¿DONDE ESTAMOS?
por
Dr. Eberhard Heller
trad. Dr. Alberto Ciria
„Credo... in unam, sanctam, catholicam et apostolicam Ecclesiam.“
La pregunta dice exactamente: ¿dónde estamos en nuestra lucha
eclesiástica? No es fácil de responder. El nuevo pseudo-conservadurismo
de la llamada „Iglesia“ reformista, que con la persona de Wojtyla y la
opinión pública que lo sostiene dispone de una inmensa capacidad de
sugestión, junto con el descarrío de Ecône conscientemente provocado
por un lado, y por otro lado la inconsecuencia de muchos creyentes
(pero también su ingenuo egoísmo de salvación) y la negativa de la
mayor parte del clero que se ha mantenido ortodoxo a adoptar una
postura desde el punto de vista religioso, todo ello ha contribuido a
que nuestra propia situación eclesiástica se presente como difícil de
comprender. Además de esto, las diferentes valoraciones de las
ordenaciones episcopales administradas desde 1981 no facilitan en las
propias filas el juzgar dónde estamos. Unos exclaman: „¡cisma!“. Los
otros, debido al aseguramiento de la sucesión apostólica –¡Dios
mediante!–, consideran los problemas planteados como ya resueltos. (Eso
debe hacerse luego así: se busca un obispo al que se le pide que
consagre a unos candidatos cualesquiera, que él mismo se trae, pede
stante como sacerdotes, más aún, incluso como obispos.) Es cierto que
el argumento de esta gente es correcto, que la Iglesia, con los
representantes del ministerio, fue fundada como administradora de los
medios de salvación de Dios por mor de la salvación de las almas, y no
al revés, que las almas han sido creadas a causa de la jerarquía –los
legalistas puros que haya entre nosotros tendrían que darse por
enterados de esto–, pero los plenos poderes para la administración de
los medios de salvación Cristo se los ha dado sólo a Su Iglesia, y no a
las innumerables sectas. Ambas cosas hay que verlas siempre juntas: los
sacramentos en sí y la administración legitimada, aunque en caso de
conflicto la salvación debería concentrarse primero en los medios de
salvación.
En vista de la situación eclesiástica aparentemente confusa, ¿qué
posibilidades tenemos de rendirnos cuentas a nosotros mismos sobre
nuestra situación actual y de definir nuestra posición dentro de la
historia de la salvación? Pues en la solución de situaciones confusas y
problemas graves nada perjudica más que el activismo ciego o que un
derrotismo descontrolado, por no decir resignación. A veces uno se
asombra de ver cómo, precisamente en tareas complicadas de este tipo,
aplicando medios de salvación supuestamente sencillos e inaparentes se
llega muy rápidamente a una solución. Por ejemplo nunca olvidaré cómo
en cierta ocasión un historiador del arte, a través del análisis de los
ornamentos típicos, nos descubrió toda la esencia del barroco.
En la confesión de fe apostólica rezamos: „Credo... in unam, sanctam,
catholicam et apostolicam Ecclesiam.“ („Creo en la Santa Iglesia una,
católica y apostólica“, en la fundación de Cristo, que como institución
debe garantizar nuestra salvación.) Las calificaciones de „una“,
„santa“, „católica“ y „apostólica“ definen nuestra fe en la Iglesia.
Nos servirán como criterios para confirmar dónde esta-mos dentro de la
Iglesia y de la historia de la salvación, y qué es lo que hay que
hacer. En lo que sigue, primero se explicarán los atributos para luego
alumbrar con ellos nuestra situación. Estas explicaciones sólo pueden
dejar muy esbozada una respuesta a nuestra pregunta. Con ellas, en
primer lugar debe perfilarse en general este tema, para luego dirigir
la mirada a la tarea que se planteará al final, ante la cual nos
hallamos emplazados y que debería merecer todo nuestro interés.
I. UNIDAD
La dogmática (véase por ejemplo Bartmann, Bernhard: Lehrbuch der
Dogmatik, „Manual de Dogmática“, dos volúmenes, Friburgo 1928) habla de:
a) La unidad en la fe.
b) La unidad en el culto y en los sacramentos.
c) La unidad en la comunidad eclesiástica en su clasificación jerárquica.
