Et in terra pax hominibus bonae voluntatis. (Lc. 2,14)
"Y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad."
Rév. Padre Daniel Pérez Gómez
Este es el don precioso que Cristo Nuestro Señor, que habÃa sido
profetizado como el PrÃncipe de Paz nos vino a traer en su
nacimiento. La paz fue el tema constante de su predicación; la
despedida última y el primer saludo después de su pasión. La paz,
que es la reconciliación entre un Dios ofendido y el hombre que
reconoce sus pecados, la paz, que es la redención del hombre caÃdo, que
quiere levantarse y librarse de las cadenas de sus vicios; la paz que
es la amistad con nuestro Dios, fuente del verdadero consuelo, de
dulzura y de gozo.
Reflexionemos, porque los tiempos lo exigen y porque nos damos
cuenta de nuestro extravÃo: ¿Qué hemos hecho con esa bendita paz que
Dios nos trajo? ¿Dónde la tranquila paz de las almas, de las familias y
de los pueblos en una humanidad que se dice cristiana? Es que
esta sociedad ha pretendido una paz sin Dios, una paz fundada en la
prosperidad material que contrarÃa la pobreza del humilde pesebre de
Belén, una paz sin caridad fundada en el egoÃsmo de quien no quiere
servir a los demás y solo quiere ser servido, una paz sin
justicia que no mira los derechos del prójimo y, lo que es más que no
mira los derechos de Dios que merece ser servido con el más
grande amor por ser nuestro Padre y nuestro Redentor. DeberÃamos
todos estar alegres por el nacimiento de nuestro Redentor, pero la
tristeza y el dolor y la desesperación abate a esta generación que no
ha sabido, o no ha querido aceptar la condición para alcanzar esa tan
deseada paz prometida por Dios: esa paz se promete solo a los hombres
de buena voluntad.
Al contrario de esa buena voluntad que todo cristiano deberÃa de tener,
reina en el mundo la insin-ceridad que parece ser la condición
indispensable para el progreso de los individuos y de las naciones, de
lo cual ya se lamentaba el Papa PÃo XII: “El estigma que nuestra época
lleva estampada en la frente, causa de su disgregación y decadencia, es
la tendencia cada vez más clara, a la insinceridad, ...., y esta
insinceridad hoy parece casi elevada a sistema y realzada al
grado de una estrategia, en donde la mentira, el desvirtuar la palabra
y los hechos, y el engaño se han convertido en las clásicas armas
ofensivas que algunos esgrimen con maestrÃa, orgullosos de su
habilidad. (Radiomensaje de Navidad 1947).
Es imposible poder alcanzar la paz como producto de la mentira, de la
hipocresÃa y de la voracidad, asà no pueden venir mas que odios y
discordias, o, al menos la frÃa indiferencia de quienes no saben llevar
a Dios en su corazón. Esta falta de sinceridad, de buena voluntad,
llega hasta tal punto, que viene a ser como “parte integrante de la
técnica moderna en el arte de formar la opinión pública, de dirigirla,
de someterla al servicio de la propia polÃtica, resueltos como están a
triunfar, cueste lo que cueste, en las luchas de intereses y de
opiniones, de doctrinas y de hegemonÃasâ€. (ibid.)
No hay paz, porque se desfigura la verdad abiertamente, y en su lugar
se propone la falsedad y el odio juntamente con la ambición como
principios básicos. Realmente esta generación no ha sabido entender el
mensaje de nuestro Señor en su humilde cuna de Belén. Nuestro señor
vino despreciando el mundo, y esta generación quiere servir a Dios y al
mundo, que son contrarios; Nuestro Señor nos viene a enseñar el camino
de la humildad, pero el hombre se ha vuelto arrogante, un ser autónomo
desafiante de la autoridad divina, porque “a su real fisonomÃa de
criatura, que tiene origen y destino en Dios, se ha substituido con el
falso retrato de un hombre autónomo en la conciencia, legislador
incontrolable de sà mismo, irresponsable hacia sus semejantes y hacia
el complejo social, sin otro destino fuera de la tierra, sin otro fin
que el goce de los bienes finitos, sin otra norma que la satisfacción
indisciplinada de sus concupiscenciasâ€. (PÃo XII, Navidad de 1949).
El hombre asà no puede tener paz, porque no hay peor insensatez que
confiar solo en sà mismo, olvidando que el hombre es limitado, que esta
envuelto en mil miserias que lo hacen absolutamente dependiente de
Dios. El humilde entiende bien esto, porque mira su pequeñez y se
entrega con plena confianza a la grandeza, bondad y poder de Dios, de
ahà le viene la paz, porque en su humildad Dios le ha perdonado y ahora
su alma esta tranquila, pues de la gracia procede la Paz. Es necesario,
pues, para que tengamos paz, y que esta paz sea completa, que exista el
orden en todos los elementos porque según San AgustÃn la paz consiste
en “la tranquilidad del ordenâ€: Orden para con Dios, órden entre los
hombres y órden dentro de nosotros mismos. Estos tres órdenes están
intrÃnsecamente unidos.
Si se rompe el órden para con Dios, los Estados, por ser la suprema
fuente del derecho y el único juez que les puede someter a cuenta, no
reconocen más derecho que su conveniencia y su fuerza. Los hombres
tampoco encuentran otra norma que su egoÃsmo, y se convierten en lobos
los unos para los otros, con una ventaja para los lobos, porque éstos
no tienen más que zarpas y dientes.
Roto el órden para con Dios, tampoco encontramos motivos para ordenar
nuestras pasiones sometiéndolas al dictado de la razón. A su vez, si no
imponemos dentro de nosotros el órden debido, será imposible que,
dominados por el placer, subordinemos nuestro bien al del prójimo y nos
sometamos a Dios. Cristo vino a restablecer la paz completa y, por lo
tanto, estos tres órdenes. Nos reconcilió con Dios, nos enseño a
amar a nuestros hermanos y nos enseño a sacrificarnos por el bien
ajeno, El, que murió por el bien común.
Vayamos, pues, al portal y que el mejor deseo navideño sea. “El mismo
Señor de la paz nos conceda vivir en paz siempre y dondequieraâ€. (2
Thes. 3,16; Verbum Vitae T. IX Pag. 99).
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