La Santisima Trinidad
por el Párroco Josef von Zieglauer trad. Alberto Ciria
„En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo“: así han de ser bautizados todos según el mandato de Jesús.1 El es la segunda Persona del Dios trino, enviado por el Padre „para descubrir a todos la realización del secreto que desde tiempos eternos estuvo oculto en Dios, el creador del universo.“2 De Dios, no hemos de pensar ni de creer otra cosa que del Dios uno en tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Esto es un secreto de fe, un conocimiento que sólo nos es accesible gracias a la revelación de Dios. Nosotros jamás habríamos podido conseguirlo, ni poder osar afirmar que tal cosa la hubiéramos indagado o descubierto por comprensión propia. Pero los secretos de Dios tienen esta peculiaridad: son demasiado ricos, demasiado luminosos para nuestro entendimiento. Pero si hemos de aceptarlos en la fe, todo lo demás que conocemos en el mundo, podemos comprenderlo y juzgarlo de modo más correcto y fructífero a la luz de aquéllos. Es como la luz del sol: el sol es demasiado luminoso para nuestros ojos, no podemos mirar a él sin ser cegados. Pero sólo a la luz del sol se nos descubre el mundo entero en su riqueza, su belleza y su sentido. Así sucede también en el ámbito de la fe. Desde aquí hay que comprender las palabras del maestro de la Iglesia San Anselmo de Canterbury (+ 1109): „Creo ut intelligam“, es decir, creo para entender (mejor).
Dios Padre como creador y Señor
Comenzamos con Dios Padre. La primera verdad fundamental de la fe dice: „Hay un solo Dios.“3 Sin esta verdad no podemos hacernos beatos. Ella es necesariamente „necessitate medii“, es decir, necesaria para alcanzar la beatitud. No hay ninguna posibilidad de ser justificado por Dios sin esta fe.4 A ella se le suma además la segunda verdad fundamental: „Dios es un juez justo, que premia el bien y castiga el mal.“ ¿Es difícil llegar al conocimiento del Dios uno y verdadero? En el mundo vemos muchas cosas, y buscamos las causas. A partir de las huellas, podemos descubrir cosas o sucesos que no hemos visto o vivido inmediatamente. Cuando en el campo de nuestra mirada vemos modificaciones inesperadas, investigamos de inmediato sus causas.
Así sucede también con el mundo entero. Ya un niño mira lleno de curiosidad y deseo de saber el mundo que se le ofrece. A medida que nuestro entendimiento se desarrolla, preguntamos cada vez más por el porqué o el de dónde. También damos con la siguiente constatación: ¿por qué existo? Estas preguntas surgen de la experiencia fundamental de la nada de la que procedemos, de la contingencia, tal como los filósofos llaman al ser que procede de la nada. Así adoctrinó ya la madre macabeas a su hijo menor.5 A medida que avanzamos en el conocimiento del mundo y de la naturaleza, nos asombramos de la pluralidad de todo suceso. Esta pregunta asombrada desemboca en el conocimiento de una causa omnipotente, omnisciente, sumamente sabia, a saber, Dios. Hay un solo Dios. Tiene que existir, si es que hay algo en general. En último término, no es posible ninguna otra causa. Por lo demás es un Dios bueno, omnipotente, es más, paterno.
Seguimos avanzando en nuestra investigación. Siempre que encontramos sentido y orden, creación racional, organización –en el hogar, en un negocio o en una comunidad–, deducimos un padre o madre sabio y que se preocupa, o un director del negocio. Pues sin esta guía que se preocupe no puede establecerse este orden ni esta eficiencia sin tacha. Por eso, al contemplar el mundo, nos llega el conocimiento de que es un Dios quien guía las estrellas, los vientos, el crecimiento de las plantas, la vida plural de los animales y toda su relación mutua. El es infinitamente grande y misterioso, lleno de sabiduría, riqueza y bondad paterna, pero también lleno de majestad y alteza. Nosotros somos sus criaturas, estamos obligados a El, no El a nosotros. Que nosotros existamos, es un don libre de Dios. Eso exige de nosotros una respuesta correspondiente en nuestra conducta. Tenemos que reconocer que estamos bajo Dios. Tenemos que someternos a El, atenernos al orden que nos resulta cognoscible, alabar a Dios en vista del sentido del mundo que hallamos. Pues hasta las criaturas irracionales alaban a Dios a su manera.6 Nuestro ordenamiento en el plan de Dios debe suceder por libre decisión. Por desgracia, también puede ser negado. Lo vivimos ya en las relaciones humanas: en toda familia, en toda comunidad y en todo negocio. Quien está asumido en un orden y cobijado en él, tiene que plegarse a su orden. De otro modo –al menos en un negocio– es excluido como culpable, o recibe una multa. Al contrario, el solícito y obediente es recompensado y honrado. El mérito y la culpa son las facetas de nuestra libre voluntad. Lo que vale ya en la comunidad de los hombres, tiene que tener un peso tanto mayor ante Dios. Por eso, la segunda verdad fundamental dice: „Dios es un juez justo, que premia el bien y castiga el mal.“ Por tanto, el hombre puede conocer tanto la existencia de Dios como su dependencia propia respecto de El y su subordinación vinculante.
