Alter Christus
por
Padre Roberto Atochoa Dorantes-Saenz
Son las seis de la mañana, se escucha el tintineo de la campana,
Benedicamus Domino, dice el campanero, contestamos los seminaristas Deo
gratias, como cada dÃa en el seminario de los Sagrados Corazones de
Jesús y MarÃa en Hermosillo, México.
Hoy es un dÃa esperado por muchas personas, nos encontramos en la
ciudad de Guadalajara, es un siete de octubre del año 2004, por la
mente de un diácono próximo a ser ordenado pasan muchos pensamientos,
recuerdos del dÃa de su llegada al seminario, en aquél entonces tenÃa
la convicción de haber tomado una decisión sagrada y definitiva para
su vida, la convicción de seguir a Jesucristo, de ser un ministro
de él, de ser ALTER CHRISTUS, otro Cristo.
Conciente de lo que va a recibir, su pensamiento e imaginación vuelan
al Cenáculo, y piensa: Hoy como entonces. Es la noche de la Pasión; aún
está fresca en el Cenáculo la disputa de los Apóstoles por el primer
puesto, y en sus almas están recién grabada la figura de Jesucristo
arrodillado lavándoles los pies.
Después Nuestro Señor Jesucristo toma en sus manos el pan y luego el
vino... y dice las palabras sagradas: ESTE ES MI CUERPO... ESTA ES MI
SANGRE... que será derramada por vuestro bien... HACED ESTO EN MEMORIA
MIA.
Aquel pan, aquel vino exteriormente siguen siendo lo mismo, pero desde
ese momento ha dejado de ser pan, de ser vino, para convertirse en el
cuerpo y la sangre de Jesucristo.
Y aquellos discÃpulos, por las palabras de Jesucristo han sido
transformados en otros seres. Exte-riormente siguen siendo los mismos
que hace unos momentos disputaban sobre el primer puesto, más en su
alma ha nacido un poder divino, poder único en el cielo y en la tierra,
convertir el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Jesucristo.
Divina eficacia la de las palabras de Jesucristo sobre el pan, el vino
y unos hombres.
Este suceso del cenáculo se repetirá en este dÃa, el pan y el vino se
convertirán en el cuerpo y sangre de Jesucristo en manos de Monseñor
MartÃn Dávila Gándara, asà también la transformación de cuatro diáconos
en sacerdotes de Cristo.
El lugar: la iglesia del Inmaculado Corazón de MarÃa, iglesia que se
encuentra en la cima de un cerro, en ella caben doscientas personas
aproximadamente, aunque ésta es insuficiente, pues se esperan alrededor
de quinientas razón por la cual la ceremonia de ordenación se realizará
fuera de la Iglesia, para ello se instalaron dos grandes y elegantes
carpas, donde se colocó el altar y quinientos asientos para los fieles,
dichos asientos fueron insuficientes, pues llegaron alrededor de
seiscientas personas, ¡venidas de diferentes puntos del paÃs!, todos
estaban emocionados dando gracias a Dios por esa bondad que ha decidido
obrar.
Ya durante la ceremonia los diáconos van subiendo uno por uno y se
arrodillan ante el Obispo, se escucha un silencio, el representante de
Cristo coloca sus manos sobre cada uno de ellos. En este momento este
recinto queda convertido en un cenáculo. Cada uno de ellos siente sobre
su cabeza la presión de las manos de Cristo. Se percibe en sus almas el
eco de aquellas palabras del cenáculo: “Este es mi cuerpo... Esta es mi
sangre...†y es como si Jesucristo dijera: “Haced esto en memoria mÃa.â€
Todos los ministros de Dios que han sido elegidos de entre el mundo,
talvez con los mismos defectos que los demás. Como aquellos apóstoles,
siguen siendo exteriormente los mismos, pero su ser ha sido
transformado, algo asà como el pan y el vino de la consafgración. Un
divino poder ha nacido en sus almas. El mundo sigue siendo igual, pero
hay en él cuatro nuevos y verdaderos sacerdotes.
