Declaratión del año 2000
En su declaración sobre la vacancia de la silla romana („Declaratio“ del 25 de febrero de 1982) el Monseñor Thuc había anunciado „hacer todo para que la Iglesia católica de Roma siga existiendo para la salvación eterna de las almas“. Para cumplir esta tarea, entre otras cosas, y para asegurar la sucesión apostólica, ordenó a diversos obispos, que se comprometieron con el deber de llevar a cabo esta tarea bajo la custodia de la unidad de la Iglesia.
A causa de insuficiencias personales, justamente también entre los obispos a quienes se confió esta tarea, y a causa también de una tendencia registrable a nivel mundial de reducir la Iglesia como institución sagrada a un mero negocio de administración sacramental, existe el peligro de que los miembros de la verdadera Iglesia católica deriven hacia el sectarismo. Esta tendencia sectarista trajo entre otras consecuencias la infiltración de „clérigos“ vagantes, pero también su irresponsable integración en comunidades originalmente no sectarias, con lo cual en algunos casos se ha planteado la macabra situación de que la „antigua misa“ válida es leída por „sacerdotes“ consagrados de modo inválido. Con este desarrollo global, la encomendación original de Monseñor Thuc se habría trocado en su opuesto, y, dicho en términos h Üumanos, se habría sellado el hundimiento de la Iglesia que Cristo fundó como institución sagrada.
Para poner término a este desarrollo fallido y para colaborar en la reconstrucción de la Iglesia como institución sagrada, declaro lo siguiente:
La Iglesia, según la definición del maestro de la Iglesia Bellarmino, es „la comunidad de todos los creyentes que, confesando la misma fe y participando de los mismos sacramentos, están unidos bajo la guía de los pastores ordenados y en especial del representante único de Cristo en la tierra, el Papa romano“ (De eccles. milit., c. 2). Esta comunidad concierne de modo particular a los obispos y sacerdotes: „Para que el mismo episcopado sea uno e indiviso y para que, bajo los sacerdotes estrechamente unidos entre sí, se guarde a la totalidad de los creyentes en la unidad de la fe y de la comunidad, poniendo a San Pedro a la cabeza de los demás apóstol ¡es, instauró en él un principio duradero de esta [...] unidad.“ (Concilio Vaticano, constitución Pastor aeternus, DS 3051). Pero también los creyentes tienen que estar unidos entre sí: „[...] la Iglesia [tiene que] llamarse un cuerpo sobre todo porque crece conjuntamente a partir de una mezcla y unión acertada y coherente de partes, y porque está provista de diversos miembros que están en armonía recíproca.“ ) Pío XII, encíclica Mystici corporis, 29 de junio de 1943, DS 3800). Con ello se quiere decir que uno de los criterios de la pertenencia a la Iglesia es también la intención de fomentar la comunidad de los creyentes entre sí. Esta unidad universal también tiene que mostrarse hacia afuera de modo visible: „De ahí se sigue que se encuentran en un error grande e igualmente fatal quienes se representan y proyectan la Iglesia conforme a sus propios propósitos como si fuera algo oculto y no visible [...]“ (León XIII, encíclica Satis cognitum, 29 de junio de 1896, DS 3301).
Con la apostasía de la jerarquía tras el Vaticano II, que el Monseñor Thuc documentó en su „Declaratio“, la Iglesia como institución sagrada visible se ha desmembrado gravemente. Ya no existe una „comunidad visible de todos los creyentes“, aun cuando por todo el mundo sigue habiendo comunidades y grupos que profesan la verdadera fe.
Pero Cristo fundó la Iglesia como institución sagrada –y no sólo como mera comunidad de fe– para custodiar de modo garantizado la transmisión infalseada de su doctrina y sus medios de salvación. Por consiguiente, la reconstrucción de la Iglesia como institución sagrada es exigida por la voluntad de su fundador divino.
Con la restitución de la Iglesia como institución sagrada visible se corresponden: - Asegurar los medios de gracia. - Custodiar y transmitir la doctrina de la Iglesia. - Asegurar la sucesión apostólica. - Restablecer la comunidad de los creyentes en un nivel regional, suprarregional y en el nivel global de la Iglesia. - Restitución de la jerarquía. - Restablecer la silla papal (como principio de unidad).
Pero aquí surge un dilema. Por un lado falta por ahora la jurisdicción eclesiástica necesaria para el cumplimiento de estas tareas, puesto que la jerarquía ha apostasiado, mientras que por otro lado el cumplimiento de estas tareas es el presupuesto necesario justamente para el restablecimiento de esta autoridad eclesiástica. Pero el restablecimiento de la autoridad eclesiástica es exigido por la voluntad de salvación de Cristo. En mi opinión, el dilema sólo puede resolverse si todas las actividades precedentes quedan bajo la reserva de una legitimación posterior y definitiva a través de la jerarquía restablecida. Con ello, la celebración de la misa y la administración de los sacramentos, por ejemplo, entre tanto sólo pueden justificarse si se consideran bajo el aspecto de la restitución global de la Iglesia como institución sagrada y se someten al enjuiciamiento posterior a cargo de la autoridad restablecida y legítima.
La administración y la recepción de los sacramentos (incluida la celebración y la visita de la Santa Misa), al margen de su validez sacramental, no estarían por tanto autorizadas si se realizaran sin referencia a esta justificación que es la única posible.
Desde estas consideraciones, y bajo las circunstancias dadas, puede definirse ya la pertenencia a la Iglesia verdadera como el cuerpo místico de Cristo. Los cuatro criterios que Pío XII expuso en la encíclica „Mystici corporis“: 1) Recepción del bautismo, 2) Confesión de la fe verdadera, 3) Sometimiento a la autoridad eclesiástica legítima, y 4) Estar libre de penitencias graves (DS 3802), tienen que modificarse en el punto 3) en el sentido de que, debido a la falta de la autoridad eclesiástica legítima, los esfuerzos para la restitución de la autoridad eclesiástica (es decir, hasta su reconstrucción completa) ha de valer provisionalmente como criterio sustitutivo.
Nosotros, los abajo firmantes, exhortamos de modo apremiante a todos los clérigos y creyentes a colaborar en esta tarea que es del todo decisiva para el bien de la Iglesia, para que siga existiendo la Iglesia para la eterna salvación de las almas.
Hermosillo (Méjico), a veinticinco de Febrero de 2000.
Heller, Jerrentrup, Krier trad. Alberto Ciria
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