54. Jahrgang Nr. 7 / Dezember 2024
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Alla ricerca dell’unità perduta


Ausgabe Nr. 2 Monat Mars 2002
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Ausgabe Nr. 8 Monat December 2002
La sede apostolica


Ausgabe Nr. 7 Monat Diciembre 2001
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Ausgabe Nr. 7 Monat Diciembre 2001
LA IGLESIA CATOLICO-ROMANA EN LA DIASPORA


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LA VALIDEZ CE LOS RITOS POSTCONCILIARES CUESTIONADA


Ausgabe Nr. 13 Monat April 2008
BIBLIOGRAFIA: VALIDEZ CUESTIONADA DE LOS NUEVOS RITOS POSTCONCILIARES


Ausgabe Nr. 14 Monat Mai 2008
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Ausgabe Nr. 14 Monat Mai 2008
EL PROBLEMA DE LA RESTITUCION DE LA JERARQUIA CAT. 1.Cont


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DICTAMEN SOBRE UNA ELECION PAPAL EN LAS PRESENTES CIRCUNSTANCIAS


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Ausgabe Nr. 3 Monat März 2024
Mi encuentro con Su Excelentísimo y Reverendísimo Arzobispo Pierre Martin Ngô-dinh-Thuc


Ausgabe Nr. 3 Monat März 2024
Il mio incontro con S.E. l´Arcivescovo Pierre Martin Ngô-dinh-Thuc


LA IGLESIA CATOLICO-ROMANA EN LA DIASPORA
 
LA IGLESIA CATOLICO-ROMANA EN LA DIASPORA
-¿FICCION O REALIDAD?-


Prof. Dr. Diether Wendland
traducción de Dr. Alberto Ciria

BREVE HISTORIA PRELIMINAR 1)

Cuando, poco después de haber sido elegido, el Papa Juan XXIII anunció la convocatoria de un „concilio ecuménico“, para lo cual supuestamente le había „inspirado“ o „iluminado“ el Espíritu San-to de una manera especial, y cuando después comenzó también a celebrarlo, evidentemente ninguno de los „padres conciliares“ que se habían aprestado a acudir a Roma advirtió que este supuesto „Papa“ era en realidad un hereje manifiesto. [...] Pues en principio un concilio convocado por un Papa de la Ecclesia romana no prescinde de la „assitentia divina“, es decir, de la ayuda o de la asistencia del Espíritu Santo en todas las discusiones y decisiones en cuestiones morales y de fe. [...] Todos los obispos siguieron voluntariamente, sin reticencias y con alegría la llamada de un hereje manifiesto a la celebración de un concilio universal, con lo que se sometieron a su „autoridad“. Este hecho era ya bastante „patético“, pues hasta entonces no había sucedido nada semejante en la Iglesia católica.

Para advertir hasta qué punto los obispos se equivocaron en su valoración de Roncalli, citamos un comentario del „cardenal“ Döpfner, presidente de la Conferencia Episcopal Alemana: „Yo y muchos otros esperamos confiadamente en que un día podremos venerar al Papa Juan como santo de la Iglesia.“ Pues, como dijo Döpfner en un discurso radiofónico, Roncalli „no pensaba en lo más mínimo en tocar los dogmas y ni siquiera los principios fundamentales de la Iglesia. De su ascendencia campesina, que tan a menudo le gustaba confesar, había recibido una sensibilidad extremada para el valor de lo transmitido, incluso para las pequeñas cosas.“

Este discurso tranquilizó a los „creyentes“ conservadores que en unos sitios y otros estaban ya algo intranquilos. [...] Pero la mayoría de los católicos, tanto seglares como clérigos, lo creyeron, es decir, incluso llegaron a tomar tan burda falsedad como una verdad, pues en ninguna parte se oyó una protesta pública, por no decir ya un movimiento de protesta frente a semejante monstruosidad (al margen de una acción posterior en Múnich con carteles a cargo de „Una-Voce, Gruppe Maria“, en la que Döpfner fue denigrado junto con otros herejes precisamente a causa de ello). Pero un bombardeo de herejías promovido „desde arriba“ que duraba ya más de diez años no podía quedar sin efectos.  Pero las herejías son las puertas del infierno, porque traen como consecuencia la pérdida de la salvación. [...]

RONCALLI Y SU „CONCILIO DE ILUMINACION“

Fueron sólo unos pocos, mejor dicho, sorprendentemente pocos –y había muchos indicadores inequívocos de ello–, los que ya poco después del inicio de aquel llamado „Concilio pastoral“ que quería hacerse cargo del „espíritu impuro del mundo“ (en sentido bíblico) advirtieron el hecho de que Cristo, el SEÑOR de la Iglesia, había retirado de un concilio universal la „assitentia divina“. ¿Pero por qué? Bueno, también para hacer ver en general, y en particular a los cristianos católicos, lo que hoy en día representa un „episcopado general católico“ como tal. No obstante, en el ámbito del conocimiento por la fe esto era al mismo tiempo una gracia para muchos, y un don de gracia de Cristo que había de ayudar a muchos, en la medida en que fueran hombres „de buena voluntad“, a depositar también su confianza de fe ciega (fiducialismo) en los obispos, lo cual sólo había sido inculcado. Pero a una confianza ciega, igual que a una fe religiosa ciega, le falta el conocimiento intelectual y el pensamiento crítico intelectivo-racional. Por este motivo, a propósito de esto ya antes se hablaba con razón de una „enfermedad católica“ muy extendida, que se había propagado igual que una epidemia. Más tarde, este débil enfermamiento se convirtió en una enfermedad mortal en sentido religioso. Pero si se extingue la vida sobrenatural, que sólo es posible a partir de la gracia divina, entonces uno ya no lo advierte en ella misma, sino sólo en las consecuencias que tal cosa tiene sobre la naturaleza humana en su dimensión espiritual. Nadie, ni siquiera el más piadoso, tiene antes de morir el don de gracia de la vida sobrenatural en una posesión definitiva. Por eso enseñaba San Pablo que „hemos de trabajar por nuestra salvación con (no „en“) temor y temblor“ (Fil. 2, 12).

Cuando un concilio universal cae en la herejía o engendra herejías, de ahí no se sigue que sea un pseudo-concilio o que no haya sido un concilio, sino que de ahí se sigue que todos los obispos „católicos“ y sus camarillas, como representantes de este concilio, ya eran herejes y habían apostasiado de la Ecclesia romana apostólica. Pero esta apostasía engendró a su vez en sólo tres años la monstruosa criatura de la „Iglesia conciliar romana“, que se manifestó y obró no sólo en Roma, sino en todas las diócesis. Su primer caudillo fue Roncalli, quien incluso se quitó la tiara para que los creyentes, también a nivel mundial, „vieran para creer“, es decir, no sólo los católicos de y en Roma. La televisión y las revistas hicieron todo cuanto pudieron. [...]