El reconocimiento de esta circunstancia lo encontramos fundamentado clara y distintamente en la revelación del Antiguo Testamento y en la tradición judía. Pero, pese a múltiples confusiones, también en las antiguas religiones paganas se encuentran huellas. Aun cuando los paganos tenían imágenes confusas de Dios, sin embargo sintieron la obligación moral de someterse a El. Sirva como ejemplo el TAO de los chinos, la armonía del universo, plegarse a la cual es tarea moral. Con esta máxima, construyeron un Estado poderoso y, a su manera, ordenado. También crearon una cultura rica. San Francisco Javier (+1552) los admiraba tanto, que le pidió al Papa los mejores misioneros para que la luz verdadera del Evangelio iluminara también a los chinos. También podemos pensar en los romanos. Ellos apreciaban altamente la pietas, la piedad, la veneración de lo divino y su orden. Esta les capacitó para crear un orden jurídico, correspondiente al derecho natural, que sigue siendo reconocido hasta hoy. Poderosamente, y a menudo también estrictamente, Dios habituó en el Antiguo Testamento al „pueblo elegido“ a la obediencia frente a Sus preceptos. Pues como ya sucediera con los paganos, también con los israelitas, a causa del fallo humano, el espíritu de la cólera puso en acción sus influjos desbaratadores.
Al hombre insurrecto se le ofrece una serie de razonamientos engañosos, pero que coinciden todos ellos en una conclusión, a saber, la rescisión del sometimiento a Dios, es decir, la sublevación contra él (emancipación). El hombre que no quiere creer ni someterse a Dios, recurre a muchas evasivas. Entonces se ofrece, primeramente, la causalidad mecánica como explicación de todo suceso. Ya los paganos trataron de ver en el mundo un perpetuum mobile, un eterno muere y transfórmate, en el que el bien y el mal son sólo estadios necesarios del desarrollo. Los filósofos Johann Gottlieb Fichte (1762-1814) y Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831) creyeron haber descubierto otra explicación con su dialéctica, en concreto la contradicción necesaria entre la antítesis y la tesis, que luego conduce a la síntesis, para que se produzca un salto cualitativo y, a partir de ahí, una nueva antítesis, etc.7
El conocimiento que hemos mencionado antes de un causante omnipotente, omnisciente, paterno, se rechaza como infantil e ingenuo. Los conocimientos de la ciencia sobre la evolución, el desarrollo del cosmos, y por tanto también de nuestra tierra, desvelan, para toda modificación en su suceder, una causa. Eso puede inducir a conocer una necesidad mecánica, química, fisiológica, desde la cual sucede todo. Así también en una fábrica de producción de piezas de vehículos, puede observarse la marcha de la producción, las causas y efectos. Pero si no conozco el producto final, tampoco entiendo la finalidad de las piezas. Aun cuando el producto final aún no esté terminado, sin embargo todo el proceso de construcción tiene que estar pensado, calculado y perfilado. Esto es sólo un caso de cuando alguien ha pensado todo en sus detalles.
Así ven los evolucionistas el devenir del mundo. Investigan las causas, ven incluso el producto final: un mundo hermoso y habitable, rico, lleno de orden y sentido. Pero no quieren percibir una cosa: que todo eso tiene que haberlo planificado alguien. En vez de la riqueza de ideas y la omnipotencia del creador, suponen mejor una causa indeterminada que tiene que estar encerrada en las cosas, una voluntad ciega que impera sobre todo, o el absoluto, del que no puede entenderse cómo haya de funcionar. Todo lo aceptan, salvo un creador. Además, la visión de la belleza, la riqueza y el sentido de la creación, es enturbiada cada vez más por visiones utópicas de futuro. Pero éstas conducen directamente al abuso y a la destrucción del orden dado por Dios, de la belleza y del sentido. Por eso hoy se buscan tan desesperadamente nuevos valores. ¿No se dice ya en el relato de la creación que Dios terminó Su obra el sexto día, que la bendijo, y que hizo del séptimo día el día de descanso, el día de adorar y glorificar al creador?8
Estas teorías de un desarrollo necesario e ineludible como explicación de todo el acontecer mundial, conducen a una relativización de los valores. En nombre del desarrollo, visiones y enjuiciamientos pasados se consideran superados y, por eso, como ya no vinculantes. Se pone todo el celo en el progreso, sin saber qué traerá en realidad éste. En la historia moderna, todo esto condujo a revoluciones sangrientas, a la decadencia de todos los valores, a la sublevación contra todo orden en la familia, la sociedad y los Estados, a la ceguera ante el orden y la naturaleza y a la sacrílega afirmación de que todo esto es progreso ineludible: el rápido desarrollo de las ciencias y de la técnica ha fortalecido aún esta actitud. Así, la fe en el Señor y Dios es un correctivo frente a tal desarrollo equivocado en el sentido de las palabras bíblicas: „El temor de Dios es el principio de la sabiduría.“9
El desarrollo arriba comentado ha excluido a Dios, porque no quiere llevar a cabo la adoración. La adoración de Dios tuvo en el Antiguo Testamento una significación especial, también entre los paganos, aun cuando éstos adoraran a dioses falsos. Asumió en el orden social un puesto privilegiado. Como es sabido, el sacrificio era el indicio más elocuente del sometimiento a la divinidad. En el ejercicio moderno de la religión, este sometimiento ha sido eliminado casi del todo. Ya los viejos paganos lo presintieron en el mito de Prometeo, que robó a Zeus el fuego y lo trajo a la tierra. ¡Cuánto se parece eso al desarrollo actual, en el que, con el conocimiento y el aprovechamiento de las ondas eléctricas, el hombre quiere apoderarse de la omnisciencia y omnipresencia de Dios! Ciertamente, los conocimientos nuevos ofrecen posibilidades insospechadas, pero también el peligro del control total sobre los hombres y su esclavizamiento. Dios es Señor y Padre que ama a sus criaturas; los dioses falsos son tiranos, demonios que seducen y esclavizan a los hombres.
