Sobre la situación actual de la Iglesia
- Entrevista con Eberhard Heller -
Nota:
La siguiente entrevista está pensada para lectores de „Junge Freiheit“,
un periódico semanal de carácter político que, aparte de sus tareas
específicamente políticas, se dedica también al esclarecimiento de los
transfondos espirituales y religiosos, sólo desde los cuales se hace
transparente la desastrosa situación en la que nos encontramos desde
hace ya bastante tiempo. La redacción de „Junge Freiheit“ no tiene
objeciones a una impresión previa de esta entrevista en nuestra
revista. Las siguientes explicaciones se dirigen a todos aquellos que,
en calidad de lectores, han llegado a nosotros sólo recientemente. Con
el desarrollo de determinados problemas, espero facilitar el acceso a
la posición eclesiástica que nosotros defendemos.
Eberhard Heller
* * *
Olles: ¿Cómo valora usted la situación de la Iglesia católica a comienzos del nuevo milenio?
Heller: Cuando usted habla de „Iglesia católica“, usted se refiere a
aquel instituto religioso que, con las reformas del Vaticano II, se ha
mutado en la llamada Iglesia Conciliar, que pese al nombre de „Iglesia
católico-romana“ ya no es idéntica a la Iglesia católica preconciliar.
Las reformas del Vati-cano II y el desarrollo que les sigue en el
espíritu de este Concilio, representan en muchos aspectos una ruptura
con la tradición bimilenaria de la Iglesia, que de cara afuera sólo
está emplastada con la conservación de su imagen de aparición, de
determinadas doctrinas y de las estructuras jerárquico-jurídicas de la
Iglesia anterior.
Esta mutación de la Iglesia de Jesucristo en „Iglesia conciliar“, la
han causado la falsificación de los ritos sacramentales o su
reinterpretación, la negación de dogmas, el engaño semántico, la
relativi-zación de las normas morales y la renuncia de la exigencia de
absoluto de la Iglesia en tanto que portadora y custodiadora de las
verdades de salvación divinas reveladas. Juan Pablo II ya sólo se
considera dirigente de una de muchas comunidades religiosas igualmente
legitimadas, junto con las cuales él adora a „Dios“, con lo que está
negando implícitamente la Trinidad. ¡Un autor americano ha enumerado ya
101 herejías suyas!
Para probar estas afirmaciones, que seguramente suenan monstruosas, me
permito citar dos docu-mentos conciliares y el juicio de un testigo
que, con toda seguridad, está libre de sospecha. En Nostra Aetate, Art.
3, se dice: „La Iglesia contempla también con mucho respeto a los
musulmanes, que adoran al Dios único, el viviente y que es en sí mismo,
misericordioso y omnipotente, el creador del cielo y de la tierra, que
ha hablado a los hombres.“ Esta posición se precisa en Lumen gentium,
cap. 16: „Pero la voluntad de salvación abarca también a aquellos que
reconocen al creador, entre ellos, especialmente, los musulmanes, que
confiesan la fe de Abraham, y que, junto con nosotros, adoran al Dios
uno.“ Esta renuncia al carácter de absoluto de la Iglesia, la aclaró
Pablo VI, cuando en 1970 explicó: „En el conflicto [es decir, el
conflicto con Oriente próximo] toman parte tres religiones que
reconocen todas ellas al Dios verdadero: el pueblo de los judíos, el
pueblo del Islam y, entre ellos, el pueblo cristiano propagado por todo
el mundo. Ellos proclaman con tres voces el monoteísmo. Ellos hablan
con máxima autenticidad, con máxima veneración, con máxima
historicidad, con máxima indestructibilidad, con máximo poder de
convicción.“ Este cambio de pensamiento postconciliar lo confirma,
entre otros, el Prof. P. Claude Geffre OP, decano de la Facultad de
Teología de Saulchoir, en Le Monde del 25 de enero del 2000: „En el
Concilio Vaticano II, la Iglesia católica descubrió y aceptó que no
posee el monopolio de la verdad, que tiene que tener el oído abierto al
mundo. [...] Aquellas [religiones] que se oponen a estas exigencias
legítimas, están condenadas a reformarse o a desaparecer.“ Frente a
ello dice Cristo: „Nadie viene al Padre si no es a través de mí“ (Juan
14,6); pues „quien no tiene al Hijo, tampoco tiene al Padre“ (1 Juan 2,
23). ¡Ahí no hay ningún espacio para la „tolerancia“!
