EL ERROR PRINCIPAL DEL VATICANO II
- Colaboraciones para destapar un engaño semántico -
Prólogo de la redacción:
Mi reiterado ruego a ustedes, queridos lectores, de tomar parte en el
esclarecimiento de un principio central a partir del cual se puedan
explicar las lÃneas conductoras del Vaticano II y las „reformas“
introducidas o realizadas por él, ha hallado un eco asombroso. Además
de llamadas, la redacción recibió también diversas colaboraciones que
toman postura ante este problema, también por parte de lectores que,
aunque no comparten en absoluto nuestra posición del sedisvacantismo
consecuente, sin embargo sufren tanto como nosotros por la situación
eclesiástica o por estos estados de desolación. También estos creyentes
piensan que combatir la modificación general, o dicho más atinadamente,
la falsificación de la fe, es algo que sólo puede realizarse desde
aquella verdad central que es negada por la errónea doctrina principal
reformista.
Es asombroso que las opiniones que se sostienen en las diversas
colaboraciones sean parecidas, o bien iluminan aspectos diversos de la
admitida doctrina principal errónea. En lo que sigue, publicamos
algunas de los posicionamientos que nos han llegado, a los que hago
seguir –como se ha anunciado– mi propia postura.
La pregunta por la errónea doctrina principal del Vaticano II tiene la
intención de ganar nuevas fuerzas para la resistencia eclesiástica, o
de concentrar las fuerzas actuales primeramente en una única tarea.
Responder a ello se ve considerablemente dificultado porque los
reformadores muy rara vez revisten sus nuevas ideas en forma de
herejÃas palmarias y directas, sino que ello propagan por medio de un
enorme engaño semántico, es decir, mediante el falseamiento del sentido
de un término conservándolo al mismo tiempo.
El restablecimiento del „batallón“ es necesario porque el primer
„frente“, que se hace pasar por una formación preferentemente
sedisvacantista y por la supuesta custodiadora de la fe, ha fracasado
en la lucha por el restablecimiento o la reconstrucción de la Iglesia,
al menos por cuanto respecta al ámbito europeo. En realidad se ha
evidenciado sólo como custodiadora de herencias, incapaz de una lucha
espiritual, que tiene como presupuesto la propia renovación espiritual,
y que es incapaz de engendrar vida espiritual, porque ha buscado su
satisfacción en un crecimiento cada vez más craso de un sectarismo
catolizante, a cuya formación perteneció también el fallecido obispo P.
Groß.
La Declaratio de Su Eminencia Monseñor Ngô-dinh-Thuc, con la clara
encomendación de la reconstrucción de la Iglesia, estos cÃrculos no la
aceptaron, asà como también su constatación de la sedisvacancia en
Europa la sintieron sólo como una molestia. Con el combate de la
doctrina principal errónea se ha de tratar de crear al menos la base
teológica desde la que luego pueda (volver a) explicarse también la
situación eclesiástica.
Lo que me ha motivado personalmente a este cambio táctico de
pensamiento, puedo decirlo con palabras sencillas: por un lado este
hundirse en el sectarismo porque se confunde la fe viviente con el
tradicionalismo, por otro lado un crecimiento constante de un interés
espiritual por combatir un proceso que, entre tanto, irradia
desastrosamente, más allá de los lÃmites del ámbito meramente
eclesiástico-religioso, también en nuestra sociedad, y que se ha
propagado sobre ésta porque se advierte –también en cÃrculos
conservadores y reformistas (!)– que, en último término, las causas de
este desarrollo erróneo hay que combatirlas allà donde han surgido: en
el falseamiento de la encomendación de Cristo, que él habÃa dado a su
Iglesia, de llevar a los hombres a la salvación.
Para explicar esta situación modificada con un ejemplo: entre tanto se
ha llegado a la situación de que en la elaboración de nuestra revista
EINSICHT colabora una serie de creyentes que en modo alguno comparten
nuestra posición, pero que, por preocupación por toda la vida
espiritual, reconocen nuestros esfuerzos por ella, y por eso también
los comparten.
Eberhard Heller
* * *
En busca del error principal del Vaticano II
Dr. en Derecho Ferdinand Ohnheiser, Consejo Ministerial a. D.27 de julio de 2003
Muy estimado Sr. Dr. Heller:
En sus Comunicados de la Redacción del 25 de junio de 2003, usted ha
planteado con razón la pregunta de qué principio de unidad subyace a
los desarrollos conciliares erróneos y a los falseamientos dogmáticos,
y qué verdad central de la fe niega la Iglesia conciliar. Aunque no
conozco ninguna exposición que haya intentado una respuesta a ello,
creo advertir un principio de unidad a partir de las modificaciones que
se han producido desde el Vaticano II, de los subsiguientes comunicados
doctrinales y declaraciones de obispos, párrocos y católicos laicos que
están al servicio de la Iglesia, asà como de las numerosas actividades.
Es la creación de una superestructura para una religión unitaria. Esta
superestructura se basa en la tesis de que Dios, como creador y
revelador, es el mismo para todas las religiones y visiones del mundo,
de que aunque Dios se interpreta de modo diverso, sin embargo irradia
„rayos de verdad“ y por tanto da la salvación a todos los hombres que
buscan a Dios. La unidad en la diversidad es por tanto querida por
Dios: aunque hasta ahora no era tan unÃ-vocamente reconocible en el
Evangelio, sin embargo este conocimiento fue transmitido en un
„complementamiento“ de la revelación cristiana mediante la fuerza del
EspÃritu Santo de la Iglesia católica en el Concilio Vaticano II.