Si uno quiere ver con claridad una catástrofe eclesiástica –y lo mismo sucede con una catástrofe política–, hay que tener a la vista su comienzo real y tratar de entrever su causa principal, pues de otro modo tampoco se entienden las consecuencias reales que algo así produce. Si no hubiera habido un „Concilio Vaticano segundo“, entonces sólo habría habido que ocuparse en primer lugar de un Roncalli y de su camarilla. Pero la propaganda diseminada por todas partes de un „concilio reformista“ inminente despistó a muchos. „Ningún hombre racional puede ser contrario a las reformas“, decía el lema. Pero a los católicos creyentes no les gusta que sus hermanos de fe les tengan por tontos y reaccionarios porque se supone que „no se enteran de los signos de los tiempos“ y que „viven toda-vía en otra época“. [...]

En aquel momento, por ignorancia o por falta de conocimiento, muchos confundieron un cuerpo episcopal herético, que era „visible“ a nivel mundial, con el „pequeño ejército“ (en sentido bíblico) de Jesucristo, pese a que éste no era en absoluto „visible“, ni en su totalidad ni en sus partes.2 Se planteó ya no solamente la pregunta acerca de qué sucede en la Iglesia católica, sino la pregunta acerca de qué sucede con ella. Todo se removió y se mantuvo también en un cambio continuo. ¿Por quién? Sólo por el clero, pues los seglares no tomaban parte en ello, y la masa del pueblo de la Iglesia católica era demasiado desidiosa como para dejarse mover. Siguió aferrada a su estéril „catolicismo de medio“ que le había sido transmitido y que sigue perdurando hasta hoy día. [...]

EL RECHAZO Y LA DESTRUCCION DE LA APOSTOLICIDAD

Apenas murió y fue enterrado Pío XII, que fue odiado por muchos y que es hasta ahora el último Papa –más tarde Roncalli, „horribile dictu“, habría de ser enterrado junto a él–, por todos los rincones de la Iglesia católica alzaron sus cabezas personas bastante extrañas, y sobre todo misticistas (casi exclusivamente de corte mariano ingenuo), los llamados „agraciados“ con unas „iluminaciones“ especiales, falsos profetas y carismáticos, pero también reformadores del culto y de la liturgia, e incluso teólogos „católicos“ que cuestionaron abiertamente dogmas de la Iglesia o los declararon superados. Pero todas estas cosas malas que oscurecieron la imagen de la Iglesia católica aparecían por todas partes, no podían ser obviadas, y fueron advertidas incluso por no católicos –y no sólo siempre con una alegría por el daño ajeno, sino también con duelo–. ¿Pero cuál era la causa de semejante mal? Algunos opinaban que la causa era la vacancia de la silla apostólica que se había producido y que todavía perduraba. Pero eso no podía ser cierto. Pues tal vacancia no impide la actuación del Espíritu Santo en la Iglesia de Jesucristo, aparte de que el Espíritu Santo, que fue enviado hace ya tiempo, „sopla donde él quiere“, pero no donde cierta gente quiere.

Así pues, la verdadera causa estaba en otra parte, pero dentro de la Iglesia católica, y no fuera de ella. De hecho, la causa para semejante mal no era otra que las herejías que se habían propagado y que actuaban en el cuerpo social de la Iglesia católica. La vacancia de la silla apostólica que se había producido y que perduraba era sólo el detonante para su aparición a la luz pública. Por eso no hay que valorar esta vacancia siempre sólo de modo negativo, sino que hay que tratar de entender su sentido. Porque nada sucede sin la voluntad de Dios, el único que sabe por qué y con qué fin permite el daño físico y también el moral (el mal). Sólo aquellos que ni advirtieron ni comprendieron el sentido de la permanente sedisvacancia (desde Roncalli hasta hoy) se escindieron luego en dos aparentes posiciones dialécticas: los tradicionalistas y los progresistas, o bien los viejos conservadores y los neomodernistas, sin darse cuenta de que ya se encontraban en la „Iglesia conciliar romana“ y que habían sido absorbidos por ella. [...]

Ya en vistas del „concilio reformista“ inminente, y que no podía ser un Vaticano segundo porque fue convocado por un hereje, todos aquellos que veían venir con gran preocupación este „acontecimiento mundial espiritual“ se plantearon en su momento la atormentante pregunta: una vez terminado este „concilio“, ¿cuántos de los representantes de la Iglesia católica (clérigos y seglares) seguirán fieles y constantes en la Iglesia romana apostólica, para heredarla y transmitir su auténtico tesoro doctrinal? [...] Pues todos los agitadores que desde hacía ya tiempo se habían estado reforzando para un concilio reformista universal (sus cabecillas podían verse incluso en programas de televisión que informaban sobre el „concilio“) tenían como propósito provocar una ruptura radical con la apostolicidad de la Iglesia católico-romana. Este era el sentido de la proclama que decía que había que „volver a repensar todo de nuevo“ y „atreverse a abrir nuevos caminos“. Todos los „signos de los tiempos“ apuntarían también en esta dirección. Y de modo consecuente se habría de decir más tarde que „nadie debe retroceder hasta antes del Concilio“, precisamente porque éste había establecido un „comienzo absolutamente nuevo“. El católico medio, tanto si era laico como clérigo, quedó impresionado por ello e incluso llegó a tomarlo como razonable. Aparte, estos „reformadores“ radicales eran muy con-scientes del hecho innegable de que, acerca de la apostolicidad de la Iglesia, la mayoría de los católicos no tenía ya noción alguna, o bien sólo conceptos muy difusos, de modo que no podían advertir la herejía ni siquiera cuando en la misa dominical los reformadores, en una confesión que lo era sólo de palabra, farfullaban: „Credo [...] appostolicam Ecclesiam“. Unos no sabían exactamente de qué estaban hablando, mientras que otros sabían con toda certeza que estaban pronunciando una mentira herética. Pero unos y otros estaban celebrando ya la Santa Misa „una cum Roncalli“...3

DE CAMINO A LA DIASPORA

El intento de destruir la apostolicidad de la Iglesia católico-romana –¡la sangre de los apóstoles Pedro y Pablo derramada en martirio clamaba ya al cielo!– por la vía de un concilio universal (tampoco podía ser de otro modo, y concretamente a causa del Concilio Vaticano primero, pues éste excluye la posibilidad de un cisma sin herejía) tuvo que conducir forzosamente a que esta Iglesia fuera desplazada primero al límite de la sociedad, y luego ya al subsuelo, para pasar a ser finalmente una „Iglesia en la diáspora“. Se la puede designar también como una Iglesia católico-romana en la diáspora. Este estado doloroso de la situación de diáspora de la antigua Ecclesia romana se hizo ya más o menos visible tras la „solemne terminación“ del „Concilio“ (primera pausa en octubre de 1.965), cuando ya no había duda alguna de que todas las sillas episcopales estaban ocupadas por heresiarcas, que, en el „espíritu del Concilio“, comenzaron a „apacentar“ al pueblo de la Iglesia católica en un „nuevo espíritu“ con ayuda de su clero, es decir, de los clérigos que les prestaban oídos, para poder incorporar el mayor número posible de cristianos católicos a la „Iglesia conciliar romana“. [...]

