáticamente… de un modo que hoy afecta inmediatamente a la existencia religioso-eclesiástica de cada creyente. En Ratzinger/Benedicto XVI tenemos no sólo a un sucesor de Juan Pablo II que sostiene igualmente sus ideas sincréticas de un Dios único al que judíos, cristianos y musulmanes adoran y veneran del mismo modo. (El 16 de marzo de 2006, por ejemplo, Joseph Ratzinger dio una alocución con motivo de la recepción de una delegación del “American Jewish Committee” en el Vaticano -zenit. Org 16.03.06-). Eso indica que su posición como supuesto Papa la utiliza con fines de un hermanamiento mundial de inspiración masona. Entre otras dijo: “El judaísmo, el cristianismo y el Islam creen en el Dios único, creador del cielo y de la tierra. De ahí se sigue que las tres religiones monoteístas trabajan conjuntamente para el bien común de la humanidad, sirviendo al asunto de la justicia y de la paz en el mundo.”) Ratzinger prosigue este curso y considera una urgencia especial de la época actual proseguir el proceso iniciado de un hermanamiento comprendido de este modo: “Eso es importante justamente hoy, cuando hay que prestar una atención especial a enseñar el respeto a Dios, a las religiones y a sus símbolos, así como a los lugares sagrados y a los sitios de culto. Los dirigentes religiosos tienen la responsabilidad de trabajar para la reconciliación mediante un diálogo sincero y mediante actos de solidaridad humana.” Esta manifestación del ideal masón de la igual validez y la indiferencia de las religiones en una persona en la cátedra de Pedro, fue el fin declarado de la lucha cultural dirigida por los masones en 1870 en Italia: “Lo que buscamos y lo que tenemos que aguardar, como los judíos a su Mesías, es un Papa conforme a nuestras necesidades.” (Cfr. el fragmento de Pachtler, G. M., S. J.: “Der stille Krieg gegen Thron und Altar”, en EINSICHT, año 36, No. 7, diciembre 2006, pp. 233-239.) Con la equiparación de las religiones no sólo se destruye el cristianismo según el método de que todas las religiones son igualmente válidas, luego también indiferentes, sino que también se destruye el fundamento de toda religión. ¿Pues qué significa “igual validez”? No otra cosa sino lo que Sartre formula a propósito de los valores: el hombre necesita una idea absoluta, pero cuál haya de escoger, queda a su arbitrio, es decir, en último término el hombre se crea a su Dios. Pero Ratzinger no sólo prosigue la obra de su predecesor, sino que ha creado un clima de cultura intelectual que hace enmudecer a todos los críticos, entremezclando refinadamente elementos de la tradición y de la revolución, según la tesis hegeliana: “Pero el absoluto mismo es por tanto la identidad de la identidad y de la no-identidad; oponer y ser uno son simultáneos en él.” (Differenz des Fichte’schen und Schelling’schen Systems der Philosophie, Hamburgo 1962, p. 77). Es decir: A = A y al mismo tiempo –A. ¿Cómo encuentra esta tesis aplicación en las actividades de Ratzinger? Aquí un proceso ya aducido: la Declaración sobre la justificación, firmada en 1999 por representantes de la Iglesia conciliar y por luteranos, según declaración de los protestantes que tomaron parte en las negociaciones, fue formulada de forma determinante por Ratzinger: una declaración que incluso contradice literalmente los decretos anatomizados del Concilio de Trento. Ratzinger se distancio de esta Declaración a la hora de firmarla… para luego dejarla pasar como prefecto de la Congregación de fe. Para firmualr este proceso en un esquema lógico: A = (también) –A, pero este –A = (también) –(-A), sin olvidar que A = A, pero sin confirmar que este –(-A) = A. Entre tanto se acumulan las informaciones –por ejemplo en el WELT del 16 de octubre de 2006 y en la “Carta parroquial para Steffenshausen”– según las cuales Ratzinger/Benedicto XVI debió haber firmado ya en septiembre un decreto que inicialmente debía publicarse en noviembre, pero cuya publicación podría haberse retrasado a causa de la resistencia