Durante la ceremonia, de los momentos que causan grande impresión
fueron: El canto de letanÃas, que se realiza después del anuncio
oficial de los muchos oficios y graves deberes sacerdotales, la
Iglesia, conciente de que ningún hombre podrá sostenerse sin la gracia,
invoca enseguida juntamente con los fieles la ayuda de Dios, de la
Virgen y los santos, mientras los ordenandos están postrados en tierra
para que fácilmente descienda sobre ellos, humillados hasta el polvo,
la ayuda de la gracia del cielo.
Otro momento emotivo fue la unción sagrada, suenan las notas
conmovedoras del Veni Creator, elevándose al cielo con sentimientos de
humilde y fervorosa oración. El elegido está arrodillado para que la
sagrada unción le llene de gracia para infundirla en las almas. Y el
santo óleo cae sobre aquellas manos para consagrarle y santificarle:
“Consecrare et sanctificare digneris, Domine, manus istas per istam
unctionem, et nostram benedictionem.â€
Y como escribe el Padre Sauvé (Jesús Ãntime, Vol. II): “¿Quién podrÃa
conocer y medir las relaciones, el contacto misterioso de Jesús con el
alma del nuevo sacerdote durante el tiempo de la orde-nación
sacerdotal? Como el verbo encarnado se dio todo con sus gracias y dones
a la santa humanidad, de Jesús para divinizarla, para santificar todas
sus operaciones, asà Jesús se da con su gracia al alma sacerdotal para
santificarla.â€
“El sacerdote debe formar una sola cosa con Jesús. Es Alter Christus
por el carácter debe serlo por la virtud y la santidad. Jesús quiere
continuar viviendo en él con su sacerdocio, con su abnegación, con su
paciencia, bondad y misericordia, con su amor a las almas, con su celo
por la salvación de las mismas y por la gloria del padre, con su
inmolación y sacrificio. He aquÃ, en sustancia lo que es la ordenación
sacerdotal: una como nueva encarnación de Jesús en el alma del
sacerdote.â€
Han pasado ya trece años de la muerte de Monseñor Moisés Carmona
Rivera, los frutos de su obra se han estado dando y sigue
fructificando, pues la congregación sacerdotal Trento ya cuenta con
veinte sacerdotes en la actualidad, bajo la dirección del Obispo MartÃn
Dávila Gándara, el cual fue ordenado por el mismo Monseñor Moisés
Carmona.
La salvación de la Iglesia Católica, de las guerras de la herejÃa del
modernismo y sus enemigos, es una obra divina, más que humana, estamos
concientes de ellos, pero esto no implica que los sacerdotes,
seminaristas, religiosas, y fieles de la congregación sacerdotal Trento
no aporten su granito de arena en contra de la herejÃa y el error.
Estamos concientes del tiempo que nos toca vivir, la Iglesia ha vivido
situaciones de crisis, pero nunca como ésta que vivimos, empezando con
la sede vacante y terminando con la apostasÃa general en la cual vive
la sociedad, olvidada del temor y amor a Dios.
La urgencia de las obras apostólicas, urgencia que hoy se deja sentir
más apremiante, no puede justificar una preparación apresurada del
sacerdote. ¿De qué servirÃa lanzar a la lucha un número mayor de
sujetos cuando estos, por falta de formación fuesen incapaces de
sostener el choque de las fuerzas enemigas? Los efectos de esto en
parte lo vivimos los verdaderos católicos, pues el mundo católico se
encuentra dividido, padres solitarios con sus pequeñas feligresÃas,
distinción de opiniones personales que conducen a aberraciones
teológicas de unos y otros.
No basta el entusiasmo y la buena voluntad, se necesita solidez de
ideas y buena voluntad y no la terquedad y mala voluntad; también se
necesita espÃritu de sacrificio y unión con Dios; de otro modo, sobre
no ser útil al bien de la Iglesia, se pondrá en peligro la suerte del
sacerdote mismo.
A la urgencia del apostolado hay que proveer intensificando ante todo
la formación de las almas que a él se dedican, porque solamente
individuos afianzados en Dios mediante una vida interior intensa y
formación intelectual y teológica, serán capaces de sostener el Ãmpetu
a veces arrollador del demonio, mundo y carne, de aquà la importancia
de preparación en un seminario bien conformado.