Sólo que los miembros „vivos“ (en oposición a los „muertos“) de la Iglesia católico-romana en la diáspora no perdieron su perspectiva cristocéntrica, y además advirtieron que una Iglesia en la diáspora no pierde en absoluto su apostolicidad (como algunos se temían), sino que a este respecto sólo puede ser vulnerada, bien que también muy gravemente. Por eso hay que plantearse también la pregunta no tan fácil de responder de hasta dónde puede alcanzar este daño. Pues la apostolicidad de la Iglesia de Jesucristo no es destructible, porque no fue uno cualquiera, sino Cristo quien fundó Su Iglesia y la „edificó sobre el fundamento de los apóstoles y los profetas“, tal como enseñó San Pablo (Efesios 2, 20). Esto lo saben todos los miembros vivos y los representantes de la Iglesia católico-romana en la diáspora, y por eso están en una oposición radical a la „Iglesia conciliar romana“ y sus representantes. El fin del año 1965 estaba ya bajo el signo de esta oposición, y marcó también el comienzo del camino de espinas a la diáspora. Pero en aquel momento se planteó también la pregunta acerca de cuántos seguirían este camino no sólo con valentía y entera conciencia, sino que además harían lo necesario y lo correcto para sobrevivir ellos mismos y sobrevivir con otros. No es tan sencillo soportar y resistir una situación eclesiástica de diáspora, sobre todo si ésta ha de sobrellevarse a lo largo de varias generaciones. Quienes en 1965 eran viejos, hoy, en 1990, ya han muerto.

GRANDES DEBILIDADES DE LA RESISTENCIA

Tras la muerte de Pío XII en 1958, muerte que para muchos dejó un extraño vacío de modo incluso evidente, aunque el duelo por esta „roca en el oleaje“ era grande y general entre los católicos ortodoxos, la Ecclesia romana apostólica, de modo inadvertido para la gran mayoría de los creyentes (lo que era comprensible), fue adoptando cada vez más el carácter de una Iglesia en la diáspora, que ya se hizo „visible“ siete años más tarde (1965). Pero con ello no se modificó su naturaleza, sino sólo su estado y su situación en su recorrido a través del tiempo. Por otra parte, tras haber advertido esto, se planteó la pregunta de cómo sería su estado al final de este recorrido si no se encontrara un remedio al mal de la situación de diáspora para acabar con ella. ¿Conducía todo aquello al estado y a la situación (y fundamento) vital que expresan las palabras de San Pablo: „un [único] Señor, una fe [verdadera], un bautismo [sacramental]“? (Efesios 4, 5) ¿O lo que había al final de este recorrido era un estado eclesiástico tal como describe San Juan en el capítulo 12, 13-18 del Apocalipsis? La „mujer“ de la que ahí se habla no es María, sino la Iglesia de Jesucristo perseguida, que (todavía) pudo huir o escaparse a un „desierto“, „donde se alimente [...] lejos de la serpiente“, de modo que el dragón se enfureció y se marchó „a guerrear contra el resto de su descendencia, los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen la fe en Jesús“.

Pero todavía no se ha llegado al extremo de que la situación de diáspora signifique un „desierto“ en el que los fugitivos y los perseguidos se vean condenados a vivir ya sólo de los dones del desierto. Todavía existe la posibilidad de forjar armas, de llamar a orden de combate [...] y de alzarse con espadas afiladas frente al enemigo inmediato, que se ha congregado en la „Iglesia conciliar romana“. Este enemigo, si se lo quiere describir con imágenes simbólicas del Apocalipsis, no es un „dragón“ ni una „bestia al servicio del dragón“, y ni siquiera un escorpión gigante cuyo aguijón hubiera que temer, sino sólo una enorme rana de color mutante, hinchada y de colores brillantes, que se alimenta de moscas y gusanos y que tiene una enorme boca que sólo escupe pseudoprofecías y promesas absurdas. Así suena sin interrupción ya desde Roma y a partir de 1965 el „urbi et orbe“... También una Iglesia católico-romana en la diáspora tiene que tener una clara imagen de su enemigo, pues de otro modo lucha sólo contra molinos de viento y deja de ser una „Ecclesia militans (et viva)“. [...] Pero también llegará el día en que los luchadores de la resistencia se cansarán y perderán sus fuerzas porque ya han consumido sus energías. Serán clavados en cruces invisibles. [...]

La debilidad de la Iglesia católico-romana en la diáspora, que casi semeja ya un desvaimiento y que ya se evidenció en el proceso de su surgimiento entre los años 1962 y 1969, no era debida a la permanente vacancia de la silla apostólica [...], sino sobre todo a tres factores negativos que aparecieron clamando remedio sobre todo en el ámbito de las diócesis, o sea, por así decirlo „directamente en el lugar del suceso“:

1. La falta de una forma especial de organización (pues la Iglesia es también una formación social de índole religiosa) que fuera adecuada a una situación generalizada de diáspora y que pudiera ser realmente de utilidad para, en interés de muchos, evitar, más aún, oponerse a un sectarismo de grupos y grupúsculos que ya antes se había dado de modo latente.

2. La falta de una junta central (no nacional, sino) regional (por ejemplo para el ámbito de habla alemana) de católicos con formación teológica, que estuviera provista de determinadas facultades para poder ordenar la vida de una Iglesia en la diáspora mediante líneas directrices e indicaciones de propósitos, y a la que también los creyentes pudieran acudir inmediatamente tanto con preguntas religiosas como referentes al derecho eclesiástico, para fortalecer su situación y no sentirse tan abandonados.

