54. Jahrgang Nr. 7 / Dezember 2024
Datenschutzerklärung | Zum Archiv | Suche




Ausgabe Nr. 8 Monat Oktober 2004
La posizione teologica dell'Unione Sacerdotale Trento (nel Messico)


Ausgabe Nr. 11 Monat december 2005
Jesús, Señor en Tu Nacimiento: Bendita seas entre todas las mujeres (Lucas I, 28 y 42)


Ausgabe Nr. 11 Monat december 2005
HABEMUS PAPAM?


Ausgabe Nr. 11 Monat december 2005
La libertad religiosa, error del Vaticano II


Ausgabe Nr. 11 Monat Februar 2006
Autobiografia I


Ausgabe Nr. 4 Monat April 2003
La silla apostólica ocupada


Ausgabe Nr. 2 Monat Mars 2002
Alla ricerca dell’unità perduta


Ausgabe Nr. 2 Monat Mars 2002
In Search of lost unity (engl/spa)


Ausgabe Nr. 8 Monat December 2002
La sede apostolica


Ausgabe Nr. 7 Monat Diciembre 2001
Jesus Lord at thy birth/Nacimiento (Eng/Esp)


Ausgabe Nr. 7 Monat Diciembre 2001
LA IGLESIA CATOLICO-ROMANA EN LA DIASPORA


Ausgabe Nr. 2 Monat Juni 2000
¿DONDE ESTAMOS?


Ausgabe Nr. 2 Monat August 1982
ERZBISCHOF PETER MARTIN NGO-DINH-THUC


Ausgabe Nr. 13 Monat September 2007
Declaratio


Ausgabe Nr. 13 Monat September 2007
Dichiarazione


Ausgabe Nr. 12 Monat Decembre 1982
ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE LAS CONSAGRACIONES EPISCOPALES


Ausgabe Nr. 12 Monat März 2008
Apostasía y Confusión


Ausgabe Nr. 13 Monat April 2008
LA VALIDEZ CE LOS RITOS POSTCONCILIARES CUESTIONADA


Ausgabe Nr. 13 Monat April 2008
BIBLIOGRAFIA: VALIDEZ CUESTIONADA DE LOS NUEVOS RITOS POSTCONCILIARES


Ausgabe Nr. 14 Monat Mai 2008
EL PROBLEMA DE LA RESTITUCION DE LA JERARQUIA CATOLICA


Ausgabe Nr. 14 Monat Mai 2008
EL PROBLEMA DE LA RESTITUCION DE LA JERARQUIA CAT. 1.Cont


Ausgabe Nr. 12 Monat März 2008
REPLICA AL ARTICULO 'APOSTASIA Y CONFUSION'


Ausgabe Nr. 15 Monat Juli 2008
DICTAMEN SOBRE UNA ELECION PAPAL EN LAS PRESENTES CIRCUNSTANCIAS


Ausgabe Nr. 13 Monat Diciembre 2009
Estado de emergencia: afianzado en cemento


Ausgabe Nr. 5 Monat Juni 2020
Los errores del Vaticano II y su superación gracias al conocimiento de Cristo como Hijo de Dios


Ausgabe Nr. 5 Monat Oktober 2023
Declaratión del año 2000


Ausgabe Nr. 3 Monat März 2024
Mi encuentro con Su Excelentísimo y Reverendísimo Arzobispo Pierre Martin Ngô-dinh-Thuc


Ausgabe Nr. 3 Monat März 2024
Il mio incontro con S.E. l´Arcivescovo Pierre Martin Ngô-dinh-Thuc


Mi encuentro con Su Excelentísimo y Reverendísimo Arzobispo Pierre Martin Ngô-dinh-Thuc
 
Mi encuentro con Su Excelentísimo y Reverendísimo 
Arzobispo Pierre Martin Ngô-dinh-Thuc

por
Eberhard Heller
traducido por Alberto Ciria

Durante los últimos años, lectores de EINSICHT de todo el mundo se han puesto en contacto muchas veces conmigo, y cada vez con más frecuencia, para preguntarme por la persona de Su Excelentísimo y Reverendísimo Arzobispo Pierre Martin Ngô-dinh-Thuc y por la relación que él tuvo con las personas de nuestra asociación. Concretamente, querían saber qué relación había tenido yo con él y cómo fue su estancia de varios meses en Múnich como huésped nuestro. Hasta ahora, siempre fui muy reservado al responder a las diversas preguntas, ya que, en algunos casos, los acontecimientos por los que se interesaban los lectores ocurrieron hace ya más de 45 años. Les ruego me perdonen si les digo que, desde entonces, se me han olvidado algunas cosas. Por eso me había negado hasta ahora a relatar mis experiencias personales con el arzobispo durante este período, que fueron los años en los que se elaboró la Declaratio. Hasta ahora, me había limitado a redactar las declaraciones oficiales sobre los acontecimientos de aquella época. Me refiero a las declaraciones que salieron publicadas en EINSICHT y que se referían a asuntos de relevancia eclesiástica. Es verdad que alguna vez pensé en contar el modo como algunas de las peleas de nuestra lucha eclesiástica habían afectado a mi vida personal, con todos sus puntos álgidos pero también con todas las amargas decepciones que conllevaron. Pero, al final, siempre acababa rechazando esta idea, porque ese relato de las experiencias personales fácilmente habría podido desviar la atención de los acontecimientos esenciales y de su elaboración teológica, por ejemplo en todo lo relativo a las ordenaciones que el arzobispo celebró.

