54. Jahrgang Nr. 4 / Juni 2024
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Llamamiento a la unidad de la Iglesia
 
Llamamiento a la unidad de la Iglesia

A sus Excelentísimos y Reverendísimos Sres. y a los queridos fieles

del
Padre Courtney Edward Krier
23 de junio de 2023

En 1982, el Dr. Eberhard Heller ayudó a organizar la consagración del obispo Guerard des Laurier y de los obispos Moisés Carmona y Adolfo Zamora. Estaba en juego la perduración de la Iglesia católica, después de que la Iglesia conciliar hubiera falsificado los ritos consagratorios —la consagración sacerdotal y episcopal—, hubiera abjurado de la fe apostólica y hubiera invalidado la eucaristía y los demás sacramentos. Marcel Lefebvre se negó a defender a la Iglesia. Cuando se descubrió que Achille Liénart —el obispo que ordenó y consagró a Lefebvre— era un masón de alta graduación y un satanista cuyo objetivo era destruir la fe, hubo dudas de si Liénart quiso jamás ordenar sacerdotes y consagrar obispos, lo que puso en tela de juicio las ordenaciones sacerdotales de Lefebvre.

El obispo Thuc hizo ordenaciones con la intención de seguir conduciendo la Iglesia bajo estas condiciones, sin que esas consagraciones pudieran considerarse un acto cismático. Eso plantea la siguiente pregunta por la situación de quienes fueron ordenados en la línea de Thuc:

¿Dónde encontramos hoy a la Iglesia que Jesucristo fundó? Antes del Concilio Vaticano Segundo, la respuesta habría sido simple y admisible: en la Iglesia católica. Hoy día esta respuesta parece absurda, porque lo que hoy se designa como Iglesia católica es la Iglesia conciliar, una Iglesia que por su estructura formal es Iglesia y que se llama católica. Pero no hay duda de que, por falta de fe apostólica y de sacramentos válidos, ya no puede ser la verdadera Iglesia católica.

Pero si no lo es, ¿dónde la encontrará el que busque la Iglesia que Jesucristo fundó? ¿En los grupos y las organizaciones separados de los sedisvacantistas dirigidos por el obispo Mark Pivarunas y en el CMRI? ¿En el obispo Martín Dávila y en el SST? ¿En el obispo McGuire y en Santa Gertrudis? ¿En el obispo sedis-privacionista Geert Jan Stuyver y en el IMBC? ¿En el obispo Donald Sanborn y sus seguidores? ¿En el obispo de la sede Giles Butler y en su grupo? ¿En los numerosos obispos casados y solteros y en los sacerdotes no cualificados, la validez de cuyas ordenaciones es sumamente cuestionable, pero que sin embargo celebran la misa por el rito latino? Estos y muchos más afirman representar la Iglesia católica, e incluso serla, excluyendo a todos los demás. Y desgraciadamente han sido consagrados siguiendo la línea de Monseñor Pierre Martin Ngô-dinh-Thuc. ¡Pero sólo hay una Iglesia! La representan muchos. ¿Es de extrañar que los fieles no quieran tener nada que ver con ellos? ¿Es raro que falte todo afán evangelizador ante la pregunta de con qué autoridad? ¿Quién eres tú, que afirmas ser la Iglesia?

No niego cierta legitimidad a la pretensión de ser católicos que tienen la mayoría de los obispos que han sido consagrados válidamente y se han mantenido fieles a la fe. Pero si aquellos obispos no mantienen la unidad de la Iglesia ni su universalidad, entonces tampoco pueden percibirse los rasgos de la Iglesia —una, santa, católica y apostólica—. Uno de los argumentos a favor de la Iglesia católica es su nombre (cf. San Ignacio de Antioquía, San Paciano). ¿Pero qué sucede cuando uno afirma ser la Iglesia y resulta que  ella sólo consta de un pequeño grupo, que a menudo sólo cuenta con un obispo o con un obispo y un sacerdote, y que en el mejor de los casos sólo está presente en unos pocos lugares y no en todo el mundo, y además separada de los demás católicos? ¿Qué sucede cuando alguien afirma que nadie es católico salvo él? ¿No diremos de él lo que decimos de los protestantes, que su Iglesia comenzó con ellos? (Eso sería una señal inmediata de que no son católicos, pues niegan que la Iglesia sea imperecedera y católica.)