El establecimiento del principio de unidad sólo fue posible vulnerando
una verdad de fe central, a saber, relativizando las palabras de
Jesucristo: „Yo soy el camino, la verdad y la vida.“ Aunque el Vaticano
II, en la declaración sobre la libertad de religión (n. 1), enseña que
„la única religión verdadera, asà lo creemos, está realizada en la
Iglesia católica apostólica, que ha recibido de Cristo el Señor la
misión de propagarla a todos los hombres“, sin embargo, en las
explicaciones del Vaticano II sobre la relación de la Iglesia con las
religiones no cristianas „Nostra aetate“ (NA), esta declaración se
interpreta mediante el concepto del „rayo de la verdad“ (NA n. 3), en
el sentido de que la verdad „no sólo o existe del todo o no existe en
absoluto“, sino en gradaciones, „y concretamente porque el mismo Dios
es creador y revelador“. Aunque se enseña que la plenitud de la verdad
está presente en la Iglesia católica, sin embargo esta „plenitud de la
verdad“ se encuentra en el reconocimiento de los „rayos de la verdad“
en otras religiones. Si la verdad „nunca existe del todo“, entonces
Jesucristo no es la verdad entera. En consecuencia, las palabras de
Jesús: „Quien cree será salvado, quien no cree será condenado“, hay que
entenderlas en el sentido de que „quien cree“ es alguien que busca a
Dios sinceramente, y que será salvado. Tales hombres son, por ejemplo,
quienes practican la idolatrÃa o son partidarios de religiones
naturales, a las cuales, de modo consecuente, el Papa actual les presta
su reconocimiento. Los partidarios del Concilio que alaban a Dios
misericordioso, tendrÃan que pensar por tanto que si Jesucristo hubiera
proclamado tal doctrina, jamás habrÃa sufrido la muerte en la cruz, y
que si los apóstoles hubieran reconocido los „rayos de la verdad“ de
otras religiones, no los habrÃan matado. Los teólogos conciliares
objetan a esto que eso es un modo anacrónico de considerar, porque Dios
observó las circunstancias históricas y culturales en la época de
Cristo. Tal declaración ignora por completo que, en la época de Cristo,
Roma toleró otras visiones religiosas, a no ser que amenazaran
seriamente la exigencia de poder del Imperio Romano, lo cual Jesús
jamás hizo con palabras o hechos. En aquella época, el sanedrÃn judÃo
sólo consiguió persuadir al gobernador Poncio Pilato de que Jesús era
un peligro para Roma porque habÃa que temer inquietud y revueltas en
Palestina.
En la Antigüedad y en la filosofÃa occidental, los filósofos y teólogos
han formulado de modo diverso el principio del concepto de verdad.
ExcederÃa los lÃmites de una carta de lector ocuparse por extenso se
ello. Pero también podemos prescindir de ello porque, en mi opinión, se
advierte que la Iglesia conciliar sigue el concepto de verdad de
Kierkegaard, que establece la verdad de fe como verdad subjetiva
personal, asà como a los filósofos que ven la verdad como un proceso
que fundamentalmente nunca está concluido (por ejemplo, Hegel o
Gadamer). AsÃ, también la verdad que Jesucristo es, la Iglesia
conciliar no la considera la medida máximamente posible de objetividad,
sino la introducción de un proceso que continúa en la complementación
de la revelación y que los hombres experimentan de modo personal y
subjetivo de modo diverso, con independencia de su visión religiosa. En
esta medida, es también consecuente que la Iglesia conciliar afirme que
la verdad „no sólo o existe del todo o no existe en absoluto“. Si la
verdad no existe en absoluto, entonces Jesucristo no es la verdad
entera que inhabita en la divinidad de nuestro Señor. Con ello, la
Iglesia conciliar niega la divinidad de Jesucristo, porque sus palabras
„yo soy la verdad“ las interpreta como conocimiento subjetivo humano de
un proceso mental que inaugura la constante búsqueda de la verdad. En
mi opinión, para un católico creyente no puede haber dudas de que
Jesucristo no puso en otros ningún „rayo de la verdad“, porque esto
contradice a su verdad divina y absoluta. A eso no se le opone la tesis
sostenida en el tiempo preconciliar de las llamadas „semina verbi“, que
sin embargo nunca fue fijada dogmáticamente, porque con ella sólo se
expresaba una esperanza en la misericordia de Dios, pero nuestro Señor
jamás la enseñó.
Los desarrollos erróneos a partir del Vaticano II se basan
exclusivamente en la nueva hermenéutica y en el cambio de paradigma que
ella desata, que se basa en la pura subjetividad y que muestra su
reverencia al relativismo y al indiferentismo de proveniencia humana.
Pero la Iglesia conciliar no sólo ha negado la verdad absoluta y
objetiva en Jesucristo, sino que tam-bién ha empezado a interpretar a
Dios de modo nuevo. AsÃ, el actual Cardenal Kasper pudo escribir lo
siguiente ya en el año 1967 impunemente, es decir, con el
consentimiento de los Papas desde el Vaticano II: „El Dios que como ser
inalterable está sentado en el trono sobre el mundo y la historia,
representa un reto al hombre. Hay que negarlo por mor del hombre,
porque reivindica para sà mismo la dignidad y el honor que, por sÃ
mismas, corresponden al hombre. Pero contra este Dios hay que
defenderse no sólo por mor del hombre, sino también por mor de Dios
[...] Pues un Dios que sólo está al lado de y por encima de la
historia, corresponde a una imagen rÃgida del mundo, es un enemigo de
lo nuevo.“ (Cfr. volumen Gott heute, cit. por P. Schmidberger en
„Comunicados de la hermandad sacerdotal San PÃo X“, julio 2003.)
En y a partir del Vaticano II se creó una nueva comprensión de la
verdad de Dios y de la consecución de la salvación eterna. Sobre ello
no puede engañar la semántica tradicional aún existente, la adoración
de los santos, las costumbres del pueblo católico, etc. En vista de los
casi 2000 años de tradición, la nueva fe no puede imponerse de
inmediato, sino sólo por pasos, y por eso se llega a veces a
„recaÃdas“, como muestra el escrito de Juan Pablo II en la cuestión de
la admisión de protestantes a la eucaristÃa, y que una y otra vez
despierta la impresión en católicos y en otros, sobre todo en los
medios liberales, de que el Papa es demasiado „conservador“. Estoy
seguro de que en un tiempo previsible también este bastión de la fe
será superado, porque el principio de unidad lo exige for-zosamente.