Dios Hijo como sabiduría y veracidad
Llegamos ahora a la segunda persona en Dios. Tengamos a la vista: „Hay un solo Dios.“ Eso dice nuestra confesión de fe. Pero Dios, el Señor, nos dejó ver más profundamente en el misterio de Su vida. Pues El hizo llegar la Palabra eterna al mundo: „Al principio era el Verbo“10 , así comienza el Evangelio de San Juan. Yo nunca me atrevería a una declaración semejante si no nos hubiera sido revelada por la gracia divina. Después de esta revelación, ¿podemos decir algo sobre este misterio?
Quiero intentarlo. Ya de niños escuchamos: Dios es eterno, existió ya siempre, existirá siempre. Entonces surge el pensamiento: entonces, ¿qué hizo Dios todo la eternidad, cuando estaba completamente solo? La respuesta fue: Dios es infinitamente rico y glorioso en Sí mismo, de modo que todo el universo no es ni siquiera como „la gota en el cubo“. Es más, eso es el misterio de la vida divina. Dios es espíritu, y espíritu significa conocer y querer, decidir queriendo libremente, y la decisión surge del amor. Este es movimiento al bien.
Puesto que sólo es posible un único Dios, el objeto de Su conocimiento sólo puede ser Su propia perfección. Pero con el conocer y el amar se corresponde el Tú como réplica, y la palabra que expresa el contenido de lo conocido. Sólo así es la vida espiritual. En ello vemos también que todo el mundo creado, con su belleza, su sentido y su riqueza de dones y posibilidades, no tendría sentido si no fuera conocido: el conocimiento es la luz que lleva todo al resplandor y a la conciencia. Y la palabra es la reproducción de lo conocido. Cuanto más abarcante y fiel es el conocimiento, tanto más expresiva y fiel es también la palabra. Así pues, la vida interior de Dios sólo puede consistir en que Dios, desde la eternidad, o mejor dicho, en Su eterno ahora, conozca Su propia perfección y la exprese en la palabra espiritual. Tal como parece, a nosotros los hombres sólo nos es accesible en una sombra, pero según la revelación de Dios, el hecho queda fuera de duda. Es el engendramiento del Hijo por el Padre. La Palabra es exactamente la imagen fiel de la gloria conocida del Padre, el Hijo es la imagen fiel del Padre: „Yo y el Padre somos uno.“11 Y si aceptamos la palabra revelada de Dios de que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza12 , entonces podemos comprender mejor el proceso intratrinitario que se llama generación. La generación es un proceso que resulta de la naturaleza: generar el espíritu consiste en conocer y en expresar este conocimiento. El hombre es también un ser espiritual. Por eso necesita también del tú. El primer „tú“ es Dios. De El hemos recibido todo, pero El lo creó como hombre y mujer. También necesitamos del tú humano, para que la vida sea más bella y más rica, al tú le expresamos nuestros conocimientos en palabras, y obtenemos nuevos conocimientos en las palabras del otro. Sólo en el intercambio mutuo, en el comunicar y aprender recíprocos, se desarrolla toda la riqueza de la vida humana.