Sin embargo, en los círculos conservadores, sobre todo en Estados Unidos y Francia, muchos creyentes se han formado una imagen del arzobispo que está plagada de resentimientos y prejuicios injustificados. Por eso, hace poco me volvieron a insistir encarecidamente para que corrigiera esta imagen distorsionada de la persona que tan decisivamente configuró e impulsó los actos de nuestra Iglesia. Entre estos logros extraordinarios están la declaración sobre la vacancia de la sede romana, la garantía de la sucesión apostólica y los impulsos para restituir la Iglesia. Para lavar de toda desfachatez y arrogancia esta imagen, tantas veces tan manchada, me he decidido por fin a contar por escrito cómo fue mi vida con el arzobispo. Aunque la distancia temporal es enorme y soy consciente de que estas notas acusan mi olvido y, por tanto, sólo pueden servir como fragmentos, espero, sin embargo, poder corregir la imagen distorsionada que existe en la mente de los críticos, todos los cuales desconocen los acontecimientos de aquella época y las dificultades que conllevaron.

Me dijeron que era muy importante que yo pusiera por escrito mis experiencias con Su Excelentísimo y Reverendísimo Arzobispo Pierre Martin Ngô-dinh-Thuc, porque yo soy uno de los pocos testigos que tuvo durante un tiempo una relación estrecha con el arzobispo. De hecho, el único documento importante de la historia de la Iglesia en la época posterior al Concilio Vaticano Segundo, la Declaratio, se redactó en el escritorio de mi hija Klara. Así que, si estas líneas pueden contribuir algo para salvar el honor de Thuc, habrán logrado su objetivo. Abordo esta tarea siendo consciente de que el relato tendrá muchos huecos. Les pido disculpas de antemano, queridos lectores, por transmitirles tan sólo fragmentos de aquella época que tan intensamente vivimos, y que, en realidad, podría suministrar material suficiente para toda una novela de aventuras.

Lo que nos motivó para entablar contacto con Monseñor Thuc fue la lectura de su documento sobre las consagraciones episcopales del Palmar de Troya: la Iglesia estaría muriendo, los obispos locales no desempeñarían sus deberes, y la situación general era tan alarmante que justificaría medidas extraordinarias. En muchos puntos pensábamos cosas muy parecidas.

Lo que despertó nuestro interés —el del Sr. Lauth, el del Sr. Hiller y el mío— por el arzobispo fue, por tanto, la justificación que nos llegó de las consagraciones que había administrado a algunos clérigos en el Palmar de Troya. Nos interesaba la explicación que Monseñor Thuc había redactado para justificar esas ordenaciones. No es que nosotros estuviéramos de acuerdo con estas consagraciones —¿quiénes eran esos candidatos, que hasta ahora no habían desempeñado ningún papel en nuestra lucha eclesiástica?—, pero nos interesaba la valoración teológica y eclesiástica en que se basaba ese documento. Monseñor Thuc nos transmitió su preocupación por el final de la sucesión apostólica, amenazada por el nuevo rito de la consagración episcopal. Por eso celebró las consagraciones. (Cuando Clemente Domínguez y Gómez se declaró papa de la secta de Troya, el arzobispo rompió con este grupo). Enseguida tuvimos claro que queríamos contactar con este arzobispo. Nuestro encargado de los asuntos romanos nos había dicho que era una persona muy reservada, y que por eso las consagraciones en el Palmar de Troya habían causado mucho asombro, pero también habían cosechado muchas críticas, que luego se exageraron hasta hacer de todo eso un escándalo. ¿Pero cómo contactar a una persona de la que no teníamos ni la dirección ni el teléfono? Para resumir, diré que sacrifiqué buena parte de mi año sabático para averiguar sus datos de contacto, hasta que, finalmente, pude contactar con una tal Sra. Wolf que vivía en Saarland, la cual nos dio la dirección del arzobispo Thuc. Él vivía en Toulon, en Francia, en condiciones muy modestas. Logramos contactar con él, primero por carta y luego también personalmente. El intercambio epistolar se hizo muy discretamente. Durante mucho tiempo nadie sabía que estábamos en contacto con él, pues nuestro deseo era que él ordenara a un obispo que acaudillara nuestra resistencia. Ya habíamos pedido a monseñor Lefebvre que acaudillara la resistencia contra el modernismo, pero fue en vano: él rechazó nuestra petición con el sarcástico comentario de que en Lima vivía un obispo casado que quizá podría apoyarnos.

Pronto acordamos que el candidato a obispo debía ser Su Eminencia el Dr. Katzer, y discutimos con él sobre este asunto a lo largo de conversaciones muy discretas durante diversas visitas aquí en Múnich. En aquella época, Katzer daba clases en el seminario de Weißbad, que había fundado Lefebvre. Los últimos puntos sólo pudimos acordarlos por teléfono, así que le pedimos que usara un teléfono público, pues, de lo contrario, los econistas y colaboradores de Lefebvre podrían espiar las conversaciones. Él, que de sus años en la antigua Checoslovaquia comunista conocía los sistemas de espionaje que se empleaban en el Este, apenas se podía imaginar que aquí, en el llamado Occidente libre, también se empleaba el mismo sistema.

En verano de 1978 visitamos por primera vez al arzobispo Thuc en Toulon. Nos acompañaba Su Eminencia el Dr. Katzer, que murió ya hace mucho tiempo. A nuestro primer encuentro invitamos también a la Sra. Wolf, que, por así decirlo, nos había servido de «mediadora» para franquearnos el acceso a Lefebvre. Ella nos condujo hasta el domicilio de Thuc, pero no la pusimos al tanto de nuestros verdaderos propósitos ni de nuestros planes eclesiásticos. El Sr. Hiller y yo volamos primero de Múnich a Ginebra, en cuyo aeropuerto nos juntamos con Su Eminencia el Dr. Katzer, y desde ahí proseguimos los tres juntos nuestro vuelo hacia Nizza. El Dr. Katzer era nuestro candidato, al que conocíamos desde hacía años. Era un teólogo destacado que nos había ayudado a definir el rumbo de la revista EINSICHT. Le pedimos que se preparara para una posible consagración episcopal. En Toulon nos juntamos con la Sra. Wolf, que había viajado en tren desde Saarland.