Asà como, por ejemplo, los representantes de la Iglesia conciliar
recomiendan a los católicos la visita de mezquitas, también en el
futuro se recomendará a los creyentes de otras religiones la
participación en los servicios divinos católicos, y no se les negará la
participación en la eucaristÃa con tal de que busquen a Dios con un
corazón sincero. El principio de unidad muestra también su efecto en
polÃticos cristianos, por ejemplo en el presidente de la CSU, el
presidente ministro Stoiber, en su conferencia en la Academia
Evangélica de Tutzing el 5 de julio de 2003, en la que expuso:
„Cristianos, judÃos y musulmanes son descendientes de Abraham, porque
tienen al mismo Dios“; aunque las Sagradas Escrituras dicen lo
contrario. Dios dice: „Quiero sellar mi alianza con Isaac“ (Gén. 17,
21), y „sólo quien procede de Isaac lleva este nombre“ (Gén. 21, 12),
es decir, los descendientes de Ismael, es decir, los musulmanes, no son
„hijos de Abraham“. Además, un polÃtico cristiano niega que frente a
los judÃos haya una „nueva alianza“. La nueva teologÃa ha dado
con ello sus „frutos“ y ha conducido al occidente cristiano un paso
esencial adelante en el camino hacia la religión unitaria, en
consonancia con el orden de valores mundial, occidental, es decir, la
religión cristiana sirve a la sublimación espiritual de las reglas de
la „Declaración de los derechos humanos“.
Soy consciente de que mi análisis crÃtico puede ser considerado como
eso que se da en llamar fundamentalismo, porque se opone al dogma
dominante del hermanamiento mundial según las reglas de los derechos
humanos. Pero si se sigue la verdad absoluta de Jesucristo, no queda
espacio para el reconocimiento y la valoración de otras religiones, lo
cual no significa que no se toleren otras visiones religiosas y se siga
el mandato de Cristo de hacer misionado sin despreciar la dignidad de
los hombres y su libre decisión, lo que –hay que conceder– no siempre
se observó en el pasado.
A los hombres siempre se les ha logrado persuadir de que la lucha entre
las religiones es la causa de que no se haya logrado la paz en la
tierra, sin pensar que la naturaleza pecaminosa del hombre engendra
otros motivos para imponer sus intenciones de modo no pacÃfico. Quien
sigue a la doctrina en la explicación sobre la relación de la Iglesia
con las religiones no cristianas (NA, n. 2, 12), de que en estas
religiones se puede reconocer en muchas cosas („in multis“, que en la
versión alemana se traduce falsamente como „en algunas cosas“) un rayo
de verdad que ilumina a todos los hombres, y que la Iglesia católica no
rechaza nada de todo aquello que en estas religiones hay de verdadero y
de santo, a mi parecer está negando la verdad absoluta de Cristo. En
esto, es aleccionador que los Papas conciliares no hayan logrado
establecer qué es concretamente „verdadero“ en otras religiones. A mi
parecer, esto tampoco deberÃa ser necesario, puesto que la erosión de
la verdad de la fe católica ha avanzado ya demasiado lejos.
Que el antiguo occidente cristiano, y los Estados Unidos como poder
mundial, no le reconozcan ya al cristianismo ninguna prioridad, lo da a
ver, por ejemplo, la declaración del primer ministro británico Tony
Blair en su discurso del 17 de julio de 2003 ante el congreso de los
Estados Unidos: „No luchamos por el cristianismo, sino por la
libertad.“ Con ello está prevaricando de las palabras de Cristo: „La
verdad os hará libres.“ La libertad no se define hoy como la libertad
de un cristiano creyente, sino que es el resultado de una ideologÃa
anticristiana, porque contradice la verdad de Cristo. Esta „libertad“
implica una fe que relativiza o niega la verdad de Nuestro Señor.
Renegar de la verdad absoluta que es Jesucristo, tiene como
consecuencia que las declaraciones de fe sólo son vinculantes para
aquellos que son miembros de la Iglesia conciliar. Para otros que están
fuera de la Iglesia, la verdad absoluta no puede ni debe hacerse valer,
puesto que esto no serÃa conciliable con ella y se podrÃa reprochar
como fundamentalismo, y se opondrÃa a la convivencia pacÃfica de todas
las religiones y culturas, aun cuando la proclamación de la verdad
absoluta sucediera sin coerción ni violencia.
En mi opinión, en la pregunta de la verdad absoluta que es Jesucristo,
tendrán que decidirse todos los católicos creyentes y fieles a la
tradición que no siguen la llamada tradición viviente, si reconocen o
no a los „Papas conciliares“ como sucesores legÃtimos y creyentes de
San Pedro, independientemente de si son sedisvacantistas o seguidores
de comunidades que siguen a los Papas conciliares pero les niegan la
obediencia en ciertos puntos.
Cordiales saludos,
(Firmado:) Ohnheiser
* * *
Duisburg, 30 de junio de 2003
Muy estimado Sr. Heller:
Sus explicaciones en la última página del número de junio de EINSICHT
son muy interesantes, pero al mismo tiempo también me asombran un poco,
en tanto que usted plantea la pregunta por el prin-cipio de todas las
innovaciones y además pregunta qué verdad central de la fe es negada
por la „Iglesia conciliar“. Al fin y al cabo, la palabra clave decisiva
para esto último la ha dicho usted mismo: es el arrianismo, es decir,
la negación de la divinidad eterna de Jesucristo, que salta a la vista
cada vez más desde la reorganización de la –con mucho– mayor parte de
la Iglesia católica, conquistada por los modernistas, en una „Iglesia
conciliar“. Y el principio que gobierna la „Iglesia conciliar“ se
encuentra descrito en la encÃclica „Pascendi dominici gregis“ de San
PÃo X. Es el modernismo.
