REFLEXIONES SOBRE LA NATIVIDAD DE NUESTRO SEÑOR Y LA DEUDA DEL HOMBRE MODERNO QUE TIENE CON EL VERBO ENCARNADO
por Mons. Martín Dávila Gándara Obispo Católico en Misiones
San Juan principia su Evangelio por estas sublimes palabras: En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Todas las cosas fueron hechas por El: y nada de lo que fue hecho, se hizo sin El… Y el verbo se hizo carne y habitó entre nosotros.
Por el verbo eterno, que en el tiempo se unió a nuestra naturaleza mortal, fue el mundo sacado de la nada; y puesto que nada se hizo sin El, nosotros también hemos sido hechos por El, y a El por consiguiente le debemos el beneficio de nuestra existencia en el tiempo y luego en la eternidad, siendo la una inseparable de la otra.
En estos días en que nos disponemos a celebrar dignamente el aniversario del nacimiento temporal del Verbo, es muy natural que pensemos también en el aniversario de nuestro nacimiento y en el autor de tan señalado beneficio. Pero ¡con que fervoroso amor y agradecimiento no conviene que pensemos en ello, nosotros sobre todo que hemos recibido la plenitud de los dones de la vida, naciendo por un beneficio providencial, después de la Encarnación del Hijo de Dios, y en un país en donde brilla, con el más vivo resplandor, la luz que El vino a derramar en todo el mundo! ¿Pensemos con frecuencia en este insigne beneficio?, ¿Pensemos en él con bastante afecto y gratitud?...
La admirable Redención es otro de los beneficios de que somos deudores al Verbo Encarnado, obra de inefable amor, por la cual quiso tomar sobre sí la maldición bajo cuyo peso gemíamos; expiar en su Persona el pecado de Adán, que nos era imputado a todos, y lavar con su Sangre las manchas de nuestras iniquidades. Cristo nos rescató, dice San. Pablo, de la maldición de la ley, haciéndose maldición por nosotros (Gal. 3, 13); y nos lavó de nuestros pecados con su Sangre, añade San Juan. (Apoc. 1, 5). Este segundo beneficio debe parecernos mayor que el de la creación, porque de nada nos hubiera servido haber nacido; si no hubiéramos sido rescatados; como lo advierte la Iglesia el Sábado Santo en al Vigilia Pascual. Y también en el sentido de que en el beneficio de la Redención lleva consigo la prueba de mayor amor del Verbo Divino que el de la creación; la creación no le costó sino una sola palabra: dijo, y todo fue hecho (Salmo 32); La Redención le costó la efusión de su Sangre… Habéis sido rescatados por la preciosa Sangre de Jesucristo, dice San Pedro (I. Ep. C. 1).
En el establo de Belén fue donde el Verbo hecho carne principió la obra de nuestra Redención, ofreciéndose a la justicia divina sus primeras lágrimas, ofreciéndose cómo víctima de expiación. ¿Cuál debe ser el fruto de este misterio de inefable amor en todos los que consideramos este sacrificio? Responde el Apóstol: Que aquellos que viven, así rescatados de la muerte, no deben vivir ya para sí mismos, sino para Aquel que murió y resucitó por ellos. (2. Cor. 5, 15). ¡Cuán ingratos y culpables seriamos, si no diésemos a nuestro divino Redentor más que el segundo lugar en nuestros pensamientos y afectos! ¡Dándole más importancia a las comodidades y nuestro honor que a la santa voluntad de nuestro Salvador! ¿Y no es esto lo quizás hacemos con frecuencia?
No era bastante para el amor del Verbo Encarnado habernos sacado de la esclavitud del pecado y habernos reconciliado con su Padre Celestial: quiso además que viniéramos a ser Hijos adoptivos de Dios y por consiguiente herederos. Este beneficio de la divina adopción, que supera a todo lo que uno pueda imaginarse, lo efectuó uniendo en su Persona nuestra naturaleza a la suya y haciéndonos así, como se expresa San Pedro, participantes de la naturaleza divina. (1. Ep. C. 1). Cuando los tiempos se cumplieron, añade el Apóstol, nos envió Dios su Hijo, a fin de hacernos hijos adoptivos. (Gal. 4). Luego si somos hijos de Dios, somos herederos: herederos de Dios y coherederos de Jesucristo. (Rom. 8, 17).
Esperemos queridos hermanos, que podamos reflexionar y considerar de la mejor manera estos beneficios arriba escritos, para que ello, nos motive a vivir y pasar en paz y alegría en compañía de nuestros seres queridos este hermoso día del Nacimiento del Nuestro Salvador, y a la vez haya querido el buen Dios que se cumplieran todos nuestros buenos planes y propósitos que hicimos para este año, que esta por terminar; y con las gracias y bendiciones que seguramente recibiremos durante estos santos días, podamos comenzar un año nuevo más, en nuestro peregrinar en esta vida.
ESTOS SON MIS MAS SICEROS DESEOS Y BENDICIONES
Mons. Martín Dávila Gándara Obispo Católico en Misiones |