Nos pareció que la visita al arzobispo había sido muy fructífera. El Dr. Katzer, que hablaba con fluidez varios idiomas europeos, llevó la conversación en francés. Se trataron prácticamente todos los temas relevantes: la desastrosa situación general de la Iglesia; los pasajes heréticos en los nuevos ritos, que los invalidaban; el papel decisivo de Pablo VI en las decisiones que se tomaron en el Concilio, una de cuyas consecuencias fue la aproximación teológica al protestantismo. Ya en la primera visita abordamos el asunto de las posibles ordenaciones episcopales: bajo ciertas circunstancias, Thuc consagraría a otros sacerdotes, pues él compartía nuestra preocupación por el mantenimiento de la sucesión apostólica. En él encontramos a un prelado de auténtica grandeza espiritual y de una enorme formación, cuya dignidad resplandecía sobre la pobreza de sus condiciones de vida, y cuyo humor las hacía olvidar.

Para cenar, el arzobispo no llevó a su restaurante habitual, donde fue recibido como un miembro de la familia. No tardó en llegar el momento de comer con palillos, según era costumbre en ese restaurante. No es que quisiéramos quedar en evidencia con nuestra impericia, pero habría sido mejor que hubiéramos ensayado en casa con los palillos. Sea como fuere, el arzobispo se divirtió observando nuestros torpes intentos por llevarnos la comida a la boca. La Sra. Wolf se enfadó tanto que, al final, le acabaron trayendo los cubiertos habituales.

Con el Dr. Katzer dimos aún un paseo por el Toulon nocturno y por su gran puerto, donde había atracado un portaaviones francés. Volvimos a hablar sobre los puntos que habíamos acordado en las conversaciones con el arzobispo.

Al día siguiente, el arzobispo dio misa y, después, tomamos un desayuno sencillo. Monseñor Thuc había comprado cereales, y en el paquete se contaba una historia que le interesó mucho. Dijo que a esa marca de cereales le importaba mucho la salud espiritual, además de la corporal. Nos despedimos sin sentimentalismos: «au revoir». Nada más. Le pedí aún que nos diera la bendición para el regreso. Así terminó nuestro primer encuentro. Viajamos en tren a Nizza y, desde ahí, el Dr. Katzer voló a Génova y nosotros a Múnich, donde nos recibieron impacientes por saber si el arzobispo estaba de acuerdo con ordenar a un obispo, etc.

Desgraciadamente, el Dr. Katzer murió inesperadamente el 18 de junio de 1979. Posiblemente, todos sus viajes pastorales le acabaron pasando factura. Cuando más tarde le preguntamos al arzobispo por qué no había ordenado obispo a Katzer, contestó lacónicamente: «No hacía más que soltarme discursos, pero no me preguntó si quería ordenarlo».

Tras el fallecimiento de Katzer se planteó de nuevo la pregunta de a quién podíamos presentar al arzobispo como candidato. Debía ser una personalidad que se hubiera acreditado como sacerdote y teólogo en la lucha eclesiástica. Finalmente, Lauth, Hiller y yo acabamos convencidos de que el candidato que debíamos proponer era el Pater Michel Guérard des Lauriers O. P., dominico francés, que podía acreditar un puesto importante en el sistema docente católico. Desde 1933, había sido profesor de filosofía en la universidad dominica Le Saulchoir en París, y más tarde en Roma, en el Angelicum y en la Universidad Laterana. Guérard des Lauriers había sido también consejero en la elaboración del nuevo dogma mariano que Pío XII promulgó en 1950. Tras el Concilio Vaticano Segundo alcanzó prestigio con sus análisis teológicos de las doctrinas modernistas. Des Lauriers era el principal redactor del memorando Breve examen crítico del nuevo orden misal, que apoyaron los cardinales Ottaviani y Bacci. Muchos lectores lo conocían de sus publicaciones en EINSICHT.

¿Pero acaso con su tesis de «Papa materialiter non formaliter» (aunque el papa Pablo VI era de hecho papa, formalmente no lo era, porque sus herejías lo invalidaban) no se había metido en un lío teológico, perjudicando innecesariamente a la lucha eclesiástica y provocando un escándalo nocivo? A pesar de todo, nos pusimos en contacto con él.

Le transmitimos nuestro ruego de que se hiciera ordenar obispo. En una carta extraordinariamente hermosa y sencilla agradeció nuestra propuesta. Estaba de acuerdo en llevar el asunto discretamente. Tendría que ponerse en contacto con Thuc y exponerle su solicitud. Que no volviera a pasar como en el Dr. Katzer, que no le expresó al arzobispo su deseo de ser consagrado. Mientras tanto, Lauth quería visitar a des Lauriers para explicarle que su burda tesis de «materialiter no formaliter» era insostenible y hacerle cambiar de opinión. Lauth regresó de París con la noticia de que Guérard des Lauriers había renegado de su tesis del papa a medias y se había sumado a nuestro movimiento sedisvacantista, surgido como reacción al «Papa haereticus». Pero muy pronto, apenas justo después de la ordenación, resultó que Lauth nos había engañado. El padre dominico no había cambiado su postura, y también la siguió defendiendo con vehemencia en lo sucesivo. Si Hiller y yo hubiéramos sabido que Lauth nos había mentido, jamás habríamos aceptado a Guérard des Lauriers como candidato ni habríamos apoyado su solicitud. Lamentablemente no fue así, y con ese desconocimiento preparamos la nueva visita al arzobispo Thuc.