Cito de esta encÃclica:
„[...] osadamente cierran [los modernistas] sus filas, atacan lo más
sagrado en la obra de Cristo sin respetar en ello ni siquiera la
persona divina del Redentor, que con una desfachatez blasfémica
degradan a mero hombre miserable.“
„Estos hombres podrán extrañarse de que los contemos entre los enemigos
de la Iglesia. [...] Pero quien conoce sus doctrinas, sus modos de
hablar y de actuar, no puede asombrarse de ello. Es más, es sólo
demasiado verdadero que son peores que todos los demás enemigos de la
Iglesia.“
„No se han quedado sólo en el viejo error de que la naturaleza humana
ha de tener en cierta manera un derecho al orden sobrenatural. Se ha
llegado mucho más lejos: se afirma que nuestra religión sagrada ha
nacido en el hombre Cristo y, de igual modo, también en nosotros, de
nuestra propia naturaleza, sin intervención ajena. Ciertamente, no se
puede eliminar de modo más radical todo orden sobrenatural.“
„Por tanto, las fórmulas que llamamos dogmas tienen que sucumbir
también al mismo cambio, también ellas son necesariamente modificables.
Con ello se han abierto las puertas al desarrollo interno del dogma.
Sofismas sobre sofismas, con los que la Iglesia entera resulta
totalmente destruida.“
„Apuntemos aquà primeramente que según esta doctrina de la experiencia,
si se le añade la otra del simbolismo, hay que reconocer como verdadera
toda religión, también la pagana.“
„Pero esto sucede con toda reflexión: es la apertura de donde escapan
sus visiones sobre la separación de fe y saber. En sus libros hay
algunas cosas que un católico podrÃa suscribir completamente, pero en
cuanto se pasa la página, podrÃa creerse que es un racionalista quien
mueve la pluma. Es decir, cuando escriben historia, entonces no se
habla una palabra de la divinidad de Cristo. Pero en cuanto suben al
púlpito, entonces la reconocen sin más cavilación.“
„Aquà vige la máxima fundamental: en una religión que vive, todo es
modificable, luego hay que modificarlo. Asà llegan al progreso, que es
en cierta manera la quintaesencia de toda su doctrina. Dogma, Iglesia,
culto religioso, los libros que veneramos como santos, es más, también
la propia fe, tienen que estar –si es que no queremos declararlos
muertos a todos– bajo las leyes del progreso.“
„Asà pues, afirman en último término a priori y según los principios
filosóficos que aceptan, pero que fingen no conocer, que en su llamada
historia real Cristo no fue Dios ni hizo tampoco nada divino. Pero como
hombre hizo y dijo –si se remontan a su época– lo que ellos le
permitieron hacer y decir.“
„Ya se ve, queridos hermanos, que el método apologético de los
modernistas, que hemos descrito brevemente, se ajusta del todo a sus
otras doctrinas. Pero el método y las doctrinas están llenas de
errores, no hechas para construir, sino para destruir, no para hacer
católicos a otros, sino para que los propios católicos caigan en la
herejÃa, es más, para destruir por completo toda religión.“
„Si se abarca de un vistazo todo el sistema, entonces podremos
designarlo ciertamente una recopilación de todas las herejÃas. Si
alguien hubiera planteado la tarea de reunir la quintaesencia de todos
los errores de fe que ha habido jamás, entonces no podrÃa hacerlo mejor
de lo que lo han hecho los modernistas. Es más, ellos han ido más lejos
que todos, y –como ya se ha dicho– han destruido por completo no sólo
la Iglesia católica, sino toda religión.“
„Pero esto basta para mostrar más que claramente cómo todos los caminos
del modernismo conducen al ateÃsmo y a la destrucción de toda religión.
El error del protestantismo fue el primer paso; luego sigue el
modernismo; el final es el ateÃsmo.“(EncÃclica Pascendi dominici
gregis, publicada en la Editorial Verax, CH-7537 Müstair.)
Como se ve, la „Pascendi“ es una mina para todos los que preguntan por
los motivos y los fines de las herejÃas de la „Iglesia conciliar“. Con
esta encÃclica y con el subsiguiente juramento antimodernista de 1910,
PÃo X habÃa asestado un duro golpe al modernismo. Naturalmente, el Papa
santo no podÃa saber que el modernismo acabarÃa triunfando de todos
modos algunas décadas después (Pablo VI eliminó de nuevo en 1967 el
juramento antimodernista, después de que los modernistas hubieran
conquistado el poder). Pero tal vez lo intuyó (mirando al Apocalipsis
XIII, 3). Se relata que advirtió del regreso de este monstruo, que no
mató, sino que sólo habÃa arrojado al subsuelo.
Pues bien, los modernistas, cuya conquista del poder comenzó con la
mayor traición en la historia de la Iglesia –me refiero al cónclave de
1958, con un fuerte grupo de cardenales modernistas perjuros y que
habÃan traicionado el juramento (todos ellos habÃan prestado juramento
antimodernista)–, habÃan conseguido que fuese elegido un cierto
cardenal Roncalli, después de que éste hubiera asegurado que nombrarÃa
de inmediato cardenal a un cierto arzobispo Montini, para que pudiera
ser su sucesor. Apenas habrÃan podido conseguir un triunfo tan fácil y
casi tan completo si los hombres sobre todo del centro y del oeste de
Europa a finales de los años cincuenta y comienzos de los sesenta no
hubieran descubierto que:
a) los horrores de la II guerra mundial y las privaciones de postguerra
ya habÃan pasado definitivamente, y la economÃa y el bienestar general
iban constantemente hacia adelante, de modo que incluso el stándard
vital, ilimitadamente admirado, de los norteamericanos parecÃa al
alcance en el futuro;
b) la ciencia y la técnica habÃan emprendido un auge casi increÃble
(por ejemplo el comienzo de la conquista del universo), de modo que se
tenÃa la impresión de que todo era factible y era sólo una cuestión de
tiempo;
c) aunque el comunismo representaba una amenaza constante, sin embargo,
gracias a la OTAN, y bajo la dirección de los Estados Unidos, parecÃa
quedar limitado al ámbito tras el telón de acero.
