Reflexiones sobre la fiesta de Navidad
por
Mons. Martín Dávila Gándara
Queridos hermanos en Cristo, aprovechando éste tiempo tan hermoso y
lleno de paz como es la natividad del hijo Dios Jesucristo Señor
Nuestro, quiero primeramente señalar el origen esta festividad y
posteriormente hacer algunas reflexiones que deben de llenarnos gozo
durante esta navidad y todas las navidades que Dios nos permita vivir.
I.- ORIGEN DE LA FIESTA DE NAVIDAD
La Santa Iglesia, siguiendo siempre -como Cristo- caminos
de suavidad y de dulzura, no destruye sino transforma, no suprime sino
renueva. Y por esto, las fiestas que ya encontró establecidas, no sólo
por la Ley Mosaica sino hasta las costumbres paganas, no las ha
destruido sino transformado, sustituyéndolas por las fiestas
cristianas, que de ordinario celebran una realidad sobrenatural, de
alguna manera prefigurada en las fiestas que vinieron a sustituir.
La fiesta encantadora de Navidad tiene un origen pagano.
En el solsticio de invierno, el 21 de diciembre, se nota la disminución
del día hasta el momento en que la noche llega a su máximo, parece,
pues, que en el solsticio de invierno el sol se ha muerto; pero a
partir de esa fecha, empieza a crecer el día. De manera que parece que
nace un nuevo sol, un sol triunfador de la noche, “sol invictus”, como
lo llamaban los paganos, y por eso celebraban entonces una gran fiesta
del nacimiento del sol, triunfador de la noche, “natalis invicti”, con
grandes luminarias.
Ninguna época más a propósito para celebrar el nacimiento
de ese Sol divino de las almas, Cristo; y con esta fiesta cristiana, la
Iglesia vino a sustituir la fiesta pagana del nacimiento del sol.
Es notable la insistencia con que la Iglesia en esta
fiesta de la Navidad habla de Cristo como una luz que brilla en las
tinieblas, como un sol que nace.
Y es así como la Santa Madre Iglesia le invoca en las tres
diferentes misas el día 25 de diciembre. En la oración de la primera
misa de Navidad llama a esta festividad “lucis mysteria”, los misterios
de la Luz, y asegura que en esta noche sacratísima Dios ha hecho
resplandecer las claridades de la Luz verdadera.
En la segunda Misa, la de la aurora, dice que una
luz ha brillado hoy sobre nosotros “Lux fulgebit hodie super nos”, y
ruega para que, ya que el Verbo Encarnado, Jesús, ha inundado nuestras
almas con una luz nueva, brille ésta en nuestras obras, como
resplandece en nuestras inteligencias por la fe. Y en la tercera misa
afirma melancólicamente que la luz brilló en las tinieblas, pero
que las tinieblas no quisieron comprenderla: “Lux in tenebris lucet et
tenebrae eam non comprehenderunt”...
II.- EL GOZO DE NAVIDAD.
No cabe duda que la nota más característica de la Navidad
es el gozo; pero un gozo dulcísimo, la liturgia para declararlo dice
que “los cielos se han hecho de miel”, un gozo universal que hace
estre-mecer de júbilo toda la tierra; un gozo ingenuo e infantil que
nos vuelve niños juntos al Niño de Belén y despierta los recuerdos
lejanos de la infancia.
¡Cosa extraña! Nace un niño en la oscuridad de la noche,
en una cueva de animales, sobre las pajas de un pesebre, es decir, con
todas las circunstancias necesarias para calificar ese nacimiento de
infeliz y desafortunado, de lamentable y de triste; y sin
embargo, esa cuna ha sido la fuente de donde ha brotado un océano de
gozo que, después de 20 siglos, embriaga de júbilo a toda la humanidad,
y la seguirá alegrando aunque su vida sobre la tierra se prolongara por
miles de años. ¿Cómo se explica este misterio?
Lo diremos en estas palabras.
El cielo es la patria del gozo; en él se disfruta de una
dicha, de una felicidad que “no cabe en el corazón del hombre”. Y esa
bienaventuranza de que gozan los ángeles, los santos y todos los
elegidos, no es otra cosa que un reflejo del gozo infinito de Dios.
La vida de Dios, independientemente de todas las
criaturas, es una vida de gozo consumado, porque es una vida de amor
perfecto; como del fuego brota la llama, así del amor nace la alegría.
Dios ha vivido siempre en una fiesta eterna. Y ¿cuál es la
fiesta que regocija eternamente el corazón de Dios? – Es el nacimiento
de su Hijo, de un Hijo perfectísimo, tan perfecto que es Dios como su
divino Padre. Al contemplarse mutuamente se aman, y por decirlo así,
uno se arroja en los brazos del otro, y ese amor con que se aman y ese
abrazo con que se unen es un amor sustancial y personal, es el Espíritu
Santo.
Por eso la vida de Dios es un perpetuo festín, es una fiesta eterna, es un gozo infinito.
La paternidad de Dios se ejercita constantemente, la generación
de Verbo es un hecho de actualidad perenne; porque el Padre engendra al
Verbo en el “HOY” de la eternidad; por eso el Padre, contemplando a su
Hijo, puede decirle siempre: ¡Tú eres mi Hijo; Yo te he engendrado hoy!
Así pues, el Hijo de Dios, el Verbo Divino, es la Fiesta
del cielo, el Gozo de Dios. Pero Dios, que es la bondad misma, no pudo
soportar que la tierra fuera patria del dolor. Para transformarla,
quiso que descendiera a ella el Gozo entre nosotros. Por eso, cuando en
esta noche bendita apareció Jesús sobre la tierra, los ángeles
anunciaron al mundo su nacimiento diciendo; “Os anunciamos un gozo
inmenso, os ha nacido el Salvador”.
JESÚS ES EL NOMBRE DEL GOZO SOBRE LA TIERRA: por eso su nacimiento hizo estremecer de júbilo a todo el universo y a todos los siglos.
En efecto, si amamos a Jesús, lo poseemos no sólo en
esperanza, sino en realidad por la gracia santificante; y si lo
llevamos en nuestro corazón, llevamos dentro de nosotros el Gozo eterno
de Dios. Con razón exclamaba San Agustín: “¡Escuchadme, ricos,
Escuchadme, pobres! Ricos, ¿qué tenéis, sino tenéis a Dios? Pobres,
¿qué os falta, si tenéis a Dios?
En esta noche en la que aun los corazones más fríos se
enternecen y los más duros se ablandan, reflexionemos en la verdad de
estas palabras que canta la Iglesia sobre la cuna del Dios Niño: “Al
que así nos ama ¿quién podrá dejar de corresponder a su amor?”
Y si nos entregamos a este Niño encantador, El vendrá de
nuevo a nacer en nuestras almas; y se convertirá en un nuevo Belén; y,
a pesar de las miserias del destierro, empezará a palpitar en nosotros
el Gozo eterno de Dios.
|