Así, la Palabra de Dios, el eterno Hijo de Dios, se hizo hombre y habitó entre nosotros.13 La Palabra divina es luz, porque es la verdad, y necesitamos de esta verdad. Pero „la luz alumbra en las tinieblas y las tinieblas no la comprendieron“14 . Aquí vige: quien no la recibe, permanece en tinieblas.15 Vemos así que para el desarrollo de la vida necesitamos de la palabra, de la comunicación, y concretamente de la comunicación de la verdad. Jesús, el Hijo de Dios, vino al mundo para dar testimonio de la verdad.16 Pero Pilato, el prefecto, se encogió de hombros: „¿Qué es la verdad?“17 Pero necesitamos de la verdad. Pero, por desgracia, cuando no responde al yo defectuoso, en la comunicación, a menudo, la verdad tiene que dejar paso a la confusión, a la mentira. De este modo, en el caudal actual de información, la comunicación es demasiado a menudo desinformación. Vemos con qué premiosidad es necesaria la verdad. ¡Ay, cuando es asfixiada por fuentes informativas cargadas de intereses –económicas, políticas, orientadas al mercado–! Cuán actuales son hoy las palabras del apóstol: „Y la luz alumbró en las tinieblas y las tinieblas no la comprendieron.“18
Especialmente desde la ilustración se ha despertado el impulso a proporcionarse conocimientos y formarse juicios con el entendimiento propio. El hombre debe liberarse de la minoría de edad autoculpable y utilizar su propio entendimiento. El hombre fue conducido a esta actitud por los muchos conocimientos y descubrimientos de las ciencias naturales, de la investigación histórica y de la investigación de fuentes. Esta actitud lo ha llenado de una autoconciencia demasiado poderosa. Y sin embargo no puede pasarse por alto que, sin asumir conocimientos de otros, no es posible ninguna ampliación, ahondamiento y desarrollo posterior. ¿Acaso no conocemos que al asumir conocimientos de otros podemos estar expuestos también a confusiones? También al asumir conocimientos científicos, sobre todo de las ciencias del espíritu, las diversas escuelas dan testimonio de la posibilidad de la confusión. Los conocimientos de las ciencias naturales pueden verificarse en el experimento, es decir, se puede demostrar que son ciertos: pero los de las ciencias del espíritu ya mucho menos. La aprobación de juicios de las ciencias del espíritu puede estar influida muy a menudo por temples de ánimo personales, simpatías, actitudes fundamentales. Al margen de la actual sobreabundancia de información con su estridente pluralidad y premiosidad, gracias a los conocimientos de la psicología experimental, de los métodos de dinámica de grupos, que saben cómo no transmitir conocimientos, se logra, por medio de refinados alicientes, manipular a los hombres para actitudes, deseos o conductas de consumo determinadas de antemano. Eso no es el espíritu de la verdad, sino el del adversario, del príncipe de este mundo y del „padre de la mentira“, como nuestro Señor lo llamó.
Sobre este fondo, podemos intuir el amor del Padre celestial, que El envió al mundo la Palabra, al Hijo, la revelación de la verdad: la revelación del misterio que estaba oculto desde la eternidad en Dios, el creador del universo.19
Por eso es cierto esto: „Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura.“20 Pues, „¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?“21 Nuestro fin, nuestra verdadera patria, no es el mundo, sino el cielo, la comunidad eterna con Dios. ¡Qué valor y qué reto es salir al paso del mundo con estos presupuestos, de ese mundo que sólo piensa en su propia satisfacción! De este modo, Jesús, el Hijo de Dios, la imagen del Padre, vino como hombre para habitar entre nosotros, para anunciar con palabras humanas la verdad, la verdad eterna. Ser con su vida modelo para nosotros y antecedernos con su cruz y su muerte en sacrificio, para expiar por nosotros y vencer a las falsas ofertas de felicidad del mundo (hoy, especialmente, la máquina y el sexo), para abrirnos así la entrada a la alegría celestial e imperecedera. Ese es el privilegio de la verdad revelada por encima de toda curiosidad, deseo de saber y deseo de dicha terrenos. Eso es el dogma, la Palabra de Dios en la que creemos, no a causa de la fuerza de nuestro entendimiento, sino a causa de la veracidad y de la omnisciencia divina, que no puede mentir ni confundir.22
Eso anunció y obró Jesús, y lo encomendó a la Iglesia con el misionado de los apóstoles a quienes él encargó y de sus discípulos, y de su promesa expresa de la confianza en su anuncio. Pero porque los hijos de este mundo, como enseña la experiencia y nuestro propio Señor admitió, tampoco son ingenuos, sino que a menudo son más astutos que los hijos de la luz23 , no han tenido miedo de utilizar muchos fundamentos valiosos de la doctrina divina como etiqueta para actitudes falsas y divergentes, pues el demonio se aparece más a menudo que el „ángel de la luz“. Sin embargo es cierto esto: „Y cuando alguien, aunque sea un ángel de la luz, os enseñe algo distinto a lo que habéis escuchado de mí, no le creáis.“24
Por eso, a la Palabra de Dios pertenece el dogma, la proposición de fe, la continua repulsión de los enemigos de la verdad. Hay innumerables intentos de falsear la fe, ante los que el ministerio doctrinal eclesiástico tuvo que tomar postura con una autoridad divina. Por eso hay un gran número de dogmas, es decir, declaraciones de fe y correcciones vinculantes. Nadie está obligado a conocerlos, lo que sería casi imposible. Pero todo católico está obligado a conocer las revelaciones más importantes que se pronuncian en la confesión de fe, los mandamientos de Dios y todos los mandamientos vinculantes de la Iglesia, y los medios necesarios de gracia. Todas estas cosas están compiladas en el Catecismo. Porque los disidentes protestantes se separaron del ministerio doctrinal viviente y sólo reconocen las Sagradas Escrituras como fuente única de fe, se han disgregado casi necesariamente en tantas „Iglesias“ diversas. Para garantizar una cierta cohesión entre sus miembros, Martín Lutero (1483-1546) redactó incluso un catecismo propio, para afianzar a su gente en su interpretación de las Sagradas Escrituras.25 Viéndolo así, el Catecismo católico es un apoyo necesario y una protección contra el tratamiento arbitrario de las Sagradas Escrituras. Porque hoy, también en la Iglesia postconciliar, en la enseñanza pública el Catecismo ha desaparecido del todo, tenemos la tan denunciada crasa incertidumbre de muchos católicos.