Le habíamos pedido a Guérard des Lauriers que viniera vestido de «civil», para no llamar la atención. Pero, de pronto, hete aquí que se presenta con el hábito de su orden. La noche previa a la ordenación discutimos sobre los diversos sistemas filosóficos que defendíamos —es decir, discutió el Sr. Hiller, porque yo nunca aprendí francés, aunque sí entendía algunas palabras—: él, tomista confeso; nosotros, partidarios de la filosofía trascendental. Del Instituto de Liturgia de la Universidad de Múnich yo había sacado prestado un pontifical, para pasárselo el fin de semana a des Lauriers y que pudiera prepararse el rito. A la mañana siguiente, el 7 de mayo de 1981, se celebró la ordenación en la vivienda de Thuc, en la Rue Garibaldi de Toulon. Antes de la ceremonia, el arzobispo Thuc y des Lauriers comentaron todo detenidamente. El candidato se había aprendido muy bien el rito, como pudimos comprobar en el momento en el que el consagrante pregunta al candidato «Habetis mandatum apostolicum?», «¿tiene usted un mandato apostolico?», a lo que des Lauriers respondió negativamente. Hay que saber que una consagración episcopal solo se puede administrar legítimamente con aprobación y por encargo del papa. De lo contrario, tanto el consagrante como el consagrado cometerían un cisma. La situación estaba muy clara para nosotros. No había mandato porque no había papa que pudiera darlo —el problema de la falta de mandato habría de ocuparnos aún durante mucho tiempo—. Durante la ordenación, Hiller y yo participamos muy activamente como asistentes, y yo además como fotógrafo.

Apenas había terminado la ceremonia, y cuando Thuc nos acompañaba a la comida, des Lauriers nos reprochó que todos éramos cismáticos, porque no había habido mandato. Enseguida nos dimos cuenta de que no había renunciado a su burda tesis del «Papa materialiter non formaliter», sino que ofendía a su consagrante reprochándole que era un cismático, y que por supuesto Hiller y yo también lo éramos. En lo sucesivo fue un elemento perturbador y el causante de muchas riñas. El problema que teníamos Hiller y yo es que Lauth —quien al final de su vida llegó a considerar el Corán una revelación verdadera— era nuestro jefe en el trabajo: una situación muy desfavorable, como habría de verse luego. Esa situación acabó siendo para Hiller y para mí una carga increíble, también en lo personal.

A las dificultades que habían surgido a raíz de la extravagante tesis de des Lauriers del «Papa materialiter non formaliter», se sumó aún su negativa a ordenar a nuevos obispos, salvo en casos de extrema necesidad. ¿Habían sido en vano todos nuestros trabajos preparatorios? ¿Había perdido el arzobispo Thuc la confianza en nosotros? Gracias a Dios, no.

Si no es des Lauriers quien ha de servir a la Iglesia, ¿quién quedaba en el círculo de la resistencia eclesiástica dispuesto a asumir la carga del ministerio episcopal? Empecé a discutir el problema de la consagración episcopal con la conocida poetisa mexicana Gloria Riestra, que tenía raíces alemanas. Había sido secretaria de un obispo, pero pronto dejó el trabajo, cuando el Concilio mostró su verdadero rostro. Con La Iglesia montiniana, la obra teológica del padre Joaquín Sáenz y Arriaga sobre el modernismo, pronto se formó en México una resistencia religiosa contra las doctrinas del Vaticano Segundo. Hasta su muerte el 28 de abril de 1976, fue el líder de los conservadores. Después, el padre Carmona asumió la dirección de la resistencia y reunió a los sacerdotes y creyentes en la Unión Trento. En la publicación de este grupo, TRENTO, trabajaba como redactora Gloria Riestra, a la que nosotros conocíamos mucho. Junto con otras publicaciones, TRENTO prestaba un importante trabajo de esclarecimiento teológico y de explicación de los errores del Vaticano Segundo y sus reformas. La Sra. Riestra propuso al padre Carmona como candidato. Para ella no había más que pensar: si había algún sacerdote en México idóneo para ese cargo, ése era el padre Carmona. El Sr. Hiller y yo entablamos contacto con él y discutimos el problema de una consagración episcopal. Así es como, cinco meses después de la consagración de des Lauriers, tuvo lugar un encuentro con Carmona en Múnich. Carmona se había traído a su amigo Zamora, que asistía en México a un gran grupo de creyentes, no sé si eran 20.000, igual que el propio Carmona. Discutimos por extenso todas las cuestiones, también la del sistema filosófico que nosotros defendíamos aquí en Múnich. El resultado de esos sondeos fue una asombrosa coincidencia en la valoración de la situación eclesiástica y de los pasos necesarios que había que emprender para afrontar el peligro de que la sucesión apostólica se interrumpiera. También aprobaron nuestro distanciamiento de Ecône. Durante estas conversaciones, tuvimos la suerte de que nos sirviera de traductor el Sr. Edmund Moser, a quien el padre Carmona ya conocía personalmente de antes.