Es decir, no puede ser que un Papa o que el ministerio doctrinal de la
Iglesia inviertan sin más en su opuesto o falseen posiciones que
establecieron apelando a la revelación de la verdad divina, y que hasta
hace poco eran válidas, sin eliminar esta verdad divina como instancia
absoluta, o sin eliminarse a sí mismos como plenipotenciarios de esta
verdad instituida. Lo que ayer valía en la Iglesia católica, tiene que
valer en ella también hoy y mañana.
Para iluminar de un golpe las modificaciones que desde el Vaticano II
se han ido realizando casi sin hacer ruido, al hilo de un único ejemplo
que expone sin parangón ya el punto final de la decadencia moral,
remito a la aprobación general del aborto, en cuyo desarrollo también
estuvo implicada hasta hace poco la „Iglesia conciliar“ en Alemania
–emitiendo el llamado Beratungsschein, „comprobante de asesoramiento“,
que no valía para otra cosa que para poder abortar impunemente, y que
también fue apostrofado como „licencia para matar“–.
Se dirá legítimamente que muchos no llegan a captar del todo este curso
seguido oficialmente por la jerarquía. El pueblo eclesiástico sigue
opinando en general que la „Iglesia conciliar“ es la verdadera Iglesia
de Cristo, toda vez que las reformas falseadoras exceden la comprensión
teológica de crey-entes sencillos, y que el engaño semántico se ha ido
produciendo sucesivamente. La última genera-ción, que ya no ha conocido
la antigua fe, la antigua liturgia, no advirtió en absoluto que, al fin
y al cabo, las reformas también tienen ya entre tanto su propia
tradición. Para ellos, la „Iglesia conciliar“ ha seguido siendo la
Iglesia católica. No han conocido otra cosa, también a causa del
fracaso de las fuerzas conservadoras-ortodoxas. Ninguno de los
creyentes sencillos conoce hoy las diferencias teológico-dogmáticas
entre la posición católica (verdadera) y la protestante. Los creyentes
más mayores se han acostumbrado a las reformas litúrgicas, pero, a
menudo, les siguen atribuyendo las anteriores representaciones en
materia de fe. La misa, o la „misa“, se celebra en el idioma respectivo
de cada país, y casi nadie presiente que estas „misas“ son inválidas a
causa de determinados fal-seamientos. Ahí donde las reformas no fueron
reconocidas como revolución, esta „Iglesia“ incluso conservó en parte
su función socialmente estabilizadora, por ejemplo en muchas
comunidades rurales.
Así pues, en la „Iglesia conciliar“, usted encuentra hoy una serie de
revolucionarios realmente con-scientes de su programa, entre los que
también cuento a Juan Pablo II, lo cual confirma también el periodista
italiano Messori, que conoce bien este ambiente, hasta clérigos y
creyentes con una orien-tación todavía católica y excesivamente
emocional. Para darles un ejemplo plástico del desgarramiento interno
de la jerarquía del „Concilio“, me remito a la posición del Cardenal
Kasper sobre la declara-ción „Dominus Iesus“, que lleva la firma del
Cardenal Ratzinger y que todavía está acuñada en am-plia medida por la
fe católica. Recién elevado a la dignidad cardenalicia, Kasper critica
aquel docu-mento, que para él reivindica vinculatoriedad en la fe (!),
como „doloroso“, etc. Un documento de aquella institución a la que él
acaba de agradecer su nombramiento.
Al margen de la traición teológica, que es difícil de ver en su
conjunto, por lo demás, los frutos catas-tróficos de las reformas son
no sólo visibles, sino también medibles: numerosas salidas de la
Iglesia, retroceso dramático de las vocaciones al sacerdocio y a la
vida monacal, extinción de la actividad misional, silencio de la
„Iglesia“ como autoridad moral.
En resumen se puede decir: la Iglesia católico romana, tal como existió
una vez como institución de salvación universal, ha dejado de existir
en amplia medida. Quienes han captado estas reformas como una
revolución, aunque no viven en el subsuelo, sí lo hacen en la
„dispersión“, en una nueva diás-pora. Tambien el Cardenal Scheffczyk,
profesor emérito de dogmática en la Univesidad de Múnich, a quien se
cataloga de conservador, y que „habla de la autodestrucción de la
Iglesia“, ratifica a estos creyentes: „Hay que conceder con sentido
realista y con profunda compasión que, hoy, numerosos cristianos se
sienten perdidos, perplejos e incluso decepcionados.“ („Theologisches“,
julio 2002)
Olles: ¿Quiénes fueron los enemigos principales de la Iglesia preconciliar y antimodernista?