En vista de esto, para la mayorÃa de los católicos resultaba más bien
molesto que se les recordara todavÃa las exhortaciones de la SantÃsima
Virgen MarÃa en Fátima a la oración y la penitencia. ¿A quién le gusta
que le recuerden su voto bautismal y las ostentaciones de Satán cuando
cada vez más vecinos tienen una antena de televisión en el tejado y un
coche ante la puerta? Sobre todo teniendo en cuenta que muchos párrocos
y capellanes tenÃan ya estas cosas deseadas. Al fin y al cabo, se
seguÃa siendo creyente, pero como católico no se querÃa vivir a la
larga „en la luna“. En aquella época apenas habÃa nadie que pudiera
sustraerse a la fascinación que despertaba sobre todo la televisión
(desde el comienzo este medio no fue en modo alguno inofensivo, aun
cuando en aquella época no estaba ni con mucho tan degenerado como
hoy). Y de esta manera se estaba demasiado dispuesto a creer a ciertos
prelados y teólogos que proclamaban que el mundo ha entrado en una
nueva época, en la época del cambio y del progreso constantes en todos
los ámbitos, y por tanto también la Iglesia tiene que modernizarse y
adaptarse a los nuevos tiempos, „si es que todavÃa quiere tener alguna
oportunidad“. La instalación masiva de la „cátedra de Satán“ (cfr.
también Apocalipsis XIII, 14-15) en las viviendas de los católicos,
junto con las innovaciones heréticas de la „Iglesia conciliar“, condujo
luego en el tiempo sucesivo a un rápido desmoronamiento de la fe
católica. Pero esta terrible tragedia no combate a las cabezas de la
„Iglesia conciliar“: [...] La „reconciliación de la Iglesia con el
mundo moderno“, que los modernistas siempre ansiaban, evidentemente se
ha alcanzado, en todo caso por cuanto concierne a la „Iglesia
conciliar“ (que sin embargo es sólo una odiosa caricatura de la Iglesia
católica).
Cordiales saludos,
Günter Kabath
* * *
Muy estimado Sr. Heller:
Me asombra que en el último número de EINSICHT, p. 186, usted pregunte
„qué verdad central de la fe niega la Iglesia conciliar““. A ello
respondió ya San PÃo X en la encÃclica „Pascendi“. La „Iglesia
conciliar“ es la realización del modernismo. Este no niega ninguna
verdad concreta de la fe: niega en la praxis la propia fe. Para el
modernismo la fe es una producción, un sentimiento (émanation en
francés) que procede de la profundidad de la conciencia, y asà también
todas las „verdades“ de la fe.
Para el católico, creer significa, como lo formula San AgustÃn: „Cum
assensione cogitare“. También podemos remitir a la frase de Pablo: „Est
autem fides sperandum substantia rerum, argumentum non apparentium.“
„Tener fe es tener la plena seguridad de recibir aquello que se espera;
es estar convencidos de la realidad de las cosas que no vemos.“ (Hebr.
XI, 1) Es decir, la inteligencia participa (ad-herere) de una realidad
que viene de fuera. Esta concepción es totalmente distinta de aquella
que sostienen los modernistas. Por eso, para los modernistas todas las
direcciones de la fe son indiferentes, „si se dijera en una frase lo
que en último término quieren alcanzar los modernistas“. El abad de
Nantes responde: el MRSDU (Mouvement d‘Animation Spirituelle de la
Démocratie Universelle: Movimiento de animación espiritual de la
democracia universal). Ese es el animal de la tierra del Apocalipsis.
Cordiales saludos en Cristo Rey y Señor,
Yves De Moustier, Nimes/Francia
* * *
El error principal del Vaticano II:
extra Ecclesiam salus est
Eberhard Heller
La pregunta es: ¿bajo qué principio se puede subsumir todo el proceso
de las reformas del Vaticano II y su desarrollo posterior (incluyendo
los documentos correspondientes)? Las siguientes explicaciones en
respuesta a ello, pido que se tomen sólo como esbozos de pensamiento,
como una recopilación de puntos concretos, y no como un tratado
desarrollado.
Si los procesos que los reformistas iniciaron y desarrollaron uno los
ha seguido a lo largo de todos los años desde 1965 –y eso son entre
tanto casi cuarenta años–, entonces, en mi opinión, como momento
central de este proceso se ha cristalizado el siguiente principio: la
renuncia a la exigencia de carácter de absoluto de la Iglesia católica
como institución de salvación, una exigencia que atañe a la
autocomprensión habida hasta ahora y que ha sido vigente durante 2000
años, y que hasta ahora la Iglesia habÃa mantenido en su historia
frente a todos los obstáculos: un motivo principal de enojo para la
masonerÃa. Es decir, a la revelación de Dios se le arrebata su
exigencia auténtica de ser la única venida válida de la verdad viva, la
encarnación de lo absolutamente bueno y verdadero. Y se niega que la
Iglesia sea la única portadora y administradora verdadera y legÃtima de
este tesoro de fe. Aquà no se trata meramente de la renuncia a
principios concretos de fe, a determinadas formas litúrgicas o a
determinadas exigencias de validez moral, sino de una determinación
nueva y central de la Iglesia con relación al mundo y a las otras
religiones.
La expresión más rica en consecuencias de esta traición a Dios, a su
encarnación – „y la Palabra se hizo carne“ (Jn. I, 14)– y a la Iglesia
que El fundó, se encuentra en las declaraciones una y otra vez
repetidas de Juan Pablo II. „Creemos en el mismo Dios“, a saber, los
cristianos, los judÃos y los mahometanos, con lo que estas religiones
se equiparan al mismo nivel con el cristianismo, con lo que se
contraviene el mandamiento de Dios: „No adorarás a otros dioses aparte
de MÃ.“ (Primer mandamiento) (Ya he indicado que tal declaración
encierra una apostasÃa implÃcita, pues Cristo ha dicho: „Nadie viene al
Padre sin por mÓ (Jn. XIV, 6), pues „quien no tiene al Hijo, tampoco
tiene al Padre“ (Jn II, 23), porque „yo soy el camino, la verdad y la
vida“.