3. La falta de catequistas apropiados para adolescentes y jóvenes adultos que estuvieran ya en situación profesional y laboral, totalmente al margen de la problemática que en una situación de diáspora surge forzosamente en un matrimonio y una familia católica. Pero para una auténtica catequesis de adultos, los sacerdotes resultaban por lo general totalmente inapropiados, porque no estaban formados para ello, tal como ya antes era conocido entre los entendidos. Sólo algunos laicos con formación teológica que también trabajaban en la formación de adultos y conocían sus problemas era apropiados para ello. Pero por desgracia eran sólo unos pocos los que hubieran podido desempeñar estas tareas. Pero no obstante había estos pocos, para por lo menos dar un paso común en la dirección correcta. La llamada catequesis infantil podría haberse encomendado con toda tranquilidad a los padres, puesto que los católicos ortodoxos en situación de diáspora saben cuáles son sus obligaciones.

„ESPERAR CONTRA TODA ESPERANZA“

No es sólo desde hoy que en el ámbito general de la Iglesia católico-romana en la diáspora se plantea la atormentante cuestión de si las tres causas principales de su debilidad que se han señalado antes pueden subsanarse todavía. Yo, al igual que otros, pienso que después de veinticinco años de propósitos fallidos y de experimentos desatinados ya no es posible, a no ser que ocurriera un milagro especial, y en concreto a través del mismo SEÑOR y CABEZA de la Iglesia, en tanto que el subsanara de alguna manera esta debilidad, puesto que en último término es una flaqueza general y que en su mayor parte se basa sólo en el temor del hombre, para que muchos pudieran advertir con cla-ridad que El jamás abandona a los suyos, y mucho menos en esta situación de dispersión de cuya causa muchos no son culpables, ya que gran parte de la culpa es externa.

Las fuerzas de algunas personas concretas que ven las cosas, cómo son y cómo han llegado a ser, no bastan para subsanar esta flaqueza. Por lo demás, Cristo no ama a los cobardes ni a los débiles, sino sólo a los de espíritu fuerte que también reúnen las fuerzas para „esperar contra toda esperanza“ y esperarlo todo sólo de El, pero no de cualquier hombre que se haga pasar por irradiador de esperanza. Una Iglesia en la diáspora es siempre débil, pero no tiene por qué ser siempre culpable de su propia debilidad. De lo contrario Cristo no hace ningún milagro, porque esto sería entonces absurdo. Tales milagros aparentes los hace sólo el anticristo y sus predecesores, los „falsos mesías“ y los „falsos profetas“. Ya Cristo previno frente a estas gentes que vienen siempre con piel de oveja bajo la que se esconden lobos devoradores. [...]

No son pocos los católicos (aún) ortodoxos que –supuestamente porque no han visto con claridad ni con realismo suficiente la situación de diáspora de la Ecclesia romana– han creído que la situación eclesiástica se modificaría si, tal como decían, volviéramos a „tener obispos verdaderamente católicos“. Pero el hecho es, sin embargo, que la situación no se ha modificado en absoluto, aunque algunos de estos obispos puedan ser considerados como tales. Entre tanto, el hecho de que aún existan verdaderos obispos no ayuda en lo más mínimo a controlar y soportar una situación de diáspora eclesiástica, tal como las experiencias que se han hecho han revelado a muchos. En concreto, más necesario para ello, y aquí en particular, es un apostolado misional de laicos con propósitos que forzosamente sean realizables, para poder intervenir de modo inmediato. Pero nada de esto puede funcionar en un arrogante y neoherético „movimiento por el Papa y la Iglesia“, sino en un „movimiento por Cristo y Su Iglesia“ en extremo modesto y humilde. (El concepto cristiano de humildad significa el valor permanente de servir en obediencia a Cristo. Los débiles y las personas cobardes son incapaces de este „valor para servir“.)

En el espíritu de la fundación de Su Iglesia, el Hijo divino del hombre no sólo llamó, empleó y envió a apóstoles, sino también a discípulos. Es a la vez desazonante y penoso que los católicos no sepan nada de esto, o que si lo saben vayan no obstante por caminos equivocados. En el mejor de los casos muchos dan la impresión de ser los descendientes espirituales de los dos „discípulos de Emaús“, pero de un modo incomprensible y llenos de temor a los hombres. ¿Es esto necesario? Seguro que no. ¿Pero por qué es así? ¿Acaso ya no sabemos que Jesucristo, el Señor, quiere que le recemos precisamente porque EL es el „verdadero Señor“ y el SEÑOR? Nadie, ni clérigos ni seglares, conseguirá nada ni hará nada bueno sin EL. [...] Una situación de diáspora exige algo más que un temple piadoso y una oración privada por la salvación de la propia alma. „Quien quiera salvar su vida, la perderá“, reveló Cristo.

Nadie puede saber cuánto tiempo durará todavía la situación a nivel mundial de diáspora de una Ecclesia romana que está tan gravemente vulnerada en su apostolicidad, y a la que, sin embargo, sólo Cristo puede poner fin cuando EL lo quiera. Nuestra voluntad y nuestros empeños no tienen aquí ninguna significancia. ¿Pues quién puede decir de sí mismo que no es también culpable de algún modo de este estado de miseria? Nosotros, los católicos, somos los responsables de ello, y en concreto primero los clérigos y luego los seglares (lo que no deberíamos olvidar). Desde luego que tenemos que hacer algo, e incluso mucho, para contribuir a una mejora de la situación. Pero quien „no cosecha con EL, dispersa“ y empeora con ello mucho esta situación de diáspora. Pero no hay un cosechar con Cristo, nuestro Señor, sin un apostolado misional de laicos, lo que también tendrían primero que aprender a comprender ciertos „obispos de la diáspora“. Hasta ahora sólo parece haberlo comprendido uno, si es que son ciertos los informes que me han llegado. Se vive vuelto de espaldas, en tradiciones eclesiásticas falsas que, encima, son del todo inapropiadas para controlar el presente con sus problemas específicos que no había antes.

Hace poco apareció en los Estados Unidos un libro titulado Will the Chatholic Church survive the twentieth Century? (¿Sobrevivirá la Iglesia católica al siglo veinte?). Ya este cuestionamiento desa-tinado de ciertos tradicionalistas nerviosos que creen poder salvar la Iglesia católica de un modo im-posible demuestra que no se tienen ni los más mínimos conocimientos, por no decir ya los conocimientos necesarios, de la situación real y verdadera de la Ecclesia romana apostólica. También la re-edificación (re-aedificatio) de una Ecclesia cuya estructura está arruinada desde arriba sólo puede realizarse desde abajo, recorriendo un camino necesario para ello –pero, evidentemente, con la ayuda de Cristo, pues de otro modo sólo se vuelve a construir sobre barro y arena–.