El contenido de la fe está depositado por el ministerio doctrinal en el
depositum fidei, que todos los creyentes están obligados a creer. La
visibilidad y la cognoscibilidad de la unidad eclesiástica resalta del
modo más claro en el reconocimiento público del primado del Papa. (v.
Juan 10, 16: „un solo rebaño, un solo pastor“; Mateo 12, 25: „el Reino
de Dios no debe estar dividido contra sí mismo“; I Corintios 1, 10;
Encíclica de Pío IX del 6 de septiembre de 1864, 1685-1687: León XIII,
De unitate Ecclesiae del 29 de junio de 1896, 1954-1962.) La unidad de
la comunidad eclesiástica y la unidad en la fe y los sacramentos se
condicionan recíprocamente: la unidad de la comunidad eclesiástica con
su jerarquía es el garante de la unidad en la fe. A la inversa, la
unidad en la fe y los sacramentos es la cadena que mantiene unificada a
la comunidad eclesiástica en su unidad.
Los pecados contra la unidad de la fe son herejía y apostasía; es
cismático quien actúa contra la unidad de la comunidad eclesiástica y
reniega del primado del Papa.
II. SANTIDAD
La santidad, desde un punto de vista dogmático, significa:
a) Una santidad objetivamente real en la institución de la Iglesia.
b) Una santidad personal como misión para los creyentes.
En la santidad objetivamente real se distingue:
1. Una santidad pasiva concedida mediante consagración (iglesia, altar, objetos litúrgicos).
2. Una santidad activa, en la medida en que puede otorgar la santidad personal (sacramentos, doctrina de la fe).
Por consiguiente, toda la fundación de la Iglesia es objetivamente
santa a través de Cristo, y lo es con todas sus disposiciones, pues es
„Iglesia de Dios“ (v. Apg. 20, 28; I Corintios 1, 2). La santidad
personal se refiere a la posibilidad del perfeccionamiento, concedida
por la gracia del bautismo, del propio querer y obrar según el modelo
de Cristo y sus sucesores, en la pervivencia de Su voluntad
completamente buena y santísima. Esta autosantificación (o mejor dicho,
acción de santificación) queda como una exigencia constante a todo
creyente particular y a la totalidad de los creyentes como comunidad.
Obstinarse en la negativa de progresar en la autosantificación
significa rechazar la imitación de Cristo, y en concreto no amar y no
estar dispuesto a rendir sacrificio.
Me permito incidir sobre ello una vez más: esta autosantificación no
hay que comprenderla en un sentido meramente individual, sino que atañe
también a la comunidad de los creyentes como tal, que mediante el amor
a Cristo y en el amor a Cristo debe cerrar también recíprocamente este
vínculo amoroso. (v. Juan 17, 21: „Que todos sean uno; como tú, Padre,
en mí, y yo en ti, que todos sean uno en nosotros“.) Muchos pasan por
alto esa obligación.
III. CATOLICIDAD
Esta aparece:
a) en una señal interior y
b) en una señal externa.
Catolicidad interior significa la universalidad de la Iglesia como
institución sagrada, en el sentido de que la fe y la vida sacramental
(religio) conciernen a toda nuestra realidad. La fe y la vida religiosa
dan respuesta a todas las preguntas últimas y esenciales, y abren la
posibilidad de una vida totalmente repleta de sentido. Este
omniabarcamiento interior es tal que nadie ha de quedar excluido de la
Iglesia a causa de su origen, medio social, etc. La interna
universalidad de la exigencia y realización de la revelación de Dios
concierne por tanto a todos los hombres y todos los pueblos y rige sin
reservas en todas las épocas.
