SOBRE EL PROBLEMA DE UNA POSIBLE ELECCION PAPAL
Eberhard Heller
traducción de Alberto Ciria
Desatado por una serie de reflexiones aparecidas en nuestra revista que
primero habían quedado interrumpidas, el problema de una posible
elección papal ha vuelto a despertar cada vez más el interés de los
creyentes que aguardan de aquí una solución para el desolado estado de
la Iglesia.
Para evitar malinterpretaciones o para no despertar falsas impresiones
he de confirmar algo ya de entrada: lo que pretendo en estas
observaciones no es una exposición sistemática propia acerca de este
problema, sino sólo una recepción de las diversas opiniones que sobre
él se han formado en los últi-mos tiempos. En el marco de un examen
crítico de las posiciones presentadas, al que debe seguir una
clasificación sistemática de este tema y una serie de exigencias que
cabría plantear a una solución teológico-jurídica y práctica, basta de
momento con exponer las posiciones extremas.
I.
Si se indaga en las diversas posturas, se constata con sorpresa que la
elección de un Papa –como paso decisivo para el restablecimiento de la
unidad eclesiástica– en las filas de la oposición católica se ha
valorado de modo completamente diverso (por las razones más distintas).
Al recordar la macabra „elección“ de Bawden, de Estados Unidos, como
„Papa“ Miguel I, hace ya más de dos años (es decir, en 1991 –nota de la
redacción–), a causa de la cual quedó desacreditada de la forma más
masiva la demanda de una restitución y también –implicado por ello– de
la elección de un Papa legítimo, en determinados círculos se teme que
si se fuerza este tema como tal así como la preparación para la
realización de una elección semejante, la repetición de una farsa
semejante sólo podría perjudicar sensiblemente a la demanda general,
incluida la custodia del tesoro de la fe. Con ello se habría perdido
toda posibilidad de una reconstrucción decidida y efectiva de la
Iglesia, según el ejemplo de aquel guardián nocturno que sacó de la
cama varias veces a los habitantes de la ciudad con simulacros de
alarma, asustándolos y confundiéndolos, y que luego, cuando realmente
se produjo el incendio, no pudo sacarlos de la cama ni siquiera con los
golpes más fuertes, con lo que la ciudad quedó totalmente devastada por
el fuego. Es decir, hay que temer que semejantes aventuras desgasten el
verdadero interés y que los creyentes se insensibilicen por culpa de
tales maniobras desatinadas o que se retiren hastiados.
Pero los temores de un crítico de estos planes van aún más lejos: teme
que la „Iglesia conciliar“ pueda abusar de las verdaderas necesidades
de los auténticos católicos, es decir, de la falta de una cabeza en la
Iglesia, para recluir con una imagen conservadora a personas de las
propias filas reformistas en el grupo de la oposición. Para ello
bastaría con organizar a personas dirigentes o a agrupaciones de la
oposición de modo que se convirtieran en instrumentos (¿ciegos?) de la
Iglesia conciliar, para, mediante la propaganda y la repetición de una
„elección papal“ (al estilo de la de Bawden), poner en ridículo público
a la verdadera demanda como tal, de modo que en un tiempo previsible ya
no fuera posible pensar más en trabajar seriamente en el
restablecimiento de la Iglesia como institución sagrada sin exponerse
de entrada uno mismo a la mofa de los afiliados más estrechos. (En este
sentido piénsese sólo que en la Alemania de posguerra ha sido imposible
hasta hoy formar un partido de derechas sin exponerse de inmediato a la
polémica del nazismo.)
El mencionado crítico piensa incluso que este proceso está ya en marcha
y que ciertas personas de la oposición, que él cita por el nombre, ya
fueron metidos en tal complot o son manipulados desde fuera en la
dirección correspondiente. Por tanto, en vez de ocuparse de esta
materia –reflexiones sobre una elección papal–, que sólo perjudica al
bien general, más bien habría que concentrar todos los esfuerzos en la
custodia de la fe.
Pero las reservas frente a una elección papal no se proclaman sólo por razones tácticas, sino también:
a) por resignación o escepticismo (la elección de un Papa no resuelve
todos los problemas; por contra, el elegido sólo representaría
probablemente a un pequeño círculo al que le sería denegado un
reconocimiento general),
b) por motivos teóricos (teológico-jurídicos), porque según la opinión
de las personas que mantienen estas reservas una elección tal sería
imposible bajo la observancia de los decretos del derecho eclesiástico,
ya que, conforme al derecho actualmente vigente en materia de elección,
únicamente los cardenales pueden elegir al Papa, pero a causa de su
apostasía ya no hay cardenales que puedan elegir válidamente. (Con esto
habría quedado descrito el círculo vicioso en el que se mueven los
legalistas puros, es decir, los representantes de una absolutización de
las normas jurídicas vigentes de facto.)
Frente a estas actitudes negativas hacia una elección papal, los
partidarios insisten con todo derecho en que la Iglesia, en calidad de
societas perfecta, sólo puede existir en y a través de todos sus
miembros, y que el Papa como garantía de la unidad y como cabeza
visible es irrenunciable para la dirección y la vida de la Iglesia como
institución sagrada.