UN CASTIGO DE DIOS

La situación de diáspora de la Iglesia católico-romana, que dura ya desde hace veinticinco años y que por desgracia muchos todavía no han advertido, es un castigo de Dios (del trinitario), pero no un castigo de venganza, sino un castigo medicinal. ¿Pero por qué defenderse contra él? ¿No es infantil y necio rehusar un medicamento sanador y no beberlo, aun cuando sabe amargo? La vida de una Iglesia en la diáspora es amarga, y en modo alguno una golosina de miel. En algunas partes se encuentran católicos piadosos que rezan mucho y entre tanto se lamentan de continuo: „¡Ay, no tenemos Papa, es más, ni siquiera un obispo!“ Mas mi respuesta a este lamento es: ¿y? ¿tan terrible es eso? ¿O es que no os basta con Jesucristo, que no sólo muestra el camino, sino que él mismo „ES el camino“? ¿Es que ya no se entienden ciertas palabras de nuestro Señor?

Entre tanto, ni siquiera se siguen los caminos que se abren hacia EL, que precisamente se muestran en una situación de Diáspora y que ahora, a todo adulto de orientación religiosa, plantean exigencias enteramente distintas que al resto. En este sentido se debería pensar de un modo fundamentalmente distinto, y partir de las circunstancias dadas. ¿Por qué no apartarse de los „miembros muertos“ de la Ecclesia romana apostólica e ir en busca de los miembros vivos? Los Papas y los obispos no son sin más „la luz del mundo“, aun cuando sean sucesores de los apóstoles y sean Papas y obispos legítimos. ¿O es que se obra así por ignorancia, para exhimirse de las obligaciones que se refieren al bien del prójimo en Cristo y al bien general de la Ecclesia Jesu Christi?

Tampoco hay que atenerse sólo a las doctrinas tradicionales (verdaderas) de la Ecclesia romana y fijarse a ellas, sino que hay que transmitirlas de modo racional y volverlas fructíferas de este modo. Pues, como toda auténtica doctrina de la religión, a diferencia de las ideologías extendidas por todas partes o de las llamadas visiones del mundo religiosas, se refieren a la razón y al entendimiento del hombre. Incluso las doctrinas de fe específicamente cristianas son también doctrinas de diferenciación, y no una especie de caos irracional en materia de fe. ¿Por qué, por el amor de Dios, los cristianos católicos no escuchan a Aquel que no sólo tiene la verdad, sino que ES la verdad, mientras que en lugar de eso corren detrás de sus maestros equivocados y hasta los tienen por „teólogos“? ¿Acaso ya se ha olvidado lo que a propósito de esto Cristo y los apóstoles enseñaron, hicieron y mandaron hacer? ¿Por qué no se lee la historia de los apóstoles utilizando la razón, transmitiéndola también con sentido y del modo más realista posible a la actual situación eclesiástica? Quizá advertirán algunos que mucho de lo nuevo de hoy en realidad no es tan nuevo, sino que ya es muy antiguo. Precisamente algunas cosas se repiten en la historia de la salvación y de la condenación. Una Ecclesia militans verdaderamente cristiana jamás ha llegado ni llega al final, sino que siempre está sólo de camino „en este mundo“ y –lo que no debiera olvidarse– siempre sin lugar, de modo que tampoco en ella uno puede encontrarse jamás como en casa. La Iglesia católico-romana en la diáspora, pese a sus flaquezas, tampoco renuncia a la marca distintiva de la Ecclesia militans, a diferencia de la „Iglesia conciliar romana“, que se ha plegado „al mundo“ y al „espíritu de este mundo“.

La „Iglesia conciliar romana“, que por lo demás ha reunido en sí a todos los sectarios católicos en sus grupos y asociaciones, no ha logrado, ni con mucho, destruir a la Iglesia católico-romana en la diáspora –a pesar de su flaqueza general–, puesto que la „piedra angular“ de ésta última, Jesucristo, es su único Señor. También en esto se distinguen los dispersos de la Ecclesia romana apostólica, de la vieja „mater et magistra“, de aquellos creyentes equivocados que se denominan católicos sin ser en realidad católico-romanos. Esto puede experimentarse fácilmente y constatar de modo inequívoco, incluso por una vía indirecta. Pues los cristianos católicos que se han vuelto conscientes de su situación de diáspora son fundamentalistas cristocéntricos resueltos, y al mismo tiempo auténticos sedisvacantitas.

Es ya la hora suprema de que la Iglesia católico-romana en la diáspora adquiera conciencia de sí misma, al menos de manera regional en muchos de sus miembros, y de que, pese a la flaqueza general, pueda superar sobre todo el temor a los hombres, que es una gran impedimento y que paraliza, de tal modo que no se sigue de modo consecuente a Cristo, el único „buen pastor“, y no se hace precisamente lo que El ha ordenado hacer: „Levantaos y no tengáis miedo.“ (Mateo 17, 7) „No tengas miedo, habla y no calles.“ (Apg. 18, 9) ¿Por qué rechazar dones que se dan precisamente a una Iglesia en la diáspora? Nadie conoce una situación eclesiástica, y en particular la nuestra, mejor que el propio Cristo. ¿Por qué entonces no dejarse adoctrinar por EL, el maestro verdadero y supremo, y apartarse de los falsos maestros (y maestras) que causan sus estragos en los ámbitos escolares? Ningún católico ortodoxo manda a sus hijos a esta gente con fines doctrinales. [...]

CATOLICOS A LA SOMBRA DE LA „IGLESIA CONCILIAR ROMANA“

La herética y apostásica „Iglesia conciliar romana“, con sus „nuevos maestros“, su „nuevo culto“, su „nuevo rito“ y su „nuevo CIC“, después de veinticinco años y pese a algunas dificultades se ha convertido sin embargo en una realidad social, y esto hasta el punto de que sigue ocultando la existencia de la Iglesia católico-romana en la diáspora y escondiéndola de la mirada de la opinión pública. Por eso no es percibida en absoluto por el Estado democrático liberal no por la sociedad profana. Ni siquiera los siempre tan curiosos medios de masas (ni los partidos „C“ alemanes) saben nada de ella, lo cual es comprensible... [...] Pero también una Iglesia en la diáspora es más o menos visible en sus rasgos esenciales eclesiásticos. Y por cuanto respecta a la marca de santidad, eso fue lo menos visible de todo, aunque ésta jamás faltó. Por contra, la „Iglesia conciliar romana“ es percibida por todos, tanto por católicos como por no católicos. ¿Pero cuántos de ellos advierten de modo claro y evidente que este engendro monstruoso no tiene nada que ver con la Ecclesia romana apostólica primitiva? [...]