La catolicidad externa dice que la Iglesia como institución, o bien
como comunidad de fe, se extiende o debe extenderse a todos los pueblos
y a todas las naciones de la tierra. Esta catolicidad presupone
evidentemente la unidad de la Iglesia (en la fe, los sacramentos y la
jerarquía). Puesto que la catolicidad externa es una misión que la
Iglesia debe cumplir en el curso de su historia („id al mundo
entero...“), para cada situación histórica basta con que este fin siga
siendo alcanzable, es decir, que la Iglesia, en cuanto a su
universalidad en el espacio y en el tiempo, tenga por tanto que
presentarse siempre de tal modo que, a partir de ella, su fuerza y su
alteza, su capacidad de expansión y su poder de convicción se vuelva
visible y cognoscible (catolicidad virtual). Aquí se fundamenta, entre
otras cosas, la encomendación misional de la Iglesia. Y no cabe que
alguien se preocupe exclusivamente por la salvación de su alma, que su
esfuerzo se concentre exclusivamente en llegar él solo al cielo, sino
que la fe incluye en sí misma la responsabilidad simultánea por los
semejantes. Es el deber religioso de todos esforzarse con todas sus
fuerzas en abrir también al prójimo el camino hacia la participación en
la vida de Jesús, o bien en conducirle hasta él.
IV. APOSTOLICIDAD
La apostolicidad abarca:
a) El origen (apostolicitas originis).
b) La doctrina (apostolicitas doctrinae).
c) La sucesión (apostolicitas successionis).
La Iglesia es apostólica en la medida en que está erigida sobre el
fundamento de los apóstoles, que ellos recibieron directamente de
Cristo, y en la medida en que este fundamento perdura hasta el fin de
los tiempos en los sucesores de los apóstoles.
Apliquemos ahora los criterios que hemos explicado
a) por un lado a la situación actual de la llamada „Iglesia“ reformista,
b) y por otro a la propia situación eclesiástica.
I. UNIDAD
a) La llamada „Iglesia“ reformista ha abandonado la unidad de la fe en
tanto que representa pública y oficialmente concepciones heréticas
(modernismo, ecumenismo, „misa“ como banquete, etc.: seguidamente se
pueden revisar todos los números de EINSICHT, que documentan de modo
ininterrumpido la renegación de la fe). Piénsese tan sólo en cómo
Monseñor Wojtyla, como jefe de esta „Iglesia“, se imagina la
reunificación con los ortodoxos: para eludir las dificultades que
plantea el dogma de la infalibilidad del Papa, los ortodoxos no
estarían forzados a reconocerlo, sólo la „Iglesia“ romana estaría
obligada a ello por su fe (así lo expuso en su viaje a Turquía). Es
decir, que en favor de la unidad de la comunidad quiere renunciar a la
unidad de la fe. Una unidad en el culto y en los sacramentos no sólo no
la hay como tradición de la Iglesia, sino que ni siquiera la hay
entre ambos. Cada uno de los que dicen ser „representantes del
ministerio“ se construye su „liturgia“ como le conviene, y Pablo VI
todavía se alegró de ello (la „diversidad en la unidad“). En su viaja a
Africa, Monseñor Wojtyla insistió una y otra vez en que a él no le
importaba la disciplina dentro de la liturgia –en la que cada uno
podría hacer lo que quisiera–, sino la unidad de la comunidad
„eclesiástica“. Los nuevos ritos sacramentales están falseados, así que
ya no pueden seguir operando los sacramentos. Habiendo renegado de la
fe, la jerarquía ha caído ipso facto en la ilegitimidad y ha perdido su
función ministerial.
b) Todo nuestro empeño dentro de la oposición frente a los
„reformistas“ se orientaba en primer lugar a la salvación de la Santa
Misa, a la defensa de la verdadera teología misal y a la custodia del
tesoro de la fe. En esta medida, dentro de los grupos de la oposición
se veló por la unidad en los asuntos de la doctrina de la fe y en la
praxis de la administración sacramental como tradición de la Iglesia.
Tampoco se introdujeron modificaciones dentro de estos círculos. Pero
lo que falta es la unidad de la comunidad de los creyentes bajo una
guía jerárquica. Falta (todavía) la cabeza que Cristo encargó para
guiar Su Iglesia, así como obispos y sacerdotes designados (residentes)
para ámbitos determinados. De este modo, no sólo falta la
representación de la unidad de la comunidad eclesiástica, sino también,
y esto es mucho más grave, la encomendación jurídica para los
representantes del ministerio (obispos y sacerdotes) que aún quedan,
que por tanto pueden cumplir sus obligaciones sacerdotales en este
tiempo sin Papa con una referencia inmediata al mandato de Cristo y
cumplirlo legítimamente sólo si lo hacen en relación a la Iglesia cuya
unidad hay que intentar en el orden jerárquico, con el primado papal.