Aquí, los planteamientos de los partidarios de una elección papal van
mucho más allá del mero ámbito principial en el que se señala el
significado del Papa para la Iglesia. También se exponen ya ideas
acerca de cómo habría que llevar a cabo tal elección. Asimismo se
describen los efectos pastorales que podrían arrancar de ahí. Así, por
ejemplo, el doctor en derecho B. Klominsky, de Gablonz –en la República
Checa–, editor de la revista TRIDENT, en una carta pública escribe que
habría que concentrarse en uno de los obispos creyentes según la fe
auténtica que asimismo fuera oportuno como candidato. El resto de los
obispos deberían comprometerse a apoyarlo y a informar sobre ello a los
clérigos y a los creyentes de todo el mundo. Este obispo, que junto con
una buena constitución psíquica también tiene que mostrar disposición
pastoral de reagrupar a los más diversos agrupamientos en todo el
mundo, caso de que no lo haya ya, habría de fundar un seminario, así
como órdenes. Las informaciones o las proclamas deberían discurrir por
una red de noticias.
El obispo que fuera calificado como candidato para el ministerio papal
y que habría de caracterizarse por el fervor de su fe, tendría que
disponer de un órgano extendido por todas partes para poder expedir
noticias e informaciones. Klominsky considera muy decisivos los efectos
pastorales que únicamente podrían partir de tal obispo: los indecisos
que hasta entonces no hubieran dado el correspondiente paso consecuente
también se volverían a este obispo, que en unión con los demás obispos,
sacerdotes y laicos irradiaría una autoridad natural. Si se cumplieran
estos presupuestos, se podría por fin llevar a cabo la elección papal
según los modos de elección que propone Tello: habría de celebrarse en
un convento al que tendría que invitarse a todos los obispos que
profesaran la fe auténtica. En este convento se podrían tratar luego
cuestiones discutibles... de modo semejante a como se hace en un
concilio.
II.
Acerca de las posiciones que se han esbozado arriba quiero decir lo siguiente:
1. En nuestra situación, el problema de una elección papal justificada
aparece sólo para los representantes consecuentes del sedivacantismo en
relación con una restitución general de la Iglesia como la institución
sagrada fundada por Cristo. (Para agrupaciones que sean partidarias de
la teoría de +Monseñor Guerard des Lauriers, según la cual el actual
ocupante es Papa materialiter, pero no formaliter, este problema no se
plantea: ellos aguardan a que el Monseñor Wojtyla se convierta, para
que, en calidad de Papa materialiter, se haga también –de nuevo– Papa
formaliter.)
2. El debate teológico que tiene como objetivo la solución de la
restitución de la Iglesia tiene que in-tensificarse y proseguirse; pues
sin la reflexión sobre los principios que fundamentan la fundación de
la Iglesia por Cristo no se puede definir exactamente la situación
particular que tenemos que soportar. A su vez, sin una orientación
precisa de la Iglesia no pueden explicarse las posibilidades que
podrían llevar a una restitución de la Iglesia, o bien a su
reconstrucción. Si no nos planteamos esta tarea, nuestra oposición se
quedaría sin una justificación propia. Entonces nos desviaríamos
inevi-tablemente hacia el sectarismo, que desde hace tiempo ha
encontrado su suelo nutricio en el latente egoísmo de salvación de
muchos creyentes, y perderíamos aquella conciencia para lo específico
del estado eclesiástico al que Cristo concedió su fundación. Es decir,
tenemos que ocuparnos del problema de la orientación de la Iglesia si
queremos custodiar nuestra fe. Hasta ahora no se ha hecho demasiado a
este respecto. En los periódicos y revistas conocidos el problema ha
quedado hasta ahora sin elaborar.
Cuanto antes comencemos con la „limpieza de este antiguo vicio“, antes
se abrirán perspectivas para una reconquista gradual de la visibilidad
y alteza de la Iglesia. Dentro de esta discusión de principios habrá
que tratar finalmente también el problema de una elección papal, y
concretamente porque en seguida podría mostrarse el significado central
que corresponde al ministerio de San Pedro para la existencia viva de
la Iglesia. En este sentido hay que dar la bienvenida a los tratados de
Tello, de España, que ya han sido publicados en nuestra revista (y en
KYRIE ELEISON), aunque en ellos el aspecto de una restitución general,
a mi parecer, no queda lo suficientemente recalcado. En este sentido
sería importante además estudiar la historia del derecho de elección
papal. En las cabezas de muchos creyentes, un Papa es sólo una especie
de soberano eclesiástico. Pero que un Papa únicamente es Papa porque es
obispo de Roma, esta construcción doble, precisamente con esta
vinculación, es conocida sólo por los menos.
3. Por muy urgente que pueda ser también una salida del estado caótico
en el que erramos más o menos desasistidos (y en la que casi nos
desesperamos), una vez que los problemas teológicos y jurídicos hayan
quedado aclarados, la imposición práctica de la restitución requeriría
de un tratamiento muy paciente y precavido, y de una planificación muy
minuciosa y cautelosa, para no cometer errores que expusieran nuestras
actividades al ridículo. (Les recuerdo de nuevo a Bawden, que de pronto
se hizo llamar „Miguel I“.)
Una condición previa de tales actividades sería en mi opinión la unión
a nivel mundial de los clérigos y laicos que componen (el resto de) la
Iglesia. Sin marchar conjuntamente de esta manera, todos los esfuerzos
en la dirección indicada llevarían de nuevo la marca del sectarismo.
Todos nosotros estamos llamados a colaborar en estos esfuerzos de
unificación, o mejor dicho de reunificación, que fueron una de las
demandas principales de + Monseñor Carmona en sus últimos años.
(Reimpresión levemente modificada del artículo aprecido en EINSICHT XXIII/2 de julio de 1993, pp. 30 y ss.)
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