El dogma se considera hoy una camisa de fuerza de nuestro cerebro, unas anteojeras que constriñen nuestro pensamiento, pero ya no la Palabra y la sabiduría de Dios y Su luz, que nos abre y proporciona visiones gloriosas de la grandeza y amor de Dios, tal como estas explicaciones tratan de exponer. Además, después de todo, cualquier científico, técnico y artista sabe que sólo observando las reglas de su oficio puede completar su obra.
Otro motivo de la animadversión contra el dogma se nos presenta en la preocupación por la paz en el mundo. Jesús dijo: „La paz os traigo, mi paz os doy, no como la da el mundo.“26 ¿No hizo ya el diablo, en la tercera tentación a Jesús en el desierto, esta propuesta: „Todo esto te daré si, postrándote ante mí, me adoras?“27 Como si dijera: ¿por qué queremos discutir? Si aguantamos juntos, se habrá eliminado toda tensión.
De modo similar, hoy, en el marco del entendimiento entre las religiones o los ecúmenos, se pretende andarse con más cuidado con la exigencia de verdad de la religión católica. Hace poco, el emisario diocesano para el diálogo con los judíos se pronunció así: queremos volver a hacer valer los puntos comunes con los judíos, que por parte de la Iglesia católica son mucho más abarcantes que con otras religiones; después de todo, tenemos en común todo el Viejo Testamento, y también en el Nuevo Testamento podemos constatar el hondo arraigo en la fe judía: al fin y al cabo, Jesús fue un judío crecido en su tradición, un rabino como tantos otros, sólo que especialmente carismático, etc. Es más, si a Jesús lo suponemos así, entonces este Jesús, ante el consejo supremo, a la pregunta del sumo sacerdote: „¿Eres tú el Hijo de Dios?“, habría tenido que responder de otro modo. Por ejemplo así: „No, no es eso lo que quería decir. Es sólo el pueblo el que su entusiasmo siempre añade algo. Después de todo, sabéis que el milagro es el hijo predilecto de la fe: uno dice que lo ha presentido, otro lo repite diciendo que lo ha visto, etc. Así, la imagen que tenían de mí, se transfiguró con la aureola de lo divino. Yo sólo quería poner de relieve en la Tora el espíritu, frente a la mezquina fijación de los fariseos a lo secundario. Simplemente quería ayudar a los hombres. Entonces me hicieron Dios.“ Si Jesús hubiera dicho eso, entonces todo habría acabado con un fracaso, no habría habido redención, tampoco cristianismo. Entonces tampoco los judíos habrían conseguido esta significación mundanal que, al fin y al cabo, han de agradecer sólo al cristianismo. Pues, para los cristianos, los judíos son siempre el „pueblo elegido“ del que salió el redentor. En el caso de Jesús, los judíos desempeñaron un papel negativo, pero, según las palabras del apóstol San Pablo, reconocerán al final a su redentor.28
La revelación del Hijo de Dios muestra una segunda cosa: es de una naturaleza, de un ser con el Padre, con todas las propiedades sobresalientes; pero su relación con el Padre es la relación del Hijo. En tanto que Hijo de Dios hecho hombre, está además en relación de subordinación al Padre29 , pero sin menoscabo de su dignidad y de su majestad divina. Por otro lado, en el Hijo el Padre reconoce Su gloria y la expresa en la Palabra, que refleja por entero esta gloria. El Hijo ve en su gloria la imagen del Padre. Ama al Padre como un hijo, engendrado por el padre. Eso significa subordinación en el amor. Y esta subordinación, el Hijo la manifestó con su obediencia en la tierra hasta la muerte: „Padre mío, si es posible, aparta mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.“30 Con ello, Jesús ennobleció y santificó la subordinación. El desconocimiento de esta revelación ha inducido hoy a los hombres a sentir la subordinación como degradación, como discriminación, y esto ha conducido a este curioso redescubrimiento de la dignidad de la mujer: la emancipación femenina. Esta es un verdadero engendro del diablo, quien, con ello, ha destruido a la mujer, su modo de ser propio, su amabilidad. Hay algunas religiones paganas, especialmente el Islam, que dañan la dignidad de la mujer. Y el diablo utiliza estas caricaturas para hacer odiosa la subordinación de la mujer.