(Sobre una definición más precisa de los derechos episcopales y
sacerdotales en esta situación, aguardamos todavía la anunciada
colaboración de Monseñor Guérard des Lauriers, O. P.)
Considérese por una vez bajo este aspecto eclesiástico la actuación en
Ecône: ahí se reconoce una „jerarquía“ que ha perdido su legitimidad
hace ya tiempo. Con ello se abandona ipso facto la verdadera comunidad
de la Iglesia y se está en situación de cisma, aunque este juicio sólo
cubre un aspecto de su falta; el otro aspecto, aún más grave, es que
ahí se subordinan a quienes destruyen conscientemente la Iglesia, a los
anticristianos, y que esto se hace con pleno conocimiento en favor de
las auténticas intenciones de éstos que se hacen llamar „reformadores“.
Puesto que de este modo en Ecône se trata de impedir al mismo tiempo la
restitución de la Iglesia y su verdadera unidad, en la (verdadera)
administración sacramental ellos actúan sin una encomendación legítima.
Pues sólo a Su Iglesia ha dado Cristo poderes plenos para actuar por
encargo Suyo. Es decir, y prescindiendo del problema de la ordenación
de Monseñor Lefebvre a cargo del masón Lienart, a los creyentes les
está prohibido entonces so pecado recibir los sacramentos administrados
por estos sacerdores (salvo in extremis).
II. SANTIDAD
a) La „Iglesia“ reformista ha destruido la santidad objetivamente real
a causa de las falsificaciones en asuntos de fe y en los sacramentos,
pero también a causa de la supresión de la institución jerárquica que
se lleva a cabo ipso facto a través de tales falsificaciones. La
autosantificación del particular y de la comunidad de fe se ha ido
apagando progresivamente, puesto que se renunció a esta exigencia en
favor de una difusa llamada a la humanidad (humanismo). (El eslogan de
un „cura“: „Hermanos, seguid siendo como sois.“) Del primer mandamiento
(el amor a Dios) ya nadie habla.
b) En el dominio objetivo, en cambio, nosotros hemos preservado la
institución de la Iglesia (como resto: v. § I. UNIDAD), la doctrina de
la fe, los sacramentos en su santidad. Recordando el deber de ser
sucesor de Cristo, es decir, de la autosantificación del particular y
de la comunidad, del perfeccionamiento personal moral y religioso, que
todo aquel que aún sepa lo que significa humildad se golpee el pecho
con fuerza y que confiese sin cesar: „Mea culpa...“
III. CATOLICIDAD
a) Cuando se favorece el falso ecumenismo, como hizo Monseñor Montini,
como hace Monseñor Wojtyla („Redemptor hominis“, „servicios divinos“
comunes con anglicanos) (nota bene: para crear la religión unitaria del
mundo), se renuncia a la exigencia de universalidad de la Iglesia. Una
„Iglesia“ semejante se convierte eo ipso en un mero partido... entre
otros que se reconocen como igualmente justificados, con lo cual se
renuncia a la exigencia de la Iglesia de ser la única que santifica.
Puesto que de este modo falta la catolicidad interna, también se pierde
el encargo misional.
b) Preservando el tesoro divino revelado por Dios, nosotros hemos
conservado también su catolicidad interna. La renegación de la
jerarquía, que ha seducido y arrastrado consigo a la mayoría
predominante de los creyentes, y además también la traición de
Lefebvre, que bajo la máscara de la ortodoxia sigue el plan de capturar
para la Roma renegada a creyentes ignorantes y confiados y que ya ha
diezmado las filas de los creyentes, han provocado una disminución en
el ejército de los católicos creyentes. Restos de comunidades que se
confiesan pertenecientes a la Iglesia de Cristo y su fundación (fe y
sacramentos) o grupos desligados quedan todavía en Europa, Sudamérica,
Norteamérica, Africa, India, Australia y Nueva Zelanda. Pero como falta
la unidad jerárquica, no es posible presentar de modo visible la
catolicidad virtual, es decir, la alteza y la fuerza de la Iglesia...
toda vez que clérigos que no han renegado de su fe ocultan su posición
eclesiástica por oportunismo o por cobardía.