Cuando finalmente nos pusimos de acuerdo sobre las dos consagraciones episcopales y el arzobispo Ngô-dinh-Thuc fue informado de todo y hubo aprobado la visita de los sacerdotes mexicanos, a mediados de octubre volamos los cuatro a Toulon. Los dos sacerdotes iban vestidos «de civil», pues la visita debía ser lo más secreta posible. Las conversaciones entre el arzobispo Thuc y los mexicanos se hicieron en parte en latín, y resultó que Thuc era quien lo mejor lo hablaba. Mi idea era consagrar obispos a ambos clérigos, para tener más seguridad en caso de que sucediera algo. Mi propuesta fue aceptada. Así es como, el 17 de octubre de 1981, Carmona y Zamora fueron ordenados en Toulon obispos de la Iglesia católica. Ambos habían discutido el problema ya en México, y también habían discutido el obstáculo que había que salvar durante la consagración: la falta de mandato. En esa ocasión, no hubo alboroto por culpa de tesis extravagantes. La comida en el restaurante que ya conocíamos bien, en el que el arzobispo era venerado como un patriarca, fue una verdadera comida festiva… salvo que tuvimos que expulsar a un comensal molesto, del que luego nos contaría el Sr. Norrant que era un espía de la diócesis.

Las emocionantes ceremonias en las que el padre Carmona y el padre Zamora fueron ordenados obispos de la Iglesia católica exigieron la máxima concentración y atención de todos los participantes. Esas ceremonias hicieron olvidar las condiciones extremadamente pobres bajo las que se celebraron: monseñor Ngô-dinh-Thuc celebró las consagraciones en su piso. Nunca olvidaré estas ceremonias consagrantes, ni la alegría que nos sobrevino cuando, al final de las ordenaciones, monseñor Ngô-dinh-Thuc entonó fuertemente el «ad multos annos» («por muchos años»). A la alegría siguió alivio, después de que durante muchos días todos hubiéramos estado bajo una tensión extrema. Con los dos obispos recién ordenados, de nuevo vestidos «de civil», paseamos durante horas por Toulon, nos sentamos en el puerto, contemplamos los barcos, observamos a los vendedores nómadas de África tratando de vender sus tallas de madera y sus paños, y hablamos y hablamos, en español, en italiano y en latín. Quizá debería contar aún un episodio que se produjo durante la consagración. Cuando llegó el momento en el que se entregaba a los candidatos el báculo episcopal, Zamora extendió el brazo para pedir: «baculum». Nosotros respondimos en voz baja: «non habemus» («no tenemos»). «Baculum», pidió Zamora de nuevo. A la tercera vez tuvimos que responder con fuerza: «non habemus». Entonces lo entendió.

La despedida de monseñor Ngô-dinh-Thuc tuvo, como siempre, carácter casi militar: la bendición para el viaje y un «au revoir». Después volamos con los dos obispos hasta París, donde nos separamos: los dos mexicanos hacían el vuelo de regreso por España.

Por qué era tan importante mantener en secreto las consagraciones quedó bien claro cuando monseñor Thuc empezó a ser perseguido por culpa de la tradición de Père Barbaras. Fue una persecución repulsiva, en la que también participó monseñor Lefebvre de una forma muy primitiva, declarando loco al arzobispo Ngo-dinh-Thuc. Los miembros de la secta de Ecône han vuelto a difundir hoy calumnias similares: como el obispo Thuc ya era demente cuando celebró las ordenaciones, estas serían inválidas, así como serían inválidas las cerca de doscientas misas en las que el Sr. Hiller y yo asistimos. Nunca olvidaré las dos consagraciones episcopales en las que yo fue asistente ni las condiciones bajo las que se celebraron.

No sería el último viaje a Toulon que hicimos aquel año de 1981, que fue tan rico en acontecimientos. A fines de otoño, el abad Schäfer de Francia se dirigió a nosotros para consultarnos si no podíamos ayudarlo a que lo ordenaran sacerdote. Schäfer era uno de los antiguos seminaristas de Ecône que tuvieron que abandonar el seminario por su postura de rechazo hacia Juan Pablo II, a quien no reconocían como papa. Le pedimos que viniera a Múnich para hablar de su situación. Vino y se quedó asombrado de que el obispo que habría de ordenarlo vivía muy cerca de su ciudad. Después de que se comprometió a guardar silencio sobre la consagración, pudieron comenzar los preparativos. Al principio a Schäfer le resultó difícil comprometerse a guardar silencio. Si no nos lo hubiera prometido, no habríamos viajado a Toulon. Además, se comprometió con nosotros a cuidar del monseñor Thuc. Pero pronto olvidó esta promesa. Por lo visto, para él eran más importantes sus planes juveniles de guitarra y mochila.

La ordenación sacerdotal de Schäfer se celebró el 19 de diciembre de 1981. Para el arzobispo Ngo-dinh-Thuc aquello supuso un gran trabajo, pues celebró en un mismo día tanto la ordenación inferior como la superior, y eso a pesar de que primero hubo que encontrar para él unas gafas apropiadas. Cuando regresé a Múnich, mi familia ya me estaba esperando, pues mi mujer había comprado entradas para un maravilloso concierto de Navidad con el famoso Gustl Bayrhammer, que recitó el cuento de Navidad de Ludwig Thoma. Llegué a casa tan muerto de cansancio del viaje que me quedé dormido durante el concierto.