En condiciones normales la Iglesia es una institución visible, que se puede ver y encontrar, además de en la proclamación pública del evangelio, en la administración externa de los sacramentos. Como dijimos antes, el obispo y las personas que le están subordinadas son los primeros que deben ostentar los cuatro rasgos de la Iglesia.

Pero si la Iglesia se ha escindido de la Iglesia católica, como muchos grupos que se han escindido y que luego a su vez se vuelto a escindir en varios grupúsculos —como sucede con los protestantes—, entonces ella no es la Iglesia que Cristo fundó. No dicen que hayan abandonado la Iglesia católica. Lo que dicen es que han abandonado a tal o a cual obispo y que han fundado sus propios grupos, pero no se dan cuenta de que lo que están diciendo con ello es que han abandonado a la Iglesia católica. Tiene que haber continuidad. Tiene que haber una sucesión apostólica.

Por último, la Iglesia tiene el deber de cumplir la voluntad de su fundador divino. No es, pues, algo que se pueda postergar, ni tampoco se puede decir simplemente que ha llegado el fin del mundo. La Iglesia tiene el deber de adoctrinar a todas las naciones. Tiene el deber de gobernar a los creyentes. Tiene el deber de administrar los sacramentos.

¿Qué es lo que yo escucho?

Sobre los obispos:
Fieles: La única diferencia entre usted, el obispo, y nosotros los fieles es que usted tiene el deber de administrarnos los sacramentos, pero no tiene autoridad sobre nosotros.

Sacerdotes: La única diferencia entre usted, el obispo, y nosotros los sacerdotes es que usted consagra obispos, ordena sacerdotes y puede consagrar los santos óleos que nosotros necesitamos. Pero usted no nos puede gobernar.

Sobre los sacerdotes:
Fieles: La única diferencia entre usted, el sacerdote, y nosotros los fieles es que usted puede celebrar la misa y administrar los sacramentos, como es su deber cuando se lo pedimos. Cuando usted predica, debe decir lo que nosotros queremos oír cuando preguntamos, o de lo contrario no le ayudaremos.

Como hay muchos clérigos errantes —sacerdotes no legitimados, sin encomienda eclesiástica— que emplean esta forma aceptada de decir la misa y de administrar los sacramentos —aunque con frecuencia de manera inválida—, los obispos deben ser capaces de decirles a los fieles que la administración y la recepción de los sacramentos sólo se puede hacer dentro de la Iglesia, y no fuera de ella. Solo porque uno diga que lo hace en comunidad con la Iglesia, eso no significa que efectivamente lo haga también en comunidad con ella.

El problema del sectarismo no se podrá solucionar hasta que los obispos y los sacerdotes de todas las naciones y de todo el mundo estén dispuestos a reunirse, como hicieron en el Concilio de Constanza, para encontrar una solución vinculante en relación con las decisiones que hay que tomar acerca de la situación de la Iglesia, y para saber cómo habrá que proceder en adelante para conservar la unidad de la Iglesia. No hace falta explicar las innumerables doctrinas que cimentan esto, puesto que todos los sacerdotes y fieles bien informados deberían conocerlas muy bien.

Por último, la petición del Dr. Eberhard Heller se dirige a todos aquellos que quieran ser miembros de la Iglesia única y verdadera, para que se reúnan y trabajen por la unidad católica. No se trata de reunirse para elegir un Papa. Se trata de establecer la unidad en la Iglesia, para que, una vez que se haya alcanzado, se restablezca finalmente lo que Cristo creó, para presentársela a sí mismo como una Iglesia gloriosa, sin mancha ni arruga ni ningún otro defecto, sino santa e intachable (Ef 5:37).

En el nombre de Cristo,

Padre Courtney Edward Krier

 
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