La Iglesia,  que „en este mundo“ es una forma social religiosa de un tipo especial, fue fundada por el Hijo divino del hombre y luego „fue construida sobre el fundamento de los apóstoles y de los profetas“. Pero al mismo tiempo Cristo había instituido sacramentos (medios de gracia perceptibles por los sentidos), y concretamente en un orden determinado. Los miembros vivos de la Iglesia católico-romana en la diáspora deberían recordar a toda costa este complejo proceso, que en la historia de la salvación se repite de modo peculiar de generación en generación, y volverse claramente conscientes de ello. Pues también esto sería una gran ayuda para superar su flaqueza con ayuda de la gracia de Cristo y no seguir caminos equivocados que sólo empeoran una situación de diáspora. Aparte de esto, precisamente los católicos en la diáspora deberían recordar que Cristo, el Señor, siempre estu-vo con los débiles, y nunca con los fuertes. Sólo que no hay que confundir a estos débiles con aque-llos pusilánimes cuyo rasgo moral más sobresaliente es la cobardía. La mayoría de los „pacíficos“, vistos a la luz, son también sólo cobardes. Se limitan a mirar o se amedrentan cuando se calumnia a Cristo (con palabras e imágenes) a la vista de todos, cuando se le ultraja o se le denigra. Hoy éste es la situación por todas partes, e incluso está amparada „legalmente“.

Pese a las muchas confusiones y maniobras para distraer, hay una cosa que a los católicos católico-romanos en la diáspora se les ha hecho cada vez más clara: el hecho de que no hay ninguna Ecclesia cristiana sin el sacramento del bautismo y el sacramento del matrimonio. Para algunos, entre quienes se contaban incluso ciertos clérigos, este conocimiento era absolutamente nuevo, de modo que les obligó a pensar de otra manera. Puesto que para la administración ritual del bautismo sacramental ni siquiera se necesita forzosamente un sacerdote, al margen de que un estado eclesiástico de diáspora es ya ipso facto una situación de emergencia. Es un crimen grande e irreparable el no bautizar a los niños, y exponerlos de este modo al riesgo de morir pronto (por una enfermedad repentina o en el próximo accidente de tráfico en la calle) sin ser un miembro del cuerpo místico de Cristo („Corpus Christi mysticum“). „Dejad que los niños se acerquen a mí“, ordenó Cristo, „pues [también] de ellos es el Reino de los cielos“. Por el contrario, un sacerdote básicamente no está legitimado para la administración y la recepción del sacramento del matrimonio.

Ahora bien, la tarea y el deber de una Iglesia en la diáspora fue y sigue siendo ordenar de nuevo y regular normativamente estas dos cosas fundamentales, lo cual sólo puede hacer un consejo central regional, del cual ya hemos hablado antes. No hay que volver la mirada al pasado, sino captar con claridad los verdaderos problemas del presente y ver las realidades tal como éstas son, y no como a uno le gustaría que fuesen.

Nadie conoce el futuro, ni siquiera el de la propia vida, puesto que está oculto en el designio de Dios. Sólo que, en ocasiones, el Señor de la historia descorre un poco el velo, a veces de modo indirecto, por ejemplo haciendo reconocibles caminos religiosos equivocados. Pero por cuanto respecta a los famosos y difamados „signos de los tiempos“, debería poder distinguirse si vienen de Dios o del demonio. ¿No es acaso lo bastante curioso que hoy día haya tantos que, „bajo el signo de la libertad“, se perviertan moralmente y se corrompan religiosamente? Y entre tanto, ¿quién impide que la Iglesia católico-romana en la diáspora se muestre, y que se erija un „signo visible de la resistencia“, al menos a nivel regional? Desde luego que esto exige valor y resolución, pero también perseverancia pese a todos los contragolpes, que ciertamente siempre hay que aguardar. A los desalentados que no desean desalentarse, ¿quién les ayuda y refuerza su esperanza? „Pues en la esperanza [racional] hemos sido salvados; pero una esperanza que se ve no es esperanza, pues ¿quién espera lo que ve [lo que ya ve]? Luego si esperamos lo que no vemos [lo que todavía no percibimos], con paciencia lo anhelamos.“ (Romanos 8, 24 ss.) Pero paciencia no es lo mismo que estancarse en la inactividad. Sin embargo, la esperanza como virtud cristiana no es una esperanza vaga e imprecisa, sino una esperanza fundamentada y concreta, y que en El, que „ES el camino y la verdad“, es absoluta e inmodificable.

NO HAY A LA VISTA UNA RECONSTRUCCION DE LA IGLESIA

Cuanto más claramente se capta la realidad de la „Iglesia conciliar romana“ herética y apostásica y se percibe su carácter, tanto más inequívocamente se manifiesta la situación de diáspora de la Ecclesia romana apostólica, cuyas flaquezas concretas son en general y en todas partes las mismas. La vacancia de la silla apostólica, que dura ya desde 1958, no es su única flaqueza. Esto se mostró ya al comienzo de su camino hacia la dispersión, y más tarde además en la resistencia fallida, y por desgracia también mal conducida, contra males completamente inesenciales, como consecuencia del concilio, sin conocer claramente el mal fundamental y los defectos en el ámbito católico-eclesiástico, que no sólo dificultaban, sino que impedían de entrada una reconstrucción de la Iglesia.4 Pero hoy son ya „las doce y cinco“, si la situación eclesiástica se considera regionalmente. Cuál es el aspecto que ofrece en un nivel universal es algo que nadie puede decir. Esto sólo lo sabe el SEÑOR como CABEZA de la Iglesia, y aquellos a quienes EL „quiere revelar“ toda la situación. Nosotros, quienes vivimos en la dispersión, no lo sabemos, sino que „esperamos en el Señor“, mientras haya aún algo de vida en nosotros. Nosotros no tenemos revelaciones privadas, ni visiones oníricas, ni aquellas „apariciones marianas“ que curiosamente resultan ridículas, ni escuchamos „voces“ (ni internas ni externas) que nos profeticen lo que va a suceder en el futuro inmediato o cercano, ni que nos adoctrinen qué es lo que tenemos que pensar y hacer. [...] Pero Cristo, el Señor, tiene misericordia y ayuda a todos los débiles sin culpa. [...]

Cuando el Vaticano Segundo hubo culminado la ruptura pretendida con la Ecclesia romana apostólica, no se modificó la esencia de la Iglesia católico-romana, sino sólo su situación vital concreta y su estado eclesiástico. Cierto que muchos vieron esta modificación con gran preocupación, pero desgraciadamente sólo unos pocos la advirtieron en su verdadero significado. Aparte, los pocos que vivían ya en la dispersión igual que expulsados se vieron en la triste situación de no encontrar ninguna posibilidad para poder expresarse acerca de ello a través de publicaciones. Por todas partes se veían católicos (editores o lectores de editorial) que ya habían levantado en torno suyo muros (o muros de goma) y que lanzaban malas miradas si uno no se adhería al „santo concilio“ y a sus obispos. A menudo resultaba sorprendente con qué rapidez ciertas personas del „grado superior de formación católica“ habían cambiado de frente. [...]