Pero aún tuvimos que volar de nuevo a Toulon. El arzobispo estaba en peligro. Nuestro «compañero» Barbara había escrito aún en su FORTES IN FIDE, no. 17, año 1982: «A ustedes no les costará entender que yo no puedo darles los nombres de los obispos. No sólo no menciono sus nombres, sino tampoco el país en el que viven. Si yo los desvelara, pueden imaginarse ustedes cuánto los presionarían para que no actuaran». Sin embargo, Barbara informó a la prensa sobre las consagraciones. La consecuencia fue que el 12 de febrero de 1982 todos los periódicos de Francia y México dieron simultáneamente la noticia de las consagraciones episcopales que Thuc había celebrado sin mandato papal. ¡Menudo escándalo fue aquello! A raíz de la traición de Barbara se inició una verdadera cacería contra el arzobispo Ngô-dinh-Thuc. Fue una cacería repulsiva, en la que también participó monseñor Lefebvre de la manera más primitiva, declarando loco al arzobispo Ngo-dinh-Thuc —los miembros de la secta de Ecône han vuelto a difundir hoy calumnias similares—. En aquella época, monseñor Thuc era ya un anciano de 85 años. Pero hay que decir que, después de que, tras la traición del «comprometido» Padre Barbara, en febrero de 1982 salieran a la luz las ordenaciones, monseñor Thuc se resistió por todos los medios a que se lo llevaran a Roma.

Cuando el Sr. Norrant nos contó el acoso al que se estaba sometiendo a monseñor Thuc, rápidamente decidimos traérnoslo a Múnich, para que se instalara en mi casa. Tomé el primer vuelo para Nizza, desde donde volamos directamente de regreso a Múnich. El Sr. Norrant había traído al arzobispo en coche hasta Nizza, y en el aeropuerto empezamos a buscar el billete de vuelo de Thuc. No aparecía entre sus documentos. ¿Volaría yo solo de regreso a Múnich? En el último segundo, el arzobispo sacó el billete de vuelo de uno de los grandes bolsillos de su abrigo: la aventura estaba a punto de empezar. Mientras que en Nizza había una temperatura primaveral, en Múnich era distinto. Por los altavoces anunciaron que el tiempo en Múnich era de 10 grados. Pero el abrigo de Thuc no solo era muy grande, sino también muy caliente.

Nuestra hija Klara tuvo que desalojar su habitación, para que pudiéramos instalar al arzobispo en ella. A él le gustaron mucho los muebles de madera de pino, e incluso pensó en amueblar su seminario con muebles de pino, aunque lamentablemente ya no tendría ocasión de hacerlo. Hubo que hacer muchos cambios. Sin la enorme y desinteresada colaboración de mi esposa jamás lo habríamos logrado. Ella trató de acondicionar con las máximas comodidades la estancia del arzobispo en un mundo que para él era inhabitualmente invernal. Todas las mañanas celebraba misa en mi cuarto de trabajo, que también servía de comedor. Thuc resultó ser un anciano encantador. Le gustaba tener a su lado a nuestros hijos Klara y Bernhard —que en aquella época apenas tenían siete y cinco años—, y se entendían muy bien entre ellos… a pesar de que desconocían los respectivos idiomas. Por la tarde, solía venir el Sr. Hiller para hablar con el arzobispo. Durante aquellas visitas, tampoco olvidaba leerles a los niños cuentos para que se durmieran. Lo asombroso era que el arzobispo Thuc, a su avanzada edad, empezó a aprender alemán. Muchas veces lo vi escribiendo palabras en una hoja de papel, pero acabó desistiendo cuando vio que aquellos ejercicios eran infructuosos. En italiano nos entendíamos lo justo. Para resolver sus problemas, Thuc recurría a soluciones inhabituales. Cuando se dio cuenta de que su anillo episcopal le bailaba en el dedo, agarró un martillo y empezó a aporrearlo hasta que le acabó encajando. Una vez que le pareció que tardábamos mucho en lavar su pantalón, que en realidad mi mujer quería llevar a la lavandería, sin pensárselo dos veces lo agarró y lo metió en agua en la bañera.

Quiero contar otros dos episodios, que pueden servir un poco para caracterizar al arzobispo Thuc. En cierta ocasión tuve que acompañarlo al dentista, pues había que extraerle un diente. Thuc aconsejó al dentista que se guardara el diente, pues si alguna vez lo santificaban tendría una reliquia del arzobispo. Imagínense ustedes la cara de perplejidad que puso el dentista. En otra ocasión, visitamos la hermosa iglesia de Dietramszell en la Alta Baviera. El párroco, con el que monseñor Thuc había conversado, se me acercó para decirme que, cuando se despidieron, Thuc le contestó: «¡Hasta que nos volvamos a ver en el cielo!». Y luego estaba el hijo pequeño de los vecinos que jugaba con los míos, y que contaba que en nuestra casa vivía el papa y que mi pequeña hija debía llevar a la Iglesia a estos niños paganos.

Más tarde, mi mujer viajó con los niños para pasar cuatro semanas en casa de sus padres, de modo que el Sr. Hiller y yo pudimos centrarnos tranquilamente tanto en nuestro trabajo eclesiástico como en nuestras muchas y laboriosas ocupaciones laborales, y por supuesto también había que atender a monseñor Thuc. Durante aquellas semanas el arzobispo y yo nos las tuvimos que arreglar solos. Todo salió bastante bien. A veces, escuchábamos música por la noche. Él conocía todas las misas gregorianas que yo ponía en el tocadiscos, y las tarareaba por lo bajo. Una vez dijo que yo era un buen cocinero. Yo lo entendí como que estaba satisfecho con mis platos sencillos. Me esforzaba en cocinar siempre algo agridulce. Por la tarde, Thuc celebraba la misa para un reducido círculo cerrado de personas que financiaban generosamente nuestro trabajo.