La subordinación no es un oprobio. Servir a Dios significa gobernar.31 El rechazo de la subordinación llega hasta el punto de que incluso se la desacredita ante los niños, y del deber de obediencia de los niños hacia sus padres se establece un compañerismo entre los niños y los padres. Si los hombres reconocieran en sus mujeres la dignidad de la mujer en la Virgen María la Madre de Dios, entonces no haría falta ninguna emancipación femenina.
Esta es la tarea que el Hijo divino del hombre cumplió: expiar el orgullo y la ingratitud de los hombres con Su obediencia hasta la muerte. La cruz es el arma con la que nuestro Señor Jesús venció al poder destructor y seductor del diablo.
El Espíritu Santo como conductor en el amor
El Espíritu Santo, la tercera Persona divina, es el hálito del amor del Padre al Hijo y del Hijo al padre. En tanto que el Padre reconoce en el Hijo toda la gloria de Su ser, y el Hijo en el Padre el origen de su ser imagen perfecta, ambos se alientan mutuamente el espíritu del amor, de la alegría, de la dicha infinita. Así explica la Iglesia la revelación de la Santísima Trinidad. El amor es la vida divina, el Espíritu Santo. Eso es la vida intradivina: Dios es el amor.32 El hombre es creado a imagen y semejanza de Dios, y este ser imagen consiste en una espiritualidad en el conocer y el querer.
Con la invención de los cerebros electrónicos, el hombre se ha creado un instrumento que supera con mucho al cerebro humano en su frecuente ineficiencia en cuanto a precisión, rapidez y pronta disposición de innumerables datos. Pero aunque el ordenador pueda ayudar a nuestra facultad cognoscitiva, sigue siendo una máquina. No conoce nada, sino que sólo nos aporta el material, como por ejemplo también lo hace la escritura. Es sólo nuestro cerebro el que amplía la mirada, crea intereses, curiosidades, quizá también alegría o rechazo. Conocimiento espiritual significa florecimiento de la vida, de la alegría, del amor y de la dicha. Es la voluntad la que decide en el conocimiento, la que acuña la actitud interior del hombre, la que puede despertar el amor, la alegría por lo bello y lo bueno, la que dirige nuestra actitud interior. El amor hace feliz, trae entusiasmo, hace nuestra vida digna de ser vivida, también en la aflicción y en la desgracia. La negación del amor vuelve a arrojar al hombre a una actitud acuñada por las necesidades propias, que sólo ve en el otro una molestia y una carga. Así, la voluntad acuña nuestro valor moral y nuestra responsabilidad por las decisiones propias. La revelación de Dios en toda la riqueza del mundo, en su indicación de la misericordia divina, que se muestra en la historia de la salvación, debe despertar en nosotros el amor y la alegría y la entrega agradecidas a Dios. pero como el mundo y los hombres están perturbados por el uso negativo de su voluntad, por el „no“ a Dios, esto tiene también sus lados sombríos, y tiene como consecuencia la posibilidad de otros apetitos, de enemistades, de maldecir, de deseos malos. Estamos expuestos a esta decisión. Ahí nos ayuda la promesa de Dios que nos ha traído el Hijo: nuestra patria no es este mundo, que perecerá, como la Iglesia cita a menudo en sus bendiciones cuando apela a Cristo, el redentor, „que vendrá a juzgar con el fuego a vivos y muertos y al mundo“.33
Así pues, nuestra patria no es el mundo. „No améis al mundo.“34 El es sólo un lugar de tránsito y prueba. Nuestra patria es el cielo, con Dios. Es el Espíritu Santo quien es el amor infinito, quien puede despertar y fortalecer nuestra voluntad para „apetitos celestiales“35 . Todo apetito puramente terreno tiene un final, a menudo también repentino. Y, no obstante, los hombres pueden dejarse arrebatar muy poderosamente, a menudo también por cosas muy cuestionables. Piénsese sólo en los ataques de histeria que algunos cantantes pop pueden provocar en las masas, o en partidos de fútbol que degeneran fácilmente en tumultos y peleas. Pero en ello se ve también que el hombre es capaz de entusiasmo, es más, que éste puede convertirse en un poderoso motor de vida, que luego, ciertamente, si es mal conducido, también puede llevar a accidentes.
„Intranquilo está nuestro corazón, oh Señor, hasta que descanse en Ti.“36 Hoy, muchos intelectuales occidentales consideran el budismo una religión similar a la cristiana, es más, él ejerce sobre muchos una fuerza de atracción que, sin embargo, a causa de un conocimiento insuficiente de la propia religión cristiana y de la mundanización masiva de nuestra vida de bienestar, muchos consideran un contrapeso efectivo. Mucho se asemeja a lo cristiano: la falta de menesterosidades de la vida monacal con el fin de la renuncia como satisfacción de las menesterosidades, para liberarse de cargas innecesarias, porque, al fin y al cabo, la mayoría de las veces todo placer trae consigo sólo sufrimiento, y finalmente la compasión, que puede hacer de nosotros hombres bondadosos, atenuadores del dolor. Todo eso parece ser muy afín a lo cristiano, y algunos creen encontrarlo aún más acentuado en el budismo que entre nosotros.