por parte del episcopado alemán y francés, y merced al cual debía volver a autorizarse la “vieja misa”, en la versión de 1962 (promulgada por Juan XXIII), como “rito extraordinario”, junto al N.O.M., que sería el “rito ordinario”. La llamada prensa católica lo ve así, bajo el título “Objetivo deseado: reconciliación. En el Vaticano circulan informes sobre un documento que debe facilitar la celebración de la vieja misa”: “Parece ser que el Papa Benedicto XVI quiere acabar con las desavenencias que ha habido hasta hoy. Según fuentes vaticanas, en el escrito subraya también el principio de que en la Iglesia latina hay un único rito litúrgico, que sin embargo tiene dos formas: el rito ordinario (Novus ordo), que se celebra habitualmente en las lenguas vernáculas, y el rito extraordinario (antiguo). Ambas formas serían igual de válidas, dice el texto. Se anima a los obispos a que se apliquen al libre uso de ambas formas. En Roma se especula por el momento sobre que el Papa podría publicar el escrito quizá ya en noviembre, al mismo tiempo que la exhortación apostólica post-sinodal con la que concluye el sínodo eucarístico.” (Extracto de un artículo del “Correo diario” del 14 de octubre de 2006, citado según la “Hoja informativa” de la Hermandad Sacerdotal San Pío X de noviembre de 2006.) ¡Y de nuevo está funcionando la dialéctica de Ratzinger! Diciéndolo claramente: un rito con dos formas –una válida y una inválida– significa la indiferencia masona de lo verdadero y lo falso. Es decir, en su formulación lógica: A = A y –A a la vez. Con ello se habría cumplido finalmente el deseo de M. Lefebvre, quien, junto con de Saventhem, había solicitado a Pablo VI la “coexistencia pacífica de los ritos preconciliar y postconciliar”. Los econistas podrían considerar esta autorización como triunfo y como consecuencia de su “ramo de flores para el Papa”, que constaba de “un millón de rosarios” (cfr. la carta del superior general Fellay del 16 de julio de 2006 en la “Hoja informativa” de septiembre de 2006). En realidad, el caos podría hacerse aún mayor: junto con el N.O.M. inválido, un rito válido en iglesias profanadas… ¿y quién consagra, o “consagra”, la custodia? Es verdad que Lefebvre nunca dijo que la llamada “nueva misa” es inválida. Durante una visita a Múnich en invierno de 1973, cuando se le preguntó acerca de la falsificación de las palabras consagratorias, dijo que bastaba con que el sacerdote dijera: “éste es mi cuerpo”, “ésta es mi sangre”, de modo que añadir “para todos” no modificaría nada (la misma posición defendió también el Dr. Gamber). Cuando uno de los participantes de la mesa redonda le preguntó si la transubstanciación se realizaría aunque el sacerdote hiciera el sacrificio del cáliz diciendo: “Ésta es mi sangre, que es derramada por el diablo”, Lefebvre defendió la concepción de que también entonces se realizaría la transubstanciación, tras lo cual, el mencionado participante, abandonó repugnado la mesa redonda. Pero el propio Econe no sólo quiere empeorar el caos con la “coexistencia pacífica de los ritos preconciliar y postconciliar”, sino que pone en marcha una acción propia. A estos tradicionalistas a quienes jamás importó una aclaración seria y dogmáticamente relevante de las reformas postconciliares, sino sólo batirse en una disputa de ritos, en el marco de una acción hecha a lo grande, les han escrito entre tanto sus “hermanos en el ministerio” –que es como se mienta a los modernos servidores de la religión de la Iglesia conciliar– (cfr. por ejemplo el anuncio de toda una página en el “Kirchliche Umschau”, No. 9 de septiembre de 2006), para presentarles en un DVD la llamada “vieja misa”, con las explicaciones teológicas correspondientes, con el fin de ganarse a estos hermanos para su celebración según la autorización oficial de la “vieja misa” (de 1962). Parece que entre tanto son más de 1000 “sacerdotes” los que hacen uso de esta oferta. ¿No es esto un motivo de alegría? Llegados a este punto, me