Religión en Méjico
-tan necesaria para la vida como el agua-
Bernhard Heller
trad. Alberto Ciria
Aparte de los pesados vuelos que en tan sólo diez días hubimos de hacer
hasta Méjico y dentro de Méjico, hubo también momentos que me
conmovieron y han quedado en mi memoria hasta hoy. Son momentos que una
y otra vez me instan a comparar la vida religiosa en Europa con la de
Sudamérica, y que me han estimulado a reflexionar sobre mi propio
estilo de vida.
En Europa ha venido ya a ser costumbre seleccionar la religión,
delimitarla: extraer una parte que a uno le „gusta“ e ignorar y
prescindir del resto. La necesidad de religión se muestra sólo en la
Iglesia, no vaya a afectar a una esfera o a una situación en la que
resultara indeseada. Y de hecho hay esferas en las que es más ventajoso
negar la religión. Con ello se ahoga al espíritu de la religión. En
Alemania, la propensión original y enteramente natural a Dios tiende a
ser reprimida. En la vida pública se rechaza sobre todo la religión
católica como lastrosa y anacrónica, y resulta difícil declararse
miembro de esta religión.
En Méjico la religión se adentra en la vida cotidiana y la conforma,
pero sin agotarse en ella. La primera muestra del fuerte enraizamiento
de los mejicanos en la religión la advertí no ya en una iglesia, sino
durante un viaje en taxi. Se trataba de una imagen de plástico de la
Virgen fijada sobre el salpicadero. En Méjico, estas imágenes de Cristo
y de la Virgen se encuentran por todas partes, igual en hoteles que en
bares o en supermercados, están grabadas incluso en mecheros. Esta
aparición de símbolos religiosos en objetos cotidianos podría
rechazarse como una profanación, porque a nosotros tal vez podría
parecernos indigno el lugar y el material, mas aquí se pone de
manifiesto una concepción de la vida religiosa que se diferencia
esencialmente de la europea y que es característica de Sudamérica.
La religión acompaña al hombre en su vida diaria. Está presente y se
introduce en todos los rincones de la vida y participa de todo
acontecimiento, no sólo los domingos de nueve y media a diez y media y
a lo mejor una vez al año en Navidades –si alguna vez se la necesita se
la saca del cajón de la ropa apolillada–: ella abarca todo el curso
diario. Este contacto diario en la religión, que aquí en nuestro país
resulta indeseado, configura la vida no sólo en ámbitos particulares,
sino también en aquellos en los que uno no lo supone pero que también
forman parte de la vida. Es un modo más general de percibir la vida en
su totalidad con todos sus baches y desniveles.
Este es también el primer paso para mantener con vida una religión,
justamente vinculándola con la vida. En Méjico se lleva la religión de
una manera tan viva y se demuestra una proximidad a ella que para mí
era nueva, pero que me ha animado a profesar más aún algo que una vez
me pareció del todo natural.
Religión es participación en Dios, y por tanto algo tan necesario para la vida como el agua.
Seguramente que para esta actitud en Méjico también pueden jugar su
importancia la pobreza general, las carencias materiales o las
precariedades sociales, que hacen que la gente piense de modo más
modesto y aguarde la ayuda de arriba. Pero esto no significa que se
crea en Dios a causa de una situación deficitaria para poder superarla,
sino que más bien es testimonio de una exigencia natural a entregarse a
la voluntad de Dios, y presenta la función de los hombres en la tierra
como una función que conoce su desamparo y su menesterosidad, y que
vive en la confianza en Dios.
Aunque esta actitud vital a nuestros ojos pueda parecer en un primer
momento un tanto ingenua, sin embargo ha comprendido su significación
en la tierra mejor que aquella otra postura que ante Dios sólo sabe
cerrar los ojos. |