La relativización de la exigencia de carácter de absoluto de la Iglesia
estaba ya preformada en el modernismo condenado en la encÃclica
Pascendi dominici gregis, de San PÃo X. Como momento determinante, la
renuncia a la exigencia de autoridad de la Iglesia se manifiesta en los
documentos del Vaticano II. En ellos, esta concepción impone que la
Iglesia no es la única institución bienaventurante de salvación. Asà se
dice, por ejemplo: „La Iglesia contempla también con sumo respeto a los
musulmanes, que adoran al Dios único, el viviente y que es en sÃ,
misericordioso y omnipotente, creador del cielo y de la tierra, que ha
hablado a los hombres“ (Nostra Aetate, Art. 3). Además: „Pero la
voluntad de salvación comprende también a aquellos que reconocen al
creador, y entre ellos especialmente a los musulmanes, que confiesan la
fe de Abraham y adoran con nosotros al Dios único, el misericordioso,
que juzgará a los hombres el dÃa del juicio.“ („Lumen gentium“, cap.
16) Tal vez esta idea conductora no siempre esté formulada expressis
verbis, pero recorre todo el desarrollo postconciliar como un hilo rojo.
Se empezó a renunciar a la exigencia de poseer la verdad verdadera,
única, revelada por Dios, y de ser la Iglesia fundada por Dios y con
los poderes plenos, relativizando primero sus verdades y tratando luego
de equipararlas o de ajustarlas con otras concepciones (teológicas), o
renunciando a ellas por completo. Como un precursor de este desarrollo
puede considerarse retrospectivamente el „Pacem in terris“ de Juan
XXIII, y el decreto sobre la libertad de religión, en el que se
conceden derechos de existencia a las demás religiones.
Ya la primera gran reforma litúrgica está comprendida en ello. La
relativización de la fe se expresó ya en el falseamiento de las
palabras de transubstanciación en el llamado N.O.M., en el que, con las
palabras „por todos y para todos“, la salvación de Dios se referÃa a
todos, sin que nadie tenga que preocuparse por obtener esta salvación.
Aquà hay que enfatizar que la oferta de salvación de Dios se dirige
ciertamente a todos, pero no todos la asumen, más aún, muchos la
rechazan directamente. (En último término, el sacrificio en la cruz,
mediante el cual se realizó la expiación y se posibilitó el sello de la
„Nueva alianza“ con Dios, se vuelve superficial, porque no sólo se
niega la apropiación real, sino incluso la necesidad en general del
sacrificio expiatorio.) Asà se renunció al principio central de que la
misa es un verdadero sacrificio expiatorio en cuya concelebración se me
puede vertir la salvación, pero no necesariamente –por eso se dice pro
multis, es decir, los muchos que concelebran el sacrificio y que
quieren apropiarse de los frutos de este sacrificio–, en favor de la
representación de una doctrina de la salvación de todos que ya no exige
la participación (en el sentido auténtico) en el sacrificio, porque
todos –pro omnibus– están ya en la salvación. Se renunció al concepto
de sacrificio en favor de una comida en conmemoración, que al fin y al
cabo también podÃa ser concelebrada por todos los demás –y en aquella
época significaba: por los protestantes–. No en vano, en la redacción
del Novus Ordo Missae trabajaron seis teólogos protestantes, y Roger
Schütz, el antiguo Prior de Taize, dijo que podÃa imaginarse celebrar
también la eucaristÃa (protestante) conforme al N.O.M.
Esta doctrina de la salvación universal encuentra su acuñamiento y su
formulación firme en la primera encÃclica de Juan Pablo II, „Redemptor
hominis“. El „por vosotros y por todos“ se pone en una relación de
fundamentación: porque todos los hombres son redimidos, por eso también
vosotros (cristianos) sois redimidos. Del „por vosotros y por todos“,
en una conclusión inversa, se hace: „porque para todos, por eso también
para vosotros“. Evidentemente, esta concepción dispensa a esta
„Iglesia“ de su deber anterior de hacer propaganda, de hacer misionado,
porque también las otras religiones son vÃas (legÃtimas) de salvación,
y se recorre, justo „modestamente“, el camino de salvación que conforme
a la tradición se considera el (culturalmente) más apropiado,
justamente el „cristiano“. Por eso se puede escribir contra los
cristianos intransigentes de orientación tradicionalista: „Aquellas
[religiones] que se oponen a estas exigencias legÃtimas [del consenso],
están condenadas a reformarse o a desaparecer.“
Esta relativización de la religión continuó con un sincretismo
progresivo y alcanzó su punto supremo en el encuentro de AsÃs el 27 de
octubre de 1986 (al que luego siguieron los posteriores encuentros
interreligiosos, hasta el encuentro en Aquisgrán en septiembre de este
año), donde bajo la guÃa de estos reformadores se invita a todos los
lÃderes religiosos (judaÃsmo, Islam, hinduÃsmo, budismo, etc.),
enfatizando su fe, para que colaboraran en el proceso de paz y en el
desarrollo de la „cultura del amor“ (Juan Pablo II) en el destino de la
humanidad. Piénsese qué inmensa significación se atribuye entre tanto
al budismo y a su representante, el Dalai Lama, que ya no puede faltar
a ninguno de estos eventos interreligiosos. (Nota bene: qué aspecto
ofrece en concreto esta „cultura del amor“, puede verse en la relación
increÃblemente cargada del mundo islámico frente al occidente
supuestamente cristiano.) Los asesinatos de cristianos por parte de
fanáticos islámicos, Juan Pablo II los „recompensa“ besando el Corán,
en el que se recomienda la matanza de los cristianos: un gesto que todo
musulmán sólo puede interpretar como sometimiento a la exigencia del
Corán de supremacÃa y carácter de absoluto. ¡Apenas cabe concebir un
escándalo mayor! Entre tanto, incluso se ha introducido la Sura inicial
del Corán en el misal oficial y modernista de Schott: el jueves de la
duodécima semana del „cÃrculo anual“ se dice: „En el nombre de Dios, el
clemente, el misericordioso. Alabado sea Dios, el Señor de los mundos,
el clemente, el misericordioso, el Señor del dÃa del juicio.“ (Cit.
según UVK año 33, cuaderno 3, mayo/junio 2003, p. 186)
Al final de esta autorrenuncia, está la arbitrariedad teológica total,
la indiferencia, más aún, la pérdida total de la identidad católica.