Por aquel entonces, también algunos se volvieron a plantear viejos problemas que estaban irresueltos y que siempre habían ido siendo desplazados, como por ejemplo el problema de la unidad peculiar del clero y los seglares en la Ecclesia Jesu Christi, una unidad que en la Iglesia católica se había roto hacía ya tiempo. La mejor prueba de ello era el atroz clericalismo que ya había surgido en el siglo dieciocho y que también se oponía a la Ecclesia romana apostólica en su unidad. No pocos de los católicos que todavía eran católicos ortodoxos no alcanzaron a ver el paralelismo en cuanto al surgimiento de la „Iglesia conciliar romana“ y una Iglesia católico-romana en la diáspora, pero no porque fueran excesivamente ingenuos, sino porque fueron distraídos con cosas inesenciales y asignificativas con las que se vieron constantemente confrontados. [...]

Muchas cosas tenían el único fin de ocultar la ruptura con la antigua y venerable Iglesia católico-romana y distraer de este hecho. Una de estas cosas para confundir a la masa acrítica de los creyentes de la Iglesia era la conservación de una „celebración eucarística“ sacrílega con una „comunión“ „una cum Roncalli o Montini“. Quienes tomaron parte en algo así eran y siguieron siendo incapaces de ser adoctrinados, y tampoco comprendieron lo que realmente estaba sucediendo. Pero con ello se planteó a su vez el difícil problema de a qué católicos (sobre todo con una formación superior) se podía adoctrinar todavía religiosamente o cuáles estaban todavía interesados en una ilustración conveniente, y cómo se podía localizarlos. Las conversaciones personales con amigos y conocidos no bastaban, aun cuando ocasionalmente dieran algún resultado. Pues, como pronto se vio, faltaba una idea fun-damental para un apostolado misional particular y de nuevo cuño de los católicos ortodoxos en la diáspora, que sin embargo hubiera tenido que ser ejercido o al menos apoyado por (relativamente) muchos. Esto último no era imposible. Pues una idea nueva, útil y conveniente, despierta siempre el interés de muchos, y máxime cuando en torno de uno aparece un caos religioso. Este caos lo vieron todos aquellos que ya no estaban espiritualmente ciegos o completamente desinteresados en la Iglesia.

IGLESIA EN LA DIASPORA - UNA REALIDAD INNEGABLE

En los años sesenta, a la mayoría de las personas con quienes discutimos problemas eclesiológicos, el asunto de la Iglesia católico-romana en la diáspora les pareció que era una ficción. En los años setenta, el número de estos que dudaban había disminuido ya de modo considerable. Y en los años ochenta, de los que aún seguían vivos ya nadie hablaba de una ficción. Alguno incluso se ha hecho consciente de modo perceptible de haberse convertido en un católico en la diáspora incluso en la propia familia, y es aquí donde está la dificultad. Hijos e hijas, yernos y nueras, parientes y conocidos se burlan de él y, en el mejor de los casos, lo tienen por una pieza de museo viva que todavía no se ha enterado de los „signos de los tiempos“. Un hombre semejante ya no sólo vive en el límite de la sociedad, sino al margen de ella, pero sin embargo sigue dentro de la Iglesia católico-romana en la diáspora. Parecería que es débil, mas en realidad es más fuerte que todos aquellos que le rodean, pues conoce el camino en el que está y del que no se aparta. Tampoco escapa para esconderse en alguna parte, sino que sigue hacia delante por un camino recto, que, aunque es muy estrecho, precisamente por eso lleva más fácilmente a la meta. [...]

La Ecclesia romana apostólica [...], a pesar de su silla apostólica viviente hacía ya tiempo que había dejado de ser tan fuerte y poderosa, como afirmaban siempre en particular los sacerdotes y teólogos clericalistas para echar arena en los ojos de los otros. Esto se mostró ya en la palmaria debilidad y en sus causas, cuando la Ecclesia romana apostólica se fue convirtiendo cada vez más en una Iglesia católico-romana en la diáspora que tuvo que recorrer otro camino en el tiempo distinto al habitual. Pero nadie estaba preparado para ello, de modo que tampoco se pudieron tomar las precauciones necesarias. Una vez que un niño ha caído en un pozo ya sólo se lo puede sacar lastimado, suponiendo que todavía se hayan escuchado sus gritos de auxilio. Después de 1962/65 los „hijos de la Iglesia católica“ cayeron masivamente en un profundo pozo. Se hubieran necesitado muchos „mozos de ayuda“ para volverlos a sacar. Aparte, de un „viñedo del Señor“ ya no quedaba mucho, porque los ratones y los topos se habían multiplicado rápidamente. Algunos se preguntaban de dónde podrían haber salido tan repentinamente todos estos animales. Otros que en cambio estaban mejor informados indicaron que ya estaban ahí desde hacía tiempo.

En los años sesenta (como se vio sobre todo en las llamadas zonas o „países católicos“) hubo un número sorprendente de católicos que, aun cuando anteriormente habían protegido a la „Santa Iglesia católica“ y la habían defendido, de pronto se apartaron con repulsión de la (que ellos consideraban) „Iglesia ministerial católica“ y ya no quisieron tener nada que ver con ella. ¿Cómo se podía entender esto? Entre aquellos que se ocuparon de analizar este movimiento había dos opiniones, pero ninguna de ellas era cierta. Unos opinaban que se trataba de una „emigración interior“ o de una „emigración espiritual“ hacia fuera de la Iglesia católica, lo cual desembocaría en una apostasía de ella. Pero otros, en su mayoría clérigos, hablaban sin gastar muchos cumplidos de una „apostasía de la fe católica“, y consideraban ya a estos católicos como infieles que ya no se veían los domingos en la iglesia. Sin embargo, de lo que en realidad se trataba en el caso de estos católicos, que en absoluto eran infieles, era sólo de una especie de actitud de defensa instintiva y de una medida irreflexiva de protección de naturaleza personal frente a los males palmarios que crecían por todas partes y que guardaban también una conexión interna con los efectos del supuesto „concilio reformista“. Estos católicos, que pertenecían a un determinado nivel social y educativo, no eran ni „tránsfugas“ ni „renegados“, aun cuando en ocasiones afirmaban con insistencia que querían mantenerse apartados también en el futuro „de todo lo que tuviera que ver con la Iglesia“. Esto no lo decían tan en serio como parecía. Pues lo que ahí se expresaba era sólo un enojo acumulado después de haber tenido que vivir y que oír cosas muy malas, incluidos denuestos hacia ellos. En el fondo, de lo que estos católicos se apartaban, sin ser conscientes de ello, era sólo del „espíritu del Concilio“ y sus efectos generales sobre la Iglesia católica. ¿Pero quién instruía a estos católicos y les ayudaba a reconocer la situación de diáspora de la Iglesia católico-romana que ya se había producido? Hoy ya no se sabe dónde se quedaron estos católicos enojados ni qué fue de ellos. Sencillamente, por el camino de la Iglesia católico-romana se perdieron en la dispersión y luego ya no se los pudo encontrar, o sólo en algunos casos aislados.