Heller: Desde la revolución francesa, la Iglesia fue reprimida cada vez
más fuertemente desde la vida pública hacia una esfera puramente
privada: ¡la religión es un asunto privado!... después de que,
anteriormente, hubiera sido ya tutelada por el josefinismo. Además, las
influencias de la Ilustración y de la secularización han contribuido a
descristianizar la cristiandad. La masonería, con su „lucha contra el
trono y el altar“, tenía la intención de infiltrarse en la Iglesia. Es
interesante reencontrar ideas revolucionarias, que habían sido
formuladas por los iluminados, en diversos decretos concili-ares.
Además, la jerarquía postconcilar ha consentido voluntariosa y
complacientemente a la exigencia del judaísmo (B‘nai B‘rith) de extraer
de la liturgia elementos supuestamente antisemitas. A estas influencias
desde fuera, se les sumó además un cierto complejo de inferioridad de
muchos teólogos, que desde fines del siglo XIX se sentían desconectados
del desarrollo científico general, y que por eso „volaron“ con tanta
mayor disposición a todas las teorías modernas después del Concilio.
Pero determinante para la situación actual a nivel mundial ha sido la
„revolución desde arriba“.
Olles: ¿Qué fuerzas a nivel mundial tiene frente a ello la tradición?
Heller: Cuando, poco después del final del Vaticano II, se perfiló que
los documentos aproba-dos no tenían meramente carácter reformador, sino
que también afectaban al dogma católico, y que repercutían con especial
gravedad en la reforma de la liturgia, hubo primeramente muchas fuerzas
que combatieron estas reformas. A la promulgación del llamado Novus
Ordo Missae de Pablo VI le siguió de inmediato el „Breve examen crítico
del N.O.M.“, que está firmado por los Cardenales Ottaviani y Bacci, en
el que se evidenciaron considerables defectos teológicos de este Ordo.
En este contexto resulta también iluminador lo que el Cardenal
Ratzinger escribió sobre la reforma litúrgica, que según él no
representa „ninguna revitalización, sino una destrucción“: „Estoy
con-vencido de que la crisis eclesiástica en la que hoy nos encontramos
procede en gran parte del desmo-ronamiento de la liturgia.“ (Mi vida.
Memorias 1927-1997, Roma 1997)
También la Iglesia greco-ortodoxa y conocidos teólogos protestantes
elevaron sus voces de protesta contra la introducción del Novus Ordo. A
nivel mundial surgieron grupos de oposición, que aboga-ron entre otras
cosas por la conservación de la vieja misa y por el latín como lengua
de la Iglesia: tanto clérigos como laicos, entre los cuales se
encontraban tanto personas de la vida pública como científicos,
periodistas, renombrados teólogos, pero también creyentes
comprometidos. El movimiento internacional „Una voce“ se dio
estructuras jurídicas. En el año 1966 se fundó, entre otros, el
„Cír-culo de amigos de Una voce“ en Múnich, cuya presidencia en la
actualidad detento yo.
Monseñor Lefebvre fundó su seminario sacerdotal internacional en Suiza,
que enseguida halló una afluencia internacional. Aparecieron revistas
en todas los idiomas importantes. Desde 1971, el „Cír-culo de amigos de
Una voce“ en Múnich edita la revista teológica EINSICHT.
Entre los cristianos fieles a la tradición se fue abriendo una escisión
a causa de la diversa valoración teológica de los decretos de la
reforma, que se centró en al análisis del Novus Ordo Missae. Mientras
que en este Ordo algunos hallaron sólo defectos litúrgicos, otros
descubrieron que contenía graves falseamientos dogmáticos, que no sólo
anulaban la validez de las misas celebradas conforme a él, sino que, al
mismo tiempo, también ponían en cuestión la legitimidad ministerial del
promulgador Pablo VI. Esta posición, que alcanzaba más lejos, no la
compartieron muchos de los cristianos fieles a la tradición. Siguió la
escisión entre los meros tradicionalistas, que constituyen, por así
decirlo, una secta ortodoxa dentro de la Iglesia conciliar y que llevan
una lucha ritual contra ella, hasta hoy irresuelta, y los
sedisvacantistas. Estos son aquellos creyentes que consideran que la
silla romana está vacante. Esta escisión perdura hasta hoy. La figura
insignia y simbólica de los tradicionalistas fue durante mucho tiempo
Monseñor Lefebvre. Quien dio la dirección a los sedevacantistas fue el
antiguo arzo-bispo de Hue, Vietnam, Monseñor Ngô-dinh-Thuc, hermano del
antiguo presidente católico de Viet-nam, Ngô-dinh-Diem, a quienes los
americanos mandaron matar con aprobación del Vaticano. Con su
declaración pública de la sedisvacancia del 22 de marzo de 1982 en
Múnich, Monseñor Ngô-dinh-Thuc dio el fundamento decisivo y
teológicamente vinculante para esta agrupación.