Reconociendo las otras religiones como de igual valor, como igualmente
legitimadas, como igualmente válidas, el cristianismo se hace
indiferente. Por eso es expulsado al ámbito de la representación
meramente subjetiva, se degrada a momento meramente idealista, al que
le falta todo ser objetivo. Dios ya no es el ser absoluto, sino que
pasa a ser mero momento del sujeto representante. „Dios“ se degrada
finalmente a mero sentimiento. Si lo veo correctamente, el „triunfo“ de
Wojtyla entre los jóvenes podrÃa buscarse en que, con su apelación a un
sentimiento religioso, transmite una idea difusa de Dios, de la que no
parte ninguna obligatoriedad real en el actuar. Aquà se evidencia lo
que querÃa decir PÃo X cuando en la encÃclica „Pascendi dominici
gregis“ escribió: „Si alguien hubiera planteado la tarea de reunir la
quintaesencia de todos los errores de fe que ha habido jamás, entonces
no podrÃa hacerlo mejor de lo que lo han hecho los modernistas. Es más,
ellos han ido más lejos que todos, y –como ya se ha dicho– han
destruido por completo no sólo la Iglesia católica, sino toda religión.“
Por eso, desde un punto de vista sistemático e inmanente, resulta
incomprensible hablar de momentos „separadores“ entre protestantes y
reformistas que no permitan „todavÃa una comunidad eclesiástica
completa“, donde, después de todo, hace ya tiempo que todo creyente
simple ni oye ni sabe ya nada de „separaciones“, por lo que, a sus
ojos, la exigencia de crear una institución única sólo puede ser
consecuente. ¿Pues para qué dos „Iglesias“?
La concepción de la renuncia a la exigencia de carácter de absoluto de
la Iglesia, se expresa también más que claramente en la siguiente
confesión de un reformista francés. El Padre Claude Geffre OP, profesor
en el Instituto Católico de ParÃs, decano de la Facultad de teologÃa de
Saulchoir, director de la Ecole biblique de Jerusalén, escribe en Le
Monde el 25 de enero de 2000: „En el Concilio Vaticano II, la Iglesia
católica descubrió y aceptó que no posee el monopolio de la verdad, que
su oÃdo tiene que estar abierto al mundo, que tiene que hacerse
adoctrinar no sólo por otras tradiciones religiosas, sino también
mediante la nueva lectura de los derechos fundamentales de la
conciencia humana. Todas las religiones tienen que abrirse a este
consenso universal. Todas son llamadas por la conciencia de los
derechos y de la libertad del hombre. Aquellas [religiones] que se
oponen a estas exigencias legÃtimas, están condenadas a reformarse o a
desaparecer. Reformarse significa en este contexto permitir que la
apertura a las exigencias de la conciencia humana moderna no esté en
oposición con la fidelidad al contenido de su revelación.“
La realidad, que aquà se ha esbozado, como realización de ideas
reformistas, significa la renuncia a la auténtica misión de la Iglesia,
a saber, ser portadora y custodiadora de la verdad (de salvación)
divina revelada, y administradora de los medios de gracia (sacramentos)
confiados a ella. Con la renuncia a su exigencia de carácter de
absoluto, se arrebata al mismo tiempo a sà misma toda autoridad: una
pérdida de autoridad que entre tanto se refleja también en la
valoración social de las „Iglesias“. Pero en sus rasgos principales
esto no sólo lo vemos nosotros, sino también cristianos que aún no han
dado el paso de separarse de esta institución.
Contra la renuncia a la exigencia de verdad (y por tanto, en
vinculación con ella, también a la esencia de la exclusividad),
nosotros establecemos la verdad de fe central: Dios se ha revelado, se
ha hecho carne en la segunda Persona, en Jesucristo, la „Palabra“, ha
fundado su Iglesia como Institución de salvación: „extra Ecclesiam
nulla salus“, y ha consumado su obra de salvación con su muerte
expiatoria.
Nosotros los sedisvacantistas hemos afirmado esta verdad, aunque no
obstante sin reconstruir la Iglesia como institución o haber
considerado jamás seriamente esta reconstrucción. No es por
consiguiente ningún mérito que diversos obispos y sacerdotes, que se
hacen pasar por clérigos de la Iglesia católica, y que incluso aún
prefieren la etiqueta de „sedisvacantistas“, prediquen la „fe
verdadera“ o administren los sacramentos válidos, sin pensar al mismo
tiempo en la legitimidad de su aplicación, que sólo podrÃa venir de la
Iglesia autorizada y autorizante, pues todas estas actividades acusan
los presagios sectaristas de no poder o no querer indicar de dónde se
ha obtenido el mandato para ejercer plenos poderes sacerdotales. (Nota
bene: una y otra vez me sorprende qué ingenuidad encuentra uno,
precisamente en clérigos jóvenes, en vista de tales preguntas. Afirman
que trabajan para la Iglesia, sin preocuparse de si ésta existe
realmente, o de cómo podrÃa reanimarse su existencia.)