Aparte de esas pequeñas aventuras cotidianas, teníamos que pensar también en proseguir con nuestro programa eclesiástico. No se trataba solo de la huida Thuc para salvarlo de las persecuciones, sino que también empezó el trabajo teológico para justificar las ordenaciones sin mandato. Para explicar la acción del arzobispo había que razonar por qué no había solicitado el mandato papal de monseñor Wojtyla para las ordenaciones. Si ahora escribo que no podía solicitar el mandato de monseñor Wojtyla porque no lo reconocía como papa legítimo, eso suena hoy bastante plausible. Pero en aquella época, en 1982, se discutía en el catolicismo sobre la «vieja» misa y sobre si se autorizaba, pero no se discutía sobre la vacancia de la silla romana. Eso solo lo discutía un reducido círculo de creyentes de todo el mundo, que estaban convencidos de que los papas a partir de Pablo VI eran ilegítimos porque defendían públicamente herejías. Pero el mundo mediático bullía y no se andaba precisamente con remilgos con Thuc. Al fin y al cabo, por eso se había tenido que esconder en Múnich.

Thuc no quería tener nada que ver con Roma ni con monseñor Wojtyla, cuya encíclica Laborem exercens había calificado de manifiesto comunista: tenía la intención de escribir un tratado sobre eso, pero sus problemas de salud se lo impidieron. También sabía que el Vaticano y Pablo VI —fallecido el 6 de agosto de 1978— había aprobado la matanza de sus hermanos por encargo de los Kennedy.

Ante esa situación, era necesario que el arzobispo Ngô-dinh-Thuc argumentara públicamente sus actos, y lo hizo con la Declaratio del 25 de febrero de 1982, donde denunciaba la vacancia de la silla romana. Fue un trabajo que Thuc hizo con gran interés. Se hicieron varios borradores de la Declaración sobre la vacancia de la silla roma, hasta que se redactó la versión definitiva, que Thuc firmó y que seguidamente fue publicada. El 21 de marzo de 1982, domingo Laetare, monseñor Thuc la leyó en nuestra iglesia de San Miguel, acompañado del párroco Leutenegger de Suiza, que hizo la predicación, y de nuestro párroco Pniok. El acompañamiento musical fue la Misa para órgano en si bemol mayor de Haydn. Todo aquello fue un evento muy digno, que organizamos para esa ocasión. Para entonces, mi mujer ya había regresado con los niños, de modo que también pudieron participar en el ágape que celebramos a continuación. Los tres clérigos se dieron cuenta de que juntos sumaban 250 años. (Malas lenguas difundieron después el infundio de que la Declaración la había escrito yo. Quien entienda un poco de análisis estilístico, comprobará enseguida que aquello era un infundio maligno.) Mientras tanto, le habíamos buscado al arzobispo un cómodo alojamiento en el vecindario, que él podía alternar con el entorno que ya le era familiar.

Más tarde, para seguir acordando nuevas medidas, el obispo Guérard des Lauriers pasó un tiempo en Múnich. Reprochaba a Thuc que no secundara su tesis. Thuc rompía las cartas que le mandaba des Lauriers y desperdigaba los trozos por el jardín. Luego, yo tenía que andar recogiendo los trozos para recomponer el puzle. Para el movimiento de resistencia que se estaba formando, fue una carga enorme la discusión en la que monseñor des Lauriers nos metió directamente con su tesis del «Papa materialiter non formaliter»: una polémica que sus partidarios siguen librando hasta el día de hoy. Eso impidió tanto la consolidación interior —lo que conllevó una gran pérdida de confianza entre los creyentes— como el desarrollo organizativo —lo que, por ejemplo, los econistas lograron muy bien—. También el obispo Carmona regresó de nuevo a Múnich, acompañado del Sr. Anacleto Fernández Flores, para discutir ciertos puntos con Thuc: por ejemplo, qué hacer con gente como Lefebvre, que aún tenían que resolver el problema de las consagraciones que había hecho Lienart. Había rechazado la propuesta de Thuc de volver a consagrar a Lefebvre sub conditione. Se decidió no admitir en nuestro grupo a ningún econista sin esta consagración sub conditione. En esta ocasión, el obispo Carmona —igual que monseñor Guérard des Lauriers— recibió una declaración manuscrita de compromiso en la que monseñor Thuc se disculpaba por los justificados reproches que se le habían hecho y pedía perdón a los obispos como representantes de la Iglesia. Tanto Carmona como des Lauriers se quedaron conformes con esta declaración y la tomaron como un documento de reconciliación. Entre tanto, nuestra vivienda se había convertido en punto de encuentro de los antiguos y nuevos obispos, que acudían en gran número al mismo tiempo. Entre otros, venían también el obispo Vezelis y el obispo Musey, que nos contaba sus chistes de judíos.

La discusión entre los nuevos obispos acerca de la tesis de monseñor des Lauriers del «Papa materialiter non formaliter» impidió que se consolidara una autoridad que gozara de una aprobación general. La excepción era el obispo Carmona, quien tras la muerte de su consagrante Thuc logró ganarse la confianza de los creyentes. Su trágico fallecimiento en 1991 marca el punto de inflexión a partir del cual empezó a perderse el interés en la reconstrucción de la Iglesia.

¿Cómo describir al arzobispo Thuc, con quien conviví durante algunos meses? Era lacónico. No soportaba largas peroratas teológicas ni mojigatas. Sabía dar órdenes. Era extraordinariamente exacto y minucioso en todos los asuntos que trataba de regular. Nuestra vecina, una señora más bien mundana, que no sabía quién era su vecino provisional, aquel señor con aquellas vestimentas y aquel viejo gorro, solo hacía un comentario: «¡Qué dignidad!». Sí, mis hijos experimentaron la dignidad, la bondad y el respeto que irradiaba la persona del monseñor Ngô-dinh-Thuc. Durante el tiempo en que hubo de mantenerse escondido en nuestra casa, mis hijos tuvieron que vivir con muchas restricciones, y ellos, que siempre daban rienda suelta a sus sentimientos y a sus protestas, no se quejaron ni una sola vez.