A su pregunta por la fuerza de ambas agrupaciones, tengo que responder
que los meros tradiciona-listas en torno a Lefebvre muestran un número
considerable de miembros, pero que argumentativa-mente son débiles,
mientras que los sedisvacantistas, aunque pueden exhibir argumentos muy
contundentes, sin embargo representan a nivel mundial una minoría.
Donde esta agrupación está representada con más fuerza es en México.
Considerándolos socialmente, ambas agrupaciones desempeñan una función
más bien insignificante. Por falta de una dirección unitaria en el
ámbito pastoral, hasta hoy no se ha alcanzado una eficiencia digna de
mención en la reconstrucción de la Iglesia como institución de
salvación.
Olles: ¿Hasta qué punto está destruida la apostolicidad por culpa del sincretismo?
Heller: Por apostolicidad se entiende que la Iglesia se basa en los
apóstoles llamados por Cristo, por una parte en la continuidad e
identidad de la doctrina, por otra parte en la sucesión de su
jerarquía, es decir, en cuanto a una transmisión ininterrumpida y
válida de los poderes plenos para consagrar recibidos de Cristo:
sacerdotes y obispos, para asegurar la existencia de la Iglesia como la
institución de salvación.
Por un lado, la sucesión apostólica está amenazada porque se han
introducido ritos de consagración inválidos o dudosos, a causa de los
cuales se pierden los plenos poderes sacerdotales y episcopales
asociados con la consagración. Por otro lado, la apostolicidad se
elimina porque Roma renuncia a los plenos poderes y a los dogmas
transmitidos a los apóstoles, uno de los cuales es también la doctrina
de la Iglesia como la única que hace bienaventurado. Es decir, la
Iglesia conciliar no sólo ya no insiste en su exigencia de absoluto
frente a las otras confesiones cristianas, a las que ipso facto
reconoce como igualmente legitimadas, sino que asimismo certifica que
el Islam, el judaísmo y las restantes religiones del mundo son también
vías legítimas de salvación. Con ello, la Iglesia conciliar se elimina
a sí misma en tanto que la institución de salvación verdadera y
cristiana. El „Papa“ de una institución tal se alínea, para una
coexistencia pacífica, en la falange de dignatarios igualmente
legitimados de las otras religiones. Este sincretismo significa al
mismo tiempo la renuncia de aquella actividad realmente misional. Pero
ni siquiera los gestos en parte escandalosos y sincréticos de la cabeza
usurpada de la Iglesia católica –por ejemplo, Juan Pablo II besó el
Corán–, ni los encuentros de oración interreligi-osa, pueden impedir
que las otras comunidades religiosas no se atengan en modo alguno a
este con-cepto de la coexistencia pacífica. Así, en el Sudán los
cristianos siguen siendo martirizados, incluso en Turquía son
perseguidos o discriminados. Imagínese que Pedro negociara con los
emperadores romanos sobre programas „de la buena voluntad de todos los
hombres“, mientras que fuera, en el circo, aquel emperador hiciera
arrojar a los cristianos –probablemente „de no buena voluntad“– a las
bestias salvajes para que los devoraran. ¡Vaya cinismo!
Olles: ¿Es el ecumenismo una de las consecuencias de la muerte
espiritual por hambre de los hombres por culpa de la nueva Iglesia?