“Más hará uno perfecto –dice Santa Teresa de Jesús- que muchos que no
lo estén,†es por lo tanto de suma importancia que los que se dedican
al apostolado estén encaminados seriamente hacia la perfección, hacia
la santidad, sólo asà podrán dar Dios a las almas y llevar las almas a
Dios. Toda la historia de la Iglesia es una demostración práctica de
este principio: “Uno sólo era San Pablo y ¡A cuántos no ganó!, si todos
los cristianos fuesen como San Pablo ¡Cuántos mundos podrÃan
convertirse!†(San Juan Crisóstomo). El Santo Cura de Ars tenÃa pocos
recursos humanos y con todo convirtió a un número incontable de almas,
justamente en virtud de su santidad, de su amor y de su unión con Dios.
Dios quiera que los sacerdotes y seglares que leen este pequeño escrito
se preocupen por su propia santidad y salvación, recurriendo a los
medios que Dios proporciona, independientemente donde se encuentren, y
en lugares donde no cuenten con los sacramentos procuren tener una vida
de virtud, sacrificio y oración, pidiendo también al dueño de la mies
que envÃe operarios a su viña, porque la mies es mucha y los operarios
pocos.
***
Alter Christus
by
Father Roberto Atocha Dorantes Sáenz
transl. by Elisabeth Meurer
It is six o'clock in the morning. One hears the the bells ringing.
Benedicamus Domino, the bell ringer says. The seminarists answer: Deo
gratias - as they do everyday in the Seminary of the Holiest Hearts of
Jesus and Mary in Hermosillo, Mexico.
This is a day many people have been waiting for. We are in the city of
Guadalajara. It is the 7 October of the year 2004. There are many
thoughts going through the mind of a deacon who is just going to be
ordained priest, he is reminded of the day when he arrived at the
seminary, when he had the conviction that he had made a holy and
definite decision for his life, the conviction to follow Jesus Christ,
to be his servant, to be ALTER CHRISTUS.
As he is aware of what he is going to receive, his thoughts fly towards
the room of the Holy Supper, and he thinks: It is the same as it was
then. It is the evening before the suffering; the Apostles" argument
about the first place is still fresh in the room of the Holy Supper,
and the form of Jesus Christ who has knelt down and is washing their
feet is fresh in their souls.
Afterwards our Lord Jesus Christ takes the bread and then the wine in
his hands ... and says the holy words: THIS IS MY BODY ... THIS IS MY
BLOOD which is poured out for you... do this in memory of me.
The bread and the wine remain the same from the outward appearance, but
from this moment on they have stopped being bread, being wine to be
changed into the body and the blood of Jesus Christ.
And those disciples were changed into other beings by the words of
Jesus Christ. From the outward appearance they stayed the same persons
who some moments ago argued about the first place, but a divine power
was placed into their souls: the power of changing bread and wine into
the body and blood of Jesus Christ which is unique in Heaven and on
earth. This is the divine effect of the words of Jesus Christ on the
bread and the wine and on some people.
This event of the room where the Holy Supper took place will be
repeated on this very day. In Mgr. MartÃn Dávila Gándara's hands the
bread and the wine will be changed into the body and the blood of Jesus
Christ, and the change of four deacons into priests will occur in the
same way.
The place: the Church of the Immaculate Heart of Mary, a church
situated on a hill; it holds about 200 people, but it is not
sufficient, as about 500 people are expected. That is why the ceremony
of ordination will take place outside the church. For this purpose two
large, elegant tents where put up where the altar and 500 seats for the
faithful where built up. However, these seats where not sufficient, for
about 600 people arrived from the different parts of the country. They
were all moved and thanked God for this good which he decided to do.
During the ceremony the deacons go up one by one and kneel down in
front of the bishop, silence comes, the representative of Christ places
his hands on each of them. In this moment this area becomes a room of
the Holy Supper. Each of them feels the pressure of Christ's hands on
his head. In their souls they hear the echo of those words said in the
room of the Holy Supper: "This is my body... This is my blood...", and
it is as if Jesus Christ said: "Do this in memory of me."
All servants of God who were selected from the world, sometimes with
the same faults as other people, still remain the same from the outward
appearance - like those Apostles. But their nature has been changed in
a way similar to the change of bread and wine during consecration. A
divine power has been placed into their souls. The world still remains
the same, but there are four new and true priests in it.