IV. APOSTOLICIDAD
a) Desde sus convicciones fallidas, la „Iglesia“ reformista no puede
apelar a los apóstoles. Cuando mueran los obispos ancianos que, pese
haber sido ordenados válidamente, participan en cambio del curso de la
reforma, se habrá extinguido la sucesión apostólica, puesto que el
nuevo rito de la ordenación sacerdotal es inválido (cuanto menos
sospechoso en gran medida).
b) Con la confianza en la asistencia divina, y gracias a la actuación
de Monseñor Ngô-dinh-Thuc, pudo salvarse la amenazada sucesión
apostólica –si es que está dispuesto en el plan salvador de Dios–.
Mediante una sujeción a la tradición también se preservó la
apostolicidad en cuanto a la doctrina y el origen.
Permítaseme añadir aún una explicación sobre las consagraciones
episcopales. En ciertos círculos se discutirá también en el futuro
sobre el problema de la autorización de las consagraciones
administradas (contra el § 953 del Código de Derecho Canónigo). Todavía
se podría objetar que no habría que temer tanto tiempo el peligro de la
extinción de la sucesión, dado que en la „Iglesia“ reformista aún
habría obispos ordenados válidamente que serían capaces de una
conversión. Con ello se señala a los oportunistas que se encuentran
entre los obispos reformistas, como Monseñor Graber, Monseñor Siri,
etc. También se dice que el proceso contra el „Papa haereticus“ sólo
puede ser iniciado por un obispo residente. Ninguno de nosotros puede
excluir la posibilidad de que un obispo reformista (ordenado
válidamente) retorne a la Iglesia verdadera y se convierta. Pero aunque
así fuera, de ahí no podría resultar ninguna diferencia fundamental
respecto de las consagraciones episcopales administradas por Monseñor
Ngô-dinh-Thuc y el status de estos obispos, ni tampoco respecto de la
restitución de la jerarquía eclesiástica. La opinión de que en la
„Iglesia“ reformista los cardenales o los obispos „residentes“,
ordenados válidamente (que fueron nombrados por Pío XII), conservarían
tras su conversión su posición ministerial en la jerarquía es falsa. El
ministerio perdido a causa de su traición a la fe no lo volverían a
obtener tras una conversión que tendría que anunciarse públicamente
(mediante una abiuratio). Por tanto, el problema de destituir al Papa y
elegir uno nuevo, al igual que el de una reconfiguración de la
jerarquía, tan sólo se habría desplazado. Pues la „Iglesia“ reformista
como tal no es por sí misma capaz de restituir.
V. RESUMEN
a) La „Iglesia“ reformista no tiene ni unidad, ni santidad, ni
catolicidad, y está a punto de perder la sucesión apostólica: es una
pseudo-“Iglesia“, una mera secta, bien que con una organización rígida,
una estructura jurídica y un influjo dominante sobre la vida pública...
y una cohorte de pseudo-ortodoxos de cuño lefebvriano. Piénsese una vez
más en lo que pretenden los econistas, al margen de sus intenciones
subjetivas: sometimiento a una secta y coexistencia con la herejía y la
apostasía, con lo que a este nivel están practicando el mismo
ecumenismo que reprochan a Montini y a Wojtyla.