Dejando aparte los presuntos „guardianes del Grial“ de la fe, que
aunque ven correctamente la realidad, sin embargo no mejoran (no
quieren mejorar) realmente la situación, también en la Iglesia
reformista hay agrupaciones que con toda seguridad aprueban (pueden
aprobar) la posición formulada: renuncia a la exigencia del carácter de
absoluto de la Iglesia. Al margen de aquellos econistas y de aquellos
miembros de la Hermandad de Pedro, que desde puntos de vista
ideológicos no quieren mirar a ciertos temples fundamentales en el
desastre de la institución que pretenden hacer pasar por Iglesia, hay
en ambos grupos muchos (clérigos) que, en el fondo, comparten nuestra
valoración, pero que por falta de un apoyo por nuestra parte no
encuentran (ya) el valor para alzar su voz públicamente. Pero pienso
también en reformistas conservadores que, entre tanto, confiesan
públicamente (en forma escrita) el fracaso del Vaticano II, como por
ejemplo el antiguo obispo Ziegelbauer. Todas estas fuerzas podrÃan
cuanto menos colaborar desde su posición en la propagación de la verdad
fundamental de que la Iglesia es la única institución verdadera y
fundada por Dios, aun cuando no vean del todo, o sólo vean
parcialmente, el estado de desolación teológico-religiosa y el
enjuiciamiento de la situación eclesiástica. (Nota bene: que esta
estrategia no esté condenada forzosamente al fracaso, ha de demostrarlo
el hecho siguiente: entre tanto, escriben para EINSICHT toda una serie
de autores que sólo lentamente se van aproximando a nuestra auténtica
posición, pero que en nuestra aplicación y en nuestros argumentos
aportan una colaboración no insignificante para la aclaración
espiritual de una situación máximamente compleja, que es culpable sobre
todo a causa de la perversión de aquella institución –la Iglesia– que,
propiamente, qua insti-tución, deberÃa custodiar la verdad y la moral.
(Porque no lo hace, la confusión general se incrementa, y la sociedad,
porque no ve este cambio, se ve confundida por culpa de la Iglesia
también en cuestiones socialmente relevantes.) Además se entiende que,
por eso, los desarrollos erróneos en el ámbito social sólo pueden
comprenderse y subsanarse desvelando los errores en el ámbito teológico.
Bajo el aspecto de un dar marcha atrás podrÃa verse también la
declaración „Dominus Iesus“, del puño y letra del cardenal Ratzinger.
Sé que muchos, cuando lean esta afirmación, sacudirán la cabeza y se
sonreirán de mi ingenuidad, pero, pese a todo, hay que ver lo que
sucede también en el campamento del enemigo sin ser en ello de hecho
tan ingenuo como para opinar que Ratzinger se ha pasado al campamento
de los ortodoxos. Al fin y al cabo, a causa de la citada declaración,
ha experimentado una crÃtica muy fuerte por parte de los verdaderos
revolucionarios en su propio campamento. Asà pues, el recién nombrado
„cardenal“ Kasper no ha podido contenerse para tacharla de „molesta“
para el diálogo ecuménico, para calumniar con ello a aquella
institución a la que, después de todo, agradecÃa su nombramiento.
En este contexto me remito de nuevo a lo que escribió Vittorio Messori
en „Corriere della Sera“: „Es unicamente el esquematismo ideológico lo
que conduce a los presuntos „expertos en cuestiones vaticanas“ a
presentar a Juan Pablo II como el abanderado de los „conservadores de
derecha“ y enemigo de los „progresistas de izquierdas“. En realidad,
quien conoce la situación eclesiástica actual, sabe ya desde hace
tiempo que lo cierto es exactamente lo contrario. No son sólo las
tropas lefebvristas las que lo acusan de modernismo, de herejÃa, de
difamaciones blasfémicas y malignas sobre la historia de la Iglesia.
Dentro de las congregaciones, de los secretariados, de los institutos
del aparato católico, crecen el descontento y la sospecha. El libro de
reclamaciones, que ya de por sà es grueso, se llena a diario de nuevas
quejas. No es un secreto que, cuando Juan Pablo II habló en su
consistorio de su deseo de pedir perdón por la „culpa“ de sus
predecesores, la mayor parte de los cardenales rechazó la idea.“
Lo que pretendo, queridos lectores, es hacerles ver que los reformistas
en modo alguno constituyen un bloque monolÃtico sobre el que las
informaciones expuestas resbalan como agua sobre un impermeable. Es una
cuestión de sensibilidad intervenir en discusiones con argumentos
certeros ahà donde se aprecia que nuestros semejantes relatan
abiertamente experiencias negativas que han hecho en el ámbito
religioso. La autorrenuncia de la Iglesia, que tal vez se pueda resumir
simbólicamente del mejor modo en el beso del Corán de Juan Pablo II, es
tan ostensible que también se puede transmitir a personas que, aunque
teológicamente son menos firmes, sin embargo no han olvidado del todo
ciertas ideas y exigencias que la Iglesia tendrÃa que plantear. Además,
la pérdida de autoridad de las „Iglesias“, hace ya tiempo que ha
entrado en la conciencia de nuestra sociedad. Por eso, incluso
directivos y jefes de grandes empresas apoyan los esfuerzos por la
reanimación de la vida espiritual, porque es socialmente necesario,
pensando que todavÃa están reflejando ideas católicas. A causa de este
vacÃo espiritual, también el cardenal Scheffczyk, antiguo profesor de
dogmática de la Universidad de Múnich, a quien se considera conservador
y que „habla de la autodestrucción de la Iglesia“, ratifica a los
creyentes que, con todos estos falseamientos de la fe, dudan de esta
„Iglesia“, es más, que desesperan de ella: „Hay que ser realistas y
conceder, con profunda compasión, que innumerables cristianos se
sienten hoy perdidos, perplejos e incluso decepcionados.“
(„Theologisches“, julio 2002).
Nuestro deber es indicar que una Iglesia que deja de insistir en que
representa exclusivamente la verdad revelada, ya no tiene ningún
derecho de autoridad (la cual, al fin y al cabo, sólo puede legitimarse
asumiendo la responsabilidad para la verdad y su propagación.) Nuestra
tarea es, en vista del fracaso generalizado de los clérigos, cuya tarea
original hubiera sido la reconstrucción de la Iglesia, apelar al menos
a personas interesadas, informarlas sobre la verdadera esencia de la
Iglesia, que es portadora de la verdad absoluta de la revelación, pero
que la „Iglesia conciliar“ ha traicionado ignominiosamente esta misión.
expiatoria.
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