Cuando vivía en Toulon, aunque tenía problemas para andar, no llevaba sus cartas al buzón más próximo, pues podía ser controlado, sino que las llevaba al tren y las metía en el vagón, donde ya no las podían controlar. A mí y a Hiller nos controlaba, escribiendo las cartas a Hiller en italiano y a mí en francés, sabiendo que Hiller no sabía italiano ni yo francés, de modo que sabía que teníamos que revisarlas juntos.

Quiero indicar aún una circunstancia para mostrar cómo tomaba las decisiones el arzobispo. Durante una de nuestras visitas, nos mostró la carta que le había enviado un sacerdote alemán, pidiéndole a Thuc que le ordenara obispo. El arzobispo nos mostró también su respuesta: había rechazado la solicitud con el argumento de que la consagración episcopal no es necesaria para la salvación. Se puede ir al cielo también si no se es obispo, pues de otro modo las mujeres no tendrían opciones de ir al Paraíso, ya que ellas no podían ser ordenadas. Más tarde, el clérigo a quien había dado calabazas no perdió ocasión de criticar y denigrar al arzobispo.

Y era un hombre piadoso que confiaba en la justicia divina. No albergaba ningún sentimiento de odio ni de venganza. ¡Y menudo destino tuvieron que sufrir él y su familia! Me resultan incomprensibles el odio y la arrogancia con los que era objeto de persecución, sobre todo por parte de clérigos conservadores de Francia. Para mí, solo hay una explicación: no podían soportar que este prelado de Vietnam, que para ellos era una colonia, dejara en evidencia todas sus miserias. Él era superior a ellos en todos los sentidos, y eso no se lo podían perdonar a aquel «cultivador de arroz». En abril de 1982, monseñor Thuc enfermó de una bronquitis aguda. Lo trató la esposa del Sr. Hiller, que era médica. Yo cuidé a Thuc lo mejor que supe. Pero para que se restableciera, a comienzos de mayo de 1982 nos vimos obligados a llevarlo de nuevo desde el frío Múnich hasta el cálido sur de Francia. El Sr. Hiller y yo lo acompañamos en ese viaje. Previamente le habíamos pedido al abad Schäfer, que había sido consagrado por Thuc, que se ocupara de él… pero fue en vano. La Sra. Norrant acogió a Thuc en su casa y lo cuidó. No tardaría en recuperarse. La víspera de nuestro vuelo de regreso a Múnich dimos un paseo por un bosque cercano. De pronto escuchamos cantar a unos pájaros. Aunque hasta entonces no habíamos oído ese canto, enseguida lo reconocimos como canto de ruiseñores. Su canto es maravilloso. Aquella sería la última vez que estuve personalmente con el arzobispo, aunque la Sra. Norrant nos siguió informando en todo momento sobre su estado de salud.

En otoño de 1983, el obispo Vezelis se lo llevó a Rochester, en los Estados Unidos, donde dirigía un seminario sacerdotal. Pero después de que los estudiantes mexicanos abandonaron ese seminario haciendo ciertos reproches a Vizelis, también monseñor Thuc tuvo que exiliarse. En 1984 fue acogido en un seminario de vietnamitas exilados. En las fotos que me llegaban de ahí se ve a un anciano que está bien atendido. El 13 de diciembre de 1984, poco después de haber cumplido los 87 años, falleció en un hospital de Carthage en los Estados Unidos. Había nacido el 6 de octubre de 1894 en Phu-Cam, Vietnam. Tras marcharse de Rochester vivió primero en Nueva York, en el Hotel Carter. Lo enterraron dos días antes de Nochebuena, el 22 de diciembre de 1984. Quedan muchas cosas por aclarar. Quien realmente nos podría informar está muerto. Solo a comienzos de diciembre de 1984, un antiguo seminarista de Rochester nos informó de su nuevo lugar de residencia en Carthage. Enseguida escribí una carta al arzobispo, pero de pronto me llegó la noticia de su fallecimiento. Mis líneas ya no le llegaron. «Doce me, Domine, vias tuas», «enséñame, Señor, Tus caminos»: este fue el lema con el que monseñor Thuc encabezó su breve biografía. Con su fallecimiento terminó una vida que había comenzado con gran éxito personal, pero que luego, con la catástrofe de su familia en 1963 y la caída de Vietnam en 1975, acabó en una humillación y una soledad absolutas. Este camino que le estaba predestinado, y que por sí mismo ya era bastante amargo, se le convirtió en un martirio por culpa de la arrogancia y la soberbia tanto de los modernistas como de los conservadores. En cierta ocasión escribió: «Luego comenzó mi calvario». Ese calvario lo llevó también a Baton Rouge, en los Estados Unidos, donde nuevamente exigió a los obispos que había consagrado que prosiguieran su obra. Muchas veces me he preguntado por qué monseñor Pierre Martin Ngô-dinh-Thuc abandonó Rochester, llegando a la conclusión de que posiblemente fuera por culpa de la conducta del obispo Vezelis, de quien luego me enteré de que era homosexual. Y recuerdo otra amarga experiencia anterior que tuvo Thuc con el obispo Labourie, que tenía las mismas inclinaciones, por lo que el arzobispo rompió con él.

Recemos para que, después de esta vida de fatigas, Dios lleve a este siervo suyo a Su casa paterna, y que por fin pueda encontrar ahí descanso y paz. R.I.P.
 
(c) 2004-2018 brainsquad.de