ESPERANZAS Y PERSPECTIVAS
DE LOS CATOLICOS MEJICANOS
Dr. Bretislav Klominsky
trad. Alberto Ciria
Gracias a la amable invitación del Dr. Eberhard Heller, editor de la
revista EINSICHT, en Febrero de este año pude emprender, junto con él y
con su hijo, un viaje de diez días a las comunidades católicas
ortodoxas de Méjico, en el que no nos fue posible visitar todos los
centros importantes de la vida católica. Pero la visita a los siete
lugares que escogimos ofrece una visión general lo bastante amplia de
la vida religiosa de nuestros amigos mejicanos. Para ello hubimos de
recorrer cerca de cinco mil kilómetros por aire y por tierra a través
de cinco estados de la federación mejicana.
La impresión que ya teníamos antes de emprender el viaje y que ahí se
vio confirmada: que en Méjico se encuentra por ahora la comunidad
católica sin duda más viva, había sido, pues, acertada. En mi opinión,
la esperanza de un florecimiento y crecimiento de la Iglesia católica
de allá está fundada en dos elementos: en la generación de jóvenes y en
los seminaristas.
Méjico, igual que todo el continente latinoamericano, se caracteriza
por una alta tasa de natalidad, y no otra cosa sucede en las
comunidades de los católicos ortodoxos. Aunque las familias de los
creyentes son por media general muy pobres, sin embargo son también
ricas en niños guapos y cordiales, que, a diferencia de lo que sucede
en Europa con las parroquias en extinción, constituyen una parte
considerable de los participantes en el servicio divino. Otro rasgo
distintivo de las comunidades de allá –totalmente distinto a los usos
milenarios en la República Checa– es la presencia casi siempre de toda
la familia en la Santa Misa... sin la consabida predominancia entre
nosotros de mujeres mayores.
Como ejemplo de ello quiero aducir la ciudad de Hermosillo, al norte de
Méjico, muy cerca de la cual se encuentra también el hasta ahora único
seminario sacerdotal que hay en el país. En la ciudad, los católicos
ortodoxos han construido dos iglesias. Unos ciento veinte niños acuden
a las clases de religión. Tuvimos la ocasión de observar brevemente una
clase de religión. Un clérigo y una joven estaban dando clase a un
montón de niños a cielo descubierto a la sombra del muro de una iglesia
recién construida. El pobre mobiliario de la clase consistía en una
serie de bancos viejos seleccionados, algunas mesas sencillas montadas
a toda prisa, unas veinte sillas de madera cojas y dos tumbonas ya
bastante deterioradas. Una parte de todo ello estaba situada bajo dos
techambres sencillas cubiertas con hojas de platanero. Parecía una
estampa de la jungla centroafricana. Y por todas partes polvo, la
imagen acompañante de esta zona, en la que desde hace años no ha vuelto
a llover. Dicho brevemente: condiciones de clase casi inconcebibles
para nosotros. Y sin embargo no recuerdo haber visto en otra parte
aquella alegría y aquel gozo en los rostros infantiles resplandecientes
e inocentes.
Con la juventud de la Iglesia en Méjico se corresponde también la edad
media de los sacerdotes de allí: los más mayores de ellos fueron
consagrados sólo en la segunda mitad de los años ochenta, y hoy tienen
precisamente unos cuarenta años. El rector del seminario tiene sólo
veintiocho años, y su sustituto es aún más joven. El primado de Méjico,
el obispo Martín Dávila Gándara, es con sus treintaicinco años uno de
los obispos más jóvenes del mundo. El obispo tiene su sede y su
catedral (construida por su predecesor el obispo Carmona) en Acapulco,
centro turístico conocido en todo el mundo, donde lo visitamos con el
Dr. Heller y conversamos con él durante tres días acerca de una futura
colaboración bilateral. El carácter amigable y afectuoso del obispo,
junto con su manera pericial de abordar las cuestiones tratadas,
crearon ya desde el comienzo de nuestro viaje una atmósfera cordial
inusual. Era como si nos conociéramos ya desde hace años.