Heller: Este es uno de aquellos conceptos que han experimentado un
cambio de significado a causa de una manipulación semántica a cargo de
los modernistas. Originalmente, con él se nombraba la reunión de las
Iglesias parciales concretas. Por eso se hablaba de un Concilio
ecuménico. Hoy se designan con este término impulsos para unificar las
diversas confesiones cristianas. A diferencia de los esfuerzos
preconciliares por superar las irritaciones de la escisión mediante la
solución de los problemas que se plantean –pienso por ejemplo en los
intentos de unificación, por desgracia fracasa-dos, con los ortodoxos
bajo Pío XI–, éstos últimos son propulsados hoy eludiendo la verdad
católica, es decir, la unidad tiene prioridad frente a la verdad
revelada. Este „ecumenismo“ entendido de esta manera es el fin expreso
de los reformistas. Piense usted sólo en la „Declaración común sobre la
doctrina de la justificación“, que marca el rumbo de un „consenso
diferenciado“. Todavía hace poco, el obispo Lehmann, que acaba de ser
nombrado cardenal (de la „Iglesia conciliar“), pudo designar
impunemente a Martín Lutero, a quien la Iglesia condenó por hereje,
como „maestro de la Iglesia“. Conozco personas que a causa del
indiferentismo teológico que ha surgido de allí han abandonado la
„Iglesia conciliar“ y se han pasado a la Iglesia ortodoxa. Si hoy los
creyentes sencillos claman por aún más ecumenismo, eso es porque no
entienden por qué confesiones con (casi) el mismo contenido de fe han
de existir aún unas junto a otras como diversas organizaciones
eclesiásticas. Con la renun-cia a las verdades dogmáticamente fijadas,
se ha asentado una mentalidad del libre arbitrio en cuanto a los
contenidos doctrinales, en la cual vuelve a aparecer un llamado
„cristianismo de mezcolanza“, en el que cada uno se compone su propia
„teología“ como se le ocurra.
Olles: La estigmatización de los católicos fieles a la fe asume entre
tanto rasgos de persecucio-nes. ¿Se volverá a encontrar usted pronto en
el informe de la Autoridad para defensa de la constitu-ción?
Heller: Aunque se nos difama como intransigentes, como
fundamentalistas, sin embargo no se nos persigue directamente. La
Iglesia conciliar carece de los medios de poder para ello. Además
tam-poco hay motivos políticos para ello. Nosotros sólo queremos seguir
llevando adelante lo que la Iglesia hizo hasta el Concilio. Es seguro
que sacerdotes que se posicionan frente a la Iglesia conciliar sufren
ciertas desventajas. Quizá al presidente sustitutorio del Consejo
central de los judíos en Ale-mania, Fridmann, quien pese a los
reproches que se le hacen sigue ocupando el cargo, se le ocurra
inculparnos de „antisemitismo“ por haber conservado la antigua liturgia
del Viernes Santo. Pero no creo que lo haga.
Olles: Nuevo orden misal, liberalismo religioso, derechos humanos como
revuelta contra la auto-ridad de Dios. ¿Qué verdades principales afirma
usted frente a ello?
Heller: Tenemos que aferrarnos a que hay una verdad absoluta que se ha
encarnado en Cristo, y que sólo hay una religión verdadera. Tenemos que
alcanzar la convicción de que este Dios-hombre ha descendido a la
pequeñez de la miseria humana para donarnos su amor y su misericordia,
que con su muerte sacrificial ha ofrecido a la humanidad caída la
posibilidad de la expiación, que en el santo sacrificio de la misa abre
permanentemente esta oferta para unirse lleno de humildad a esta
expiación, para entrar en una nueva Alianza con El, con Dios, que
también es el garante de la reconciliación y la verdadera paz entre los
hombres.
Olles: ¿Qué consejo se puede dar a los creyentes que quieren mantenerse fieles a la tradición apostólica y eclesiástica?
Heller: Primero tendrían que esforzarse por una firme convicción de fe,
por conocimientos fun-dados en la doctrina de fe católica. Muchos
creyentes católicos han titubeado porque su fe la habían asumido sólo
por vía de educación, es decir, por vía de tradición. En un mundo que
ofrece muchos conceptos religiosos falsos y muchas docrinas falsas de
salvación, hay que responderse la pregunta de cómo, pues, se puede
saber hoy que Cristo es realmente el verdadero Hijo de Dios en quien se
cree legítimamente. El primer presidente de nuestro Círculo de amigos,
el Dr. Gliwitzky, dijo una vez: „La renuncia largamente practicada a
traer la fe a la intelección es una de las raíces más profundas de la
llamada crisis en la que estamos. Por tanto, todo nuestro esfuerzo
tiene que orientarse a, obser-vando los signos, fomentar el saber de
cuándo únicamente se está opinando y deseando, cuándo se está
esperando, cuándo se está creyendo y cuándo se está sabiendo en la
verdad.“ Sin un conven-cimiento firme en las verdades elementales de
fe, hoy se está expuesto a un relativismo refinado.