Pero, en realidad, el budismo no es una religión, pues religión, al fin y al cabo, significa enlace con Dios. El budismo tiene más bien una actitud muy negativa hacia el mundo: su fin es el Nirvana, que no puede describirse más, huir de todas las cargas terrenas. Pero el budismo recomienda la compasión: la compasión es bella, y justamente en la fe cristiana tiene un puesto sobresaliente. Pero la compasión no es todo el amor. ¿Puede desear para sí el hombre ser digno de compasión? Sí, si uno se ha hundido muy hondo en el agujero, entonces se alegra de un samaritano compasivo. La compasión también puede ser capciosa: „me das lástima“. Eso son a menudo palabras de desprecio con las que se quiere hacer daño a alguien. Una compasión así es una ofensa.
La compasión también puede ser capciosa de otro modo. Ya Goethe lo expresó en su Prólogo al Fausto I, cuando Mefisto, el diablo, tras el canto de alabanza de los ángeles a la creación divina, cuando Dios le pregunta si tiene también algo que decir, responde: „No sé qué decir del sol y de los mundos; sólo veo cómo los hombres se afligen, me dan lástima en sus días terrenos.“ Ahí se encierra ya la blasfemia: „¿No fuiste capaz de crear un mundo mejor?“ Con la compasión sedujo ya la vieja serpiente a nuestros primeros padres para desobedecer a Dios: „¿De verdad os ha prohibido Dios...?“37 ¿No debería darnos qué pensar cuando vemos cómo la Iglesia moderna, que aún se llama católica, ve la única justificación de su existencia en ayudar simplemente al hombre, especialmente a los marginados: matrimonios fracasados, pervertidos sexuales, etc.? A todos se les ofrece ayuda, también a costa de los mandamientos de Dios, que son los únicos que pueden afianzar al hombre en su dignidad y que son el camino para la salvación. La tarea de la Iglesia no consiste en configurar la vida terrena de modo que sea lo más soportable posible, sino en proclamar el Reino de Dios, manifestar la gloria de Dios y el fin eterno, el cielo, al que todos son llamados. Pero este fin sólo puede alcanzarse por el camino de la cruz. Jesús dice: „Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y el resto se os dará por añadidura.“38 Tomar sobre sí la cruz sólo es posible en el amor, en puramente terrenas.
El Espíritu Santo es el espíritu de la verdad. Pero, en el fondo, queremos experimentar la verdad. Ella es el motor de todo deseo de saber y curiosidad. Y todos estaríamos decepcionados si los conocimientos en los que hemos creído se evidenciaran como erróneos. Por eso sólo la verdad es digna de amor. Jesús reconoció ante Poncio Pilato: „He venido al mundo para dar testimonio de la verdad.“39 Por eso, también la Iglesia que Jesús fundó es la proclamadora de la verdad. De ahí el mandamiento de misionado de Jesús a los apóstoles que él llamó: „Id a todo el mundo y enseñad a todos los pueblos. Quien crea y se haga bautizar, será salvado, pero quien no crea, se condenará.“40 Es decir, Jesús proclama un amor vinculante, que no tiene semejante. Cuando alguien da un discurso, tiene que esforzarse, mostrando su competencia y con su hábil retórica, por la aprobación por parte de sus oyentes, pero no puede mandar la fe. Eso sólo lo puede Dios. Pero por eso, el maestro encomendado por Cristo tiene que atenerse a la doctrina que El encargó. También será digno de fe cuando su propio obrar corresponda a la doctrina. Pero aun cuando fracase en ello, permanece la obligación: „Id y haced todo lo que os digan, pero no os orientéis conforme a sus obras.“41
Cristo dotó de esta autoridad sólo a los apóstoles, y les dio la garantía de la infalibilidad. Por eso la Iglesia es la comunidad de todos los bautizados, que en el bautismo han prometido su fe a las verdades reveladas, y que obedecen al Papa y a los obispos. De este modo, siempre se ha distinguido entre la Iglesia que adoctrina y la Iglesia que escucha. En ello, es claro que también los maestros tienen que escuchar: a Cristo y a su mandato. Hoy se escucha decir a algunos: „Nosotros somos Iglesia.“42 Con ello parece que todos participan del encargo doctrinal de la Iglesia. Un síntoma llamativo de esta concepción es el número más bien grade de estudiantes teología mientras, al mismo tiempo, van faltando las vocaciones sacerdotales.