Among the most impressing moments during the ceremony were the singing
of the litany which takes place after the announcement of the many
functions and strong duties of a priest. The church which is aware of
the fact that no one could stand without grace then calls for the help
of God, the blessed Virgin and the saints together with the faithful,
while the candidates of ordination are prostrated on the floor so that
the help of the grace of heaven can easily descend on them who are
humbled down to the dust. Another moving moment was the holy unction,
the moving sound of the Veni Creator goes up to heaven as a humble and
fervent prayer. The chosen person is kneeling there so that the holy
unction may fill him with graces which he is supposed to transmit to
the souls. And the holy oil drips on those hands in order to consecrate
and to sanctify them: "Consecrare et sanctificare digneris, Domine,
manus istas per istam unctionem et nostram benedictionem."
And as Father Sauvé (Jesús Ãntime, vol. II) writes: "Who could
recognize and appreciate the relations and connections of Jesus with
the soul of the new priest at the time of his ordination? Just as the
word incarnate gave itself entirely to the holy humanity of Jesus with
all its graces and gifts in order to sanctify all its actions, Jesus,
with his grace, gives himself to the priest's soul in order to sanctify
it: "The priest has to be one with Jesus. He is Alter Christus by the
characteristic, he is supposed to be it by virtue and holiness. Jesus
wants to continue living in him with his priesthood, with his
self-denial, with his patience, goodness and mercifulness, with his
self-abandon and his sacrifice. This essentially is what ordination is:
something like a new incarnation of Jesus in the priest's soul."
13 years have already passed since the death of Mgr. Moisés Carmona
Rivera. His work has born fruit and continues bearing fruit. For the
priests' congregation Trento currently consists already of twenty
priests under the direction of Bishop Mart"n Dávila Gándara who had
been ordained priest by Mgr. Moisés Carmona.
The salvation of the Catholic Church from the wars of the heresy of
modernism and its enemies is a divine work rather than an human one. We
are aware of this, but this does not include that the priests, the
seminarists, the nuns and the faithful of the priests" congregation
Trento do not do their bit against heresy and error.
We are aware of what time we are living in. The Church has lived in
crises, but it has never experienced a crisis of the kind we are
facing, starting from the vacancy of the Holy See and going up to the
general apostasy which society is living in, having forgotten the fear
and love of God.
The urgency of apostolic works, an urgency being felt even more
intensely today, cannot justify any precipitate formation of priests.
What would be the use of having a larger number of persons take part in
the fight if, owing to a lack of formation, they were unable to stand
the confrontation with the enemy powers? Today we, the true Catholics,
are partly experiencing the effects of this, for the catholic world is
divided: priests living as loners with their small parishes, personal
differences of opinion leading to theological aberrations on the one
side and the other.
Enthusiasm and good will are not enough, strong convictions and good
will are required and not self-opinionatedness and bad will;
willingness to make sacrifices and uniting with God are required.
Otherwise you will also put the priest's destiny into danger - besides
the fact that this is of no use for the good of the Church.
The urgent apostolate must above all be taken care of by intensifying
the formation of the souls of those wanting to work in it. For only
people who by an intense inward life and an intellectual and
theological formation are steadfast in God will be able to stand the
attack of the devil, the world and the flesh - which sometimes is
extremely vehement. That is why the formation in a well-formed seminary
is important.
"A person who is perfect will do more", St. Theresa of Jesus says,
"than many who are not." It is therefore of utmost importance that
those dedicated to priestly ministry are seriously brought on the way
to perfection, to holiness. This is the only way they can give God to
the souls and lead the souls to God. The entire Church history is a
practical demonstration of this principle: "St. Paul was one, and
didn't he win many! If all Christians were like St. Paul, how many
worlds could be converted!" (St. John Chrysostomus). The holy parish
priest of Ars had little human aid. And nevertheless he converted a
countless number of souls by his very holiness, his love of and his
unification with God.
God grant that the priests and the laypeople reading this small paper
will worry about their own sanctification and salvation, that they will
turn to the means granted by God, no matter where they are, and that,
in places where they cannot count on the sacraments, they will try to
lead a life of virtue, sacrifice and prayer, and that they will also
pray to the owner of the harvest to send workers into his vineyard. For
the harvest is large and there are few workers to gather it in.
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