acordé de la “Introducción” a la Declaratio de Monseñor Ngô-dinh-Thuc, que él promulgó en 1982: “¿Cómo se presenta a nuestros ojos la Iglesia católica del presente? En Roma gobierna el “Papa” Juan Pablo II. […] Fuera de Roma, la Iglesia católica parece florecer. […] Cada día se celebra la misa en tantas iglesias, y los domingos acogen las iglesias numerosos creyentes que asisten a misa y reciben la comunión. ¿Pero cómo aparece la Iglesia actual a los ojos de Dios?” Sí, ¿cómo aparece esta acción a los ojos de Dios? Supongamos que los susodichos tienen interés en la vieja liturgia, que quizá haya incluso hombres jóvenes que descubran la especial espiritualidad de este rito y que estén dispuestos a utilizarlo… Llegados hasta aquí, hay que preguntarse llanamente quiénes son los susodichos “hermanos”, qué presupuestos cumplen para la celebración. Incluso M. Lefebvre –gravado él mismo con la mácula de Lienart– dudaba de la validez de los nuevos ritos de consagración, que desde el 15 de agosto de 1968 entraron en vigor en la Iglesia conciliar, de modo que consagró posteriormente sub conditione a algunos clérigos modernistas que se habían pasado a las filas de los econistas, como por ejemplo el Abbé Reiling, conocido como P. Seraphim. Como resultado de nuestras investigaciones teológicas (cfr. sobre ello los tratados de Dryden, Graus, Wendland y Howson en EINSICHT, por ejemplo en el cuaderno 2 de julio de 1986 y en el cuaderno 6 de abril de 1987), los nuevos ritos de consagración no transfieren ni poderes plenos sacerdotales ni poderes plenos episcopales. Eso significaría que, próximamente, no sólo tendríamos la celebrada “coexistencia pacífica de los ritos preconciliar y postconciliar”, la yuxtaposición de un rito válido y uno inválido, sino también, posiblemente, la “celebración” del rito válido a cargo de un laico que piense que es un sacerdote…, una situación que ya conocemos por el caso Lingen. La perversión sería perfecta. Y nadie quiere ni puede captar a fondo este caos. Pero si alguien cree que este caos previsible todavía puede ser superado en su corrupción espiritual, se equivoca. A = A y –A. Aquí vuelve a aparecer Ratzinger en el plan. Sí señor: “plan”. Según las informaciones más recientes que circulan en el subsuelo de noticias, Ratzinger planea la publicación de un decreto según el cual debe prohibirse el empleo de las palabras “para todos” en la fórmula del cáliz, y en su lugar debe decirse “para muchos”. Es decir, introduciendo un módulo o un encaje ortodoxo, debe ser salvado el N.O.M. herético… un programa pérfido, que un cierto Sr. L. de M. pergeñó en los años 80, y que ahora piensa aplicar Benedicto XVI. Un N.O.M. aparentemente salvado, leído alternativamente por laicos o incluso por alguien que “quizá” sea clérigo: ¡esto es en efecto el horror de la destrucción! (Cfr. el profeta Daniel.) Ya he llamado la atención sobre el hecho de que la llamada inteligencia tradicionalista enmudece ante un hegelianismo tan cultivado, pues, reformulando libremente las palabras de Karl Valentin: “No lo que no debe ser, no puede ser.” Pero no es sólo este cristianismo de cultura el que enmudece, sino también nosotros, que –ya algo deprimidos en vista del gran silencio en nosotros y en torno a nosotros– afirmamos que defendemos la verdadera doctrina como hijos dispersos en una diáspora mundial. ¿Dónde están nuestros tomistas tan autoconvencidos, que deben replicar a Ratzinger/Benedicto XVI? No los hay (ya). En cierta manera, se han momificado en su tomismo, que es ciego para el idealismo hegeliano. ¿Y dónde están las “ovejas”, los creyentes sencillos, que deberían congregarse en el establo? Tampoco tienen ya la voluntad de preocuparse por su propia existencia religiosa, es decir, documentan constantemente que ya no tienen voluntad de sobrevivir espiritualmente.
Estamos al final de un desarrollo, en medio de una noche profunda.
(EINSICHT , Diciembre 2006, No. 7, pag. 225-228)
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