El mismo recibimiento cordial nos brindaron después otros amigos
católicos mejicanos. Monseñor Dávila nos acompañó con paciencia y
entrega también en los demás viajes por su patria, en los que visitamos
sucesivamente la capital, Ciudad de Méjico, Tampico, en la costa del
Golfo, Hermosillo (con el seminario sacerdotal), al norte del país, y
la segunda ciudad más grande de Méjico, Guadalajara, con sus seis
millones de habitantes. Los conocimientos que adquirimos constatan que
la Iglesia católica en Méjico, a pesar del número en la actualidad
relativamente pequeño de creyentes (yo calculo que poco más de diez
mil), no se está extinguiendo, sino que crece y prospera.
A unos treintaicinco kilómetros de la recién citada ciudad de
Hermosillo, en medio de un desierto árido se levanta el edificio de
planta baja del seminario sacerdotal. Tan sólo un grupo de arbustos,
algunas palmeras solitarias y un cactus grande con muchas ramas dan
vida aquí y allá a esta zona resecada bajo el sol, en la que, según
cuentan sus habitantes, no ha llovido en siete años y donde en verano
se alcanza una temperatura, para nosotros inconcebible, de 45 a 50
grados. Ya durante nuestra estancia, a fines de Febrero, el tiempo en
Hermosillo y sus contornos era similar a nuestra temperatura en verano.
Bajo estas condiciones climáticas tan duras, dieciocho estudiantes de
todo Méjico se preparan en aquel seminario para su oficio sacerdotal.
El encuentro de dos días con los jóvenes teólogos y sus profesores fue
sin duda una de las experiencias más impresionantes de nuestro viaje a
Méjico. Uno se equivocaría si acaso esperara encontrarse con los
rostros aciagos y sombríos de unos alumnos de teología católica que
soportan pasivamente las duras condiciones vitales de su escuela. ¡Todo
lo contrario! De los seminaristas irradiaba una fe profunda, una franca
alegría y un pensamiento sereno, que junto con el aspecto disciplinado
y la elevada inteligencia de los estudiantes indica que aquí están
creciendo los futuros dirigentes de los católicos mejicanos. Quizá sea
precisamente el apartamiento casi total del mundo y las duras
condiciones vitales que hay ahí las que llevan a los estudiantes a unos
niveles altos de autodominio y autoabnegación. Un visitante no tiene la
sensación de estar en el clima propicio de una escuela religiosa de la
zona suave de centroeuropa, sino más bien en la atmósfera de un
monasterio de clausura estricta, donde la vida es acuñada por la
ascesis y la mística.
Justamente estos dos últimos aspectos, desconocidos desde hace ya
tiempo en los seminarios europeos, permiten una esperanza en la
prometedora formación religiosa de los futuros sacerdotes mejicanos. La
pobreza apenas imaginable de algunas parroquias católicas mejicanas,
sobre todo en zonas rurales, no permite ofrecer a sus sacerdotes
confort alguno. Y de esta manera, con la dura formación en el seminario
los futuros clérigos son bien preparados para el futuro servicio
religioso.
Aquí residen las buenas perspectivas para el futuro del clero católico
de la Iglesia mejicana. Cuando dentro de cinco años los seminaristas
actuales reciban la ordenación sacerdotal y el estado numérico actual
de los sacerdotes casi se haya duplicado, no se puede excluir que la
cifra de los católicos mejicanos alcance los varios millares.
Oremos pues firme y sinceramente por nuestros hermanos mejicanos en
Cristo, por Monseñor Dávila y sus sacerdotes, para que el florecimiento
de su Iglesia sea al mismo tiempo para nosotros un ejemplo modélico que
ayude también a nuestras comunidades del continente europeo, hasta
ahora aún pequeñas. |