b) ¿Pero dónde estamos nosotros? Con esto retornamos por fin a nuestra
pregunta. Si se prescinde por un momento del estado desolado por cuanto
concierne a la autosantificación de la comunidad eclesiástica y a una
catolicidad externa que se va desvaneciendo, el problema principal en
nuestra situación actual sigue siendo reconquistar la unidad como
comunidad de fe estructurada jerárquicamente. Esto significa el
cumplimiento de las siguientes tareas: destituir al „Papa haereticus“,
condenar las herejías y a los herejes, elegir un nuevo Papa,
reconstruir la jerarquía y que la Iglesia se autoafirme como comunidad
eclesiástica jurídica y visible que presente la alteza y la excelsitud
de la revelación divina. Por cuanto respecta a la autoafirmación como
Iglesia de los grupos en el subsuelo religioso, acerca del lamentable
comportamiento en particular de clérigos tradicionalistas hay que hacer
una indicación: quien quiera saber si un sacerdote se confiesa
perteneciente a la Iglesia verdadera, que cuando se de la ocasión le
pida que expida un certificado sellado de matrimonio y que celebre el
matrimonio, o que se intente recibir un certificado de bautizo junto
con el bautizo, pero en este orden: certificado sellado y luego el
sacramento. El resultado sorprenderá seguramente sólo al inexperto: la
mayor parte de las veces todo falla ya con el „sello“. Estos clérigos
remiten a la „Iglesia“ reformista para que uno reciba sacramentos
inválidos o dudosos, o en todo caso invitan al sacrilegio, porque la
secta reformista (todavía) tiene el „sello“.
Se podría objetar: hasta ahora hemos tenido que renunciar a la
organización jerárquica y constituida jerárquicamente (léase „sello“);
también en el futuro podemos seguir renunciando a ella, puesto que
tenemos los sacramentos, la fe y la sucesión. A ello respondo: ¡No
podemos renunciar a eso! Al margen de que se perdería la catolicidad
externa, la administración de los medios de salvación Cristo la ha
transmitido a Su IGLESIA, que tiene que hacerlo en el modo que EL ha
ordenado. Cristo ha creado SU IGLESIA como institución sagrada, y no
sólo como una comunidad confesional que se caracterice porque todos
sostienen las mismas opiniones (teóricas) sin constituir una auténtica
comu-nidad de vida (como por ejemplo los protestantes). Esta
institución ha sido creada como una, y no como una pluralidad de
sectas. Si se renuncia a la restitución de la Iglesia como organismo
estructurado jerárquicamente, a causa de intenciones sectaristas se
pierden los poderes plenos para administrar y recibir legítimamente sus
medios de salvación, los sacramentos. Aparte de esto hay además otros
puntos muy decisivos. Ya se dijo al principio que el garante para la
unidad en la fe es la unidad de la comunidad eclesiástica con su
cabeza, el Papa. Sin un ministerio doctrinal supremo que sea vinculante
en sus decisiones dogmáticas, la unidad de la fe está en peligro. Pues
en el futuro aparecerán seguramente nuevos problemas que tendrán que
resolverse desde la fe. ¿Quién nos da una respuesta autorizada (por
Cristo)? Sin una verdadera autoridad existe el peligro, obviado por la
mayoría, de derivar hacia un protestantismo involuntario. Un problema a
propósito del cual resalta del modo más claro la falta de jerarquía es
la tan citada desunión y división entre los tradicionalistas. Al margen
de las organizaciones que trabajan solapadamente para engancharse a
Roma (Ecône) o para desmembrar los grupos de la oposición –con las que
jamás podrá haber unión– y de diferencias personales, la unidad que
falta tiene su causa en la jerarquía (todavía) no (re-)construida. En
el futuro tenemos que orientar nuestra atención al restablecimiento de
la unidad jerárquica de la Iglesia que hay que alcanzar bajo la guía
pastoral de los sacerdotes y obispos. La cuestión de quién pertenecerá
a la Iglesia verdadera lo decidirá lo que cada uno quiera aportar para
esta unidad, o bien para su construcción, que también puede hacerse en
etapas. ¡Ya no basta con el mero rechazo de los llamados „N.O.M.“,
Wojtyla y Lefebvre!
¿Dónde estamos ahora?
EN LA BIFURCACION ENTRE EL SECTARISMO Y LA IGLESIA VERDADERA.
(EINSICHT, 13. año de inicio, No 1, Mayo 1983, pág. 53 pp.
dirección: Postfach 100540, D - 80079 München)
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