La vinculación religiosa se vuelve un problema porque en el ámbito de
habla alemana (todavía) no hay una organización firme de (el resto de)
la Iglesia católica. Pero gustosamente daré informaciones
correspondientes a tales cristianos.
Olles: Tras el saldamiento de la fe y de la liturgia desde el Vaticano II, ¿se puede llegar a una restitución de la Iglesia?
Heller: Desde hace tiempo trabajamos en un concepto teórico para la
reconstrucción de la Igle-sia como institución de salvación. Pero
resultan problemas tanto teológicos como de organización. Una situación
como ésta que ahora estamos viviendo no la había habido en esta forma
en la historia de la Iglesia. Solucionar esta crisis significa pisar
nueva tierra tanto en lo teológico como en lo jurídico y organizativo.
Y plantea exigencias que en realidad superan nuestras fuerzas. Al fin y
al cabo, no se habría conseguido nada con que, por ejemplo, Juan Pablo
II o los obispos dieran sim-plemente media vuelta para revisar pasado
mañana las decisiones anteriores y detener desarrollos erróneos. El
portador de un cargo que ha caído en herejía pierde su cargo y
permanece (según la bula de Pablo IV „Cum ex apostolatus officio“)
incapaz del cargo, aun cuando volviera a convertirse. Es decir, esta
reconstrucción de la Iglesia sólo podría suceder mediante aquellas
fuerzas que han per-manecido fieles a la fe. Pero por falta de una
dirección unitaria en el ámbito pastoral, hasta ahora no se ha
alcanzado una eficiencia digna de mención en la reconstrucción de la
Iglesia como institución de salvación.
Olles: ¿Cree usted en la resurrección espiritual de Alemania y de Occidente, o ya estamos per-didos?
Heller: Desde hace más de 25 años me vienen apesadumbrando con
revelaciones privadas supu-estas o reales, en las que, tras diversas
catástrofes y conflictos, se profetiza un reflorecimiento de la vida
espiritual y religiosa. No puedo confiar en eso. Yo veo lo que es y
cómo se desarrollan ciertas cosas. Occidente, y con él Alemania, fue
acuñado por el cristianismo. Aun cuando las sociedades ya no quieran
verlo, el desastre espiritual general demuestra sólo la caída, la
traición de este orden social cristiano. Por ejemplo, se puede poner
muy en claro la morbidez moral de los alemanes con la cues-tión del
aborto: más del 60% de los presuntos católicos estaban a favor de la
regulación legal actual del § 218. Cada año se practican unos 300.000
abortos. Y un pueblo que mata a sus niños, muere. La caída de la fe
madura también sus consecuencias en el ámbito político-social. Así, por
ejemplo, todo movimiento o partido político conservador que se apoye
ideológicamente en la Iglesia conciliar con sus ideas revolucionarias,
forzosamente fracasará, porque el poder de los conceptos ideológicos es
contundente. Piense usted en el ecumenismo o en el sincretismo. Estas
ideas, que en realidad se concibieron en el ámbito eclesiástico, hallan
su correspondencia exacta en el multiculturalismo en el nivel político.
Sus repercusiones las hemos podido ir siguiendo desde hace años como
testigos contemporáneos en los Balcanes. Sin la renovación en la fe no
hay ni una reconstrucción de la Iglesia ni una renovación de la
socidad. Hasta ahora no veo ningún signo de ello.
Olles: En la Biblia se dice: „... y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres“. ¿Soportamos aún la verdad?
Heller: Se puede soportar la verdad, la revelada, si se la sirve con
humildad. Entonces también hace libre, porque uno quiere conformar su
vida con Cristo en y desde el amor. ¿Pero qué significa humildad?
Confesarse que se requiere de la ayuda de otros, en este caso de la
acción redentora de Cristo, y que se está dispuesto también a aceptar
esta ayuda. Pero trate usted de explicarle esto a los poderosos
autocomplacidos o a nuestra sociedad de la diversión.
Olles: ¿Qué pasos concretos ha emprendido usted para hacerse reconocer como institución jurídicamente vinculante?
Heller: Esta pregunta fue discutida. Concretamente se trata de si es
posible reunir las asociacio-nes inscritas existentes, que desde 1976,
tras la prohibición oficial de la antigua misa, se han consti-tuido a
nivel local para custodiar la liturgia, en una corporación de derecho
público o en una unión de asociaciones. En ello habría que aclarar
también la cuestión del nombre.
Eberhard Heller
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