La revelación de Dios ha venido a nosotros por las Sagradas Escrituras y la tradición oral (apostólica). Sin la llamada tradición, podríamos malinterpretar también las Sagradas Escrituras. La doctrina de la Iglesia está compilada en el Catecismo. Este contiene la doctrina acreditada por la Iglesia sobre el hecho de la salvación, los mandamientos, los medios de gracia, especialmente los siete sacramentos. En la proclamación oral, en la predicación y las clases de religión, estas verdades se explican constantemente y se recomienda atenerse a ellas. Quien malinterpreta estas verdades, las manipula e incluso las modifica, no tiene derecho a la fe ni a la obediencia. De este modo, ya en el pasado creyentes atentos se resistieron a los errores de predicadores que eran sospechosos de herejía o la toleraban. Piénsese por ejemplo en Nestorio (+ ca. 451). A causa de su falsa cristología, negó que María fuera la Madre de Dios. Estos celebraron con alegría la condena de Nestorio en el Concilio de Efeso (431). Según la predicción de Jesús, los creyentes reconocen la voz de su pastor. No siguen a uno falso. Jesús dice: „Yo conozco a mis ovejas y los míos me conocen.“43 Hoy se ejerce la teología como eso que se da en llamar libre investigación. Ellos no se dejan persuadir en su ciencia por mitos religiosos –como los llaman–, es decir, por prescripciones de fe. Ellos abordan los contenidos de fe como un forense su cadáver. Por eso han desacreditado la teología también en muchos clérigos. Frente a ello, vale esto: teología sin fe, sólo en base a la investigación y el análisis históricos, es la muerte del espíritu. [...]
Ya no son las normas de fe las que determinan el servicio divino y las clases de religión, sino la libre iniciativa del grupo. El creyente, que en la Iglesia tradicionalmente católica se sentía en casa, se halla ahora de pronto abandonado o expuesto al dictado del grupo. Así, al hombre concreto le es casi imposible formarse un juicio independiente sobre si eso que se ofrece sigue siendo compatible con la religión anteriormente practicada y jurada. Es seguro que siempre ha habido laicos piadosos, orantes, dotados de gracia o santidad que dieron a la Iglesia valiosos estímulos o que suscitaron iniciativas,44 pero siempre fue el ministerio doctrinal ordinario de los ministros de la Iglesia llamados por Dios el que dio confirmación eclesiástica a estas iniciativas.45 Si la „Iglesia“ hoy sólo se centra en la tarea de ayudar a los hombres en sus necesidades terrenas, entonces se hace servidora del mundo. Ya Solchenizyn reprochó al patriarca ruso su actitud servil ante el gobierno soviético. Una Iglesia que sacrifica lo más valioso que tiene para la paz del mundo, se hace servidora del mundo. Previendo con una mirada amplia esta posibilidad, el Papa León XIII (1878-1903) introdujo las oraciones por la Santa Misa, en particular por la libertad y la elevación de nuestra Santa Madre Iglesia. Estas oraciones se han abandonado con toda tranquilidad, argumentando el contexto histórico de aquella época, la pérdida del gobierno mundano del Papa. ¡Qué argumento tan gastado! Que la Iglesia se arrastre ante el mundo a costa de su exigencia de verdad, es mucho peor que la pérdida del Estado eclesiástico.
Se me responderá que también hoy a menudo la instancia suprema echa el freno ante modificaciones demasiado arriesgadas, que el control funciona ya, lo que, al fin y al cabo, también conduce a menudo a enérgicas protestas dentro de los innovadores. No nos confundamos. También los innovadores tienen que considerar de algún modo el sensus fidelium, el sentido de fe de los católicos practicantes. Por eso, éstos tienen que ser una y otra vez tranquilizados o aplacados. En el fondo, los innovadores se limitan a dejar trabajar al tiempo. Se dice que lo que hoy aún no es posible, mañana podrá introducirse sin más. Una demostración para este pensamiento de fondo es la frecuente indicación de que se ha procedido demasiado deprisa. Con ello se demuestra que no se cree la verdad inmodificable, sino el desarrollo necesario.
Pero ante nosotros está irrevocablemente el final de toda vida terrena, el Juicio, la salvación o la condenación. Quien abandona lo más valioso que hay, por lo que el Hijo de Dios se ha dejado crucificar, en favor de un desarrollo terreno, de un futuro rosa o un deseo, ha contravenido el mandato de amor de Dios. Ha despreciado lo mejor, por eso perderá también esto mejor para siempre. Nos esperan el cielo o la tierra, ahí no hay escapatoria, así como tampoco podemos escapar de la muerte. Este tema se silencia en amplia medida. Algunos lo consideran incompatible con el amor y la misericordia de Dios. Incluso suponen sadismo a los santos en el cielo, porque pueden regocijarse sabiendo de los terribles tormentos de los condenados. Pero queremos quedarnos quietos ante esta circunstancia. El comienzo de la sabiduría es el temor de Dios. Quien no teme a Dios, quien no lo venera y ama, no tiene acceso a Su amor. María, la Santísima Virgen y Madre, no tenía que tener miedo al castigo de Dios, pero pese a ello vivió en el máximo temor de Dios. Nada temía más que hacer algo que pudiera vulnerar el amor a Dios u ofender a Dios. Si hemos tropezado en la vida, sólo el temor de Dios puede llevarnos a ver qué peligro nos hemos metido. Sólo el temor de Dios puede ponernos en los brazos de la misericordia de Dios, que busquemos y valoremos Sus sacramentos, que nos posternemos ante Su cruz y hallemos ahí la salvación. Pues vemos con horror que ni siquiera el temor de Dios ha de enseñarse ya a los niños en la escuela.
„Jerusalem, Jerusalem, convertere ad Dominum, Deum tuum!“
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