Todos aquellos, ya sean tradicionalistas o progresistas, viejos conservadores o neomodernistas, que por falta de conocimiento no saben nada de la situación de diáspora de la Ecclesia romana apostólica ni de sus causas, consideraron a la „Iglesia conciliar romana“ desde su surgimiento sólo por una Iglesia católica de nuevo cuño y con una nueva fe, aunque ésta llevaba en sí la marca de una fatídica „contra-Iglesia“. Estos „católicos“ se movían más o menos testarudamente en círculo, como caballos de circo a los que un „domador“ espiritual mantiene atados a una larga cuerda en movimiento continuo, aplaudidos por un público muy numeroso que, al fin y al cabo, ha pagado entrada (el impuesto religioso) y que también quiere ver algo especial. Pero la masa de un pueblo eclesiástico no se mueve, pues es perezosa por naturaleza. Lo que una „masa religiosa“ espera de la Iglesia no es la salvación, sino „pan y circo“ de la más diversa naturaleza, pero sobre todo ninguna carga.

POCAS PERSPECTIVAS DE UN FUTURO ROSA

¿Qué pueden hacer las personas particulares que viven en la dispersión en vista de semejante situación, que hoy realmente no les deja ningún gran campo de acción? Con toda seguridad la Iglesia católico-romana en la diáspora sobrevivirá al siglo veinte. De eso no hay duda alguna. Pues Cristo no está contra ellos ni contra sus miembros débiles. La pregunta es y sólo puede ser: ¿De qué modo sobrevivirá y podrá sobrevivir? Pero acerca de ello reina todavía una gran oscuridad en todas las regiones que se alcanzan a ver (lo cual es más fácil en Europa que en ningún otro sitio). Yo, personalmente, y también otros, considero que, eso que se da en llamar un „concilio incompleto“, para determinados fines no sirve para nada, tampoco para una „elección Papal“, mientras no exista y se haya vuelto activa una forma particular de organización que sea adecuada a la Iglesia católico-romana en la diáspora (quizá del mejor modo primero a nivel regional y luego suprarregional). También una Ecclesia en la diáspora, es decir, en la dispersión, tiene que conservar su unidad, y concretamente bajo observancia y según los criterios de los principios de una unidad eclesiológica, que es más que una unidad social de naturaleza profana.

La „Iglesia conciliar romana“ no existe solamente en Roma –ahí solo se encuentra su cabeza, si es que no da la casualidad de que se encuentra en un „viaje de peregrinación“–: más bien se ha asentado en todas las diócesis, después de haber asumido sin resistencia estos territorios. Ya sólo este hecho puede designarse como ocupación. Por cuanto respecta a los ocupantes mismos, no son otra cosa que ladrones y expropiadores de la propiedad ajena, lo cual, por desgracia, nadie se lo ha discutido, porque precisamente también a este respecto se es muy débil. Entre tanto, nadie se ve obligado a pagar impuestos y otras contribuciones a estos ocupadores. A la gente que hace esto, ¿se les puede llamar cristianos católicos? [...] (Aquí, las raras excepciones que fueron capaces de liberarse por sí mismas de la „Iglesia conciliar romana“ sólo confirman la regla. Pero, por otra parte, también eran conscientes de que en el futuro sólo tendrían para comer pan duro.)

Si los católicos ortodoxos no quieren sufrir daño en su alma, o en aquello que se llama „fe viva“, a través de la autocompasión, del estatismo y la inactividad o el quedarse callados, entonces primero tienen que captar con claridad dos males peligrosos en el presente, que no obstante son fundamentalmente diferentes entre sí:

1. El monstruoso coloso de la „Iglesia conciliar romana“ herética y apostásica, con sus miembros y partidarios, y

2. La Iglesia católico-romana en la diáspora en toda su flaqueza, que existe al margen de la Iglesia conciliar, y que, por desgracia, es culpable de su propia situación en una medida no pequeña.

Pues al fin y al cabo, como todo hombre sensato sabe, contra el mal físico y el moral sólo se puede hacer algo si se ha reconocido como tal mal y si se conocen sus causas. De otro modo, cualquiera se extravía inopinadamente por caminos equivocados que no conducen a la meta. Así sucede ya desde hace muchos años sin que se haya modificado nada para mejor en la situación eclesiástica, ni en general ni en los puntos concretos. Esto es un hecho que nadie puede negar, pero a partir del cual deberían extraerse las conclusiones correctas para no sucumbir.

Además, los católicos ortodoxos en la diáspora deberían guardarse de ignorar a sus llamados enemigos „tradicionalistas“, puesto que para algunos creyentes esta gente es tan peligrosa como los „conciliares“. No tiene ningún sentido ni representa ningún avance el que los católicos se limiten a preocu-parse sobre „el futuro de la Iglesia católica“ y empiecen a hacer fogosas especulaciones si mientras tanto no ven la situación de la Iglesia católico-romana en el presente, cómo es en realidad y qué exi-gencias plantea a cada bautizado como un miembro de la Iglesia. Pues todos los miembros de la Iglesia, como dice San Pablo, son también miembros entre sí, y ahí donde un miembro es débil también lo son los otros que están unidos a él. Pero la Iglesia católico-romana en la diáspora está afectada como totalidad de una debilidad palmaria, que tiene sus causas. Por tanto, inténtese al menos reconocer y remediar las causas principales de esta debilidad, tal vez incluso a través de una acción común a nivel regional, caso de que esto todavía sea posible. Una situación de diáspora eclesiástica siempre tiene un comienzo temporal. ¿Pero por qué no ha de poder tener también un fin temporal? Por eso, hemos de rogar en este sentido a Cristo, nuestro Señor y único „buen pastor, fervientemente y sin hipocresías, por Su ayuda. Pues todos los que no están con El están contra El. Pero El conoce también sus nombres...

Nota:
1) Nota: este artículo se escribió en 1973, y en 1990 se amplió sólo un poco. Esta nueva versión es de julio del 2000. El primer capítulo se ha abreviado, y los textos que la redacción de EINSICHT ha intercalado aparecen en cursiva.








 
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