54. Jahrgang Nr. 7 / Dezember 2024
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La posizione teologica dell'Unione Sacerdotale Trento (nel Messico)


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Jesús, Señor en Tu Nacimiento: Bendita seas entre todas las mujeres (Lucas I, 28 y 42)


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HABEMUS PAPAM?


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La libertad religiosa, error del Vaticano II


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Autobiografia I


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Alla ricerca dell’unità perduta


Ausgabe Nr. 2 Monat Mars 2002
In Search of lost unity (engl/spa)


Ausgabe Nr. 8 Monat December 2002
La sede apostolica


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Jesus Lord at thy birth/Nacimiento (Eng/Esp)


Ausgabe Nr. 7 Monat Diciembre 2001
LA IGLESIA CATOLICO-ROMANA EN LA DIASPORA


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¿DONDE ESTAMOS?


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Dichiarazione


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ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE LAS CONSAGRACIONES EPISCOPALES


Ausgabe Nr. 12 Monat März 2008
Apostasía y Confusión


Ausgabe Nr. 13 Monat April 2008
LA VALIDEZ CE LOS RITOS POSTCONCILIARES CUESTIONADA


Ausgabe Nr. 13 Monat April 2008
BIBLIOGRAFIA: VALIDEZ CUESTIONADA DE LOS NUEVOS RITOS POSTCONCILIARES


Ausgabe Nr. 14 Monat Mai 2008
EL PROBLEMA DE LA RESTITUCION DE LA JERARQUIA CATOLICA


Ausgabe Nr. 14 Monat Mai 2008
EL PROBLEMA DE LA RESTITUCION DE LA JERARQUIA CAT. 1.Cont


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REPLICA AL ARTICULO 'APOSTASIA Y CONFUSION'


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DICTAMEN SOBRE UNA ELECION PAPAL EN LAS PRESENTES CIRCUNSTANCIAS


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Estado de emergencia: afianzado en cemento


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Los errores del Vaticano II y su superación gracias al conocimiento de Cristo como Hijo de Dios


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Declaratión del año 2000


Ausgabe Nr. 3 Monat März 2024
Mi encuentro con Su Excelentísimo y Reverendísimo Arzobispo Pierre Martin Ngô-dinh-Thuc


Ausgabe Nr. 3 Monat März 2024
Il mio incontro con S.E. l´Arcivescovo Pierre Martin Ngô-dinh-Thuc


¿DONDE ESTAMOS?
 
¿DONDE ESTAMOS?

por
Dr. Eberhard Heller
trad. Dr. Alberto Ciria

„Credo... in unam, sanctam, catholicam et apostolicam Ecclesiam.“

La pregunta dice exactamente: ¿dónde estamos en nuestra lucha eclesiástica? No es fácil de responder. El nuevo pseudo-conservadurismo de la llamada „Iglesia“ reformista, que con la persona de Wojtyla y la opinión pública que lo sostiene dispone de una inmensa capacidad de sugestión, junto con el descarrío de Ecône conscientemente provocado por un lado, y por otro lado la inconsecuencia de muchos creyentes (pero también su ingenuo egoísmo de salvación) y la negativa de la mayor parte del clero que se ha mantenido ortodoxo a adoptar una postura desde el punto de vista religioso, todo ello ha contribuido a que nuestra propia situación eclesiástica se presente como difícil de comprender. Además de esto, las diferentes valoraciones de las ordenaciones episcopales administradas desde 1981 no facilitan en las propias filas el juzgar dónde estamos. Unos exclaman: „¡cisma!“. Los otros, debido al aseguramiento de la sucesión apostólica –¡Dios mediante!–, consideran los problemas planteados como ya resueltos. (Eso debe hacerse luego así: se busca un obispo al que se le pide que consagre a unos candidatos cualesquiera, que él mismo se trae, pede stante como sacerdotes, más aún, incluso como obispos.) Es cierto que el argumento de esta gente es correcto, que la Iglesia, con los representantes del ministerio, fue fundada como administradora de los medios de salvación de Dios por mor de la salvación de las almas, y no al revés, que las almas han sido creadas a causa de la jerarquía –los legalistas puros que haya entre nosotros tendrían que darse por enterados de esto–, pero los plenos poderes para la administración de los medios de salvación Cristo se los ha dado sólo a Su Iglesia, y no a las innumerables sectas. Ambas cosas hay que verlas siempre juntas: los sacramentos en sí y la administración legitimada, aunque en caso de conflicto la salvación debería concentrarse primero en los medios de salvación.

En vista de la situación eclesiástica aparentemente confusa, ¿qué posibilidades tenemos de rendirnos cuentas a nosotros mismos sobre nuestra situación actual y de definir nuestra posición dentro de la historia de la salvación? Pues en la solución de situaciones confusas y problemas graves nada perjudica más que el activismo ciego o que un derrotismo descontrolado, por no decir resignación. A veces uno se asombra de ver cómo, precisamente en tareas complicadas de este tipo, aplicando medios de salvación supuestamente sencillos e inaparentes se llega muy rápidamente a una solución. Por ejemplo nunca olvidaré cómo en cierta ocasión un historiador del arte, a través del análisis de los ornamentos típicos, nos descubrió toda la esencia del barroco.

En la confesión de fe apostólica rezamos: „Credo... in unam, sanctam, catholicam et apostolicam Ecclesiam.“ („Creo en la Santa Iglesia una, católica y apostólica“, en la fundación de Cristo, que como institución debe garantizar nuestra salvación.) Las calificaciones de „una“, „santa“, „católica“ y „apostólica“ definen nuestra fe en la Iglesia. Nos servirán como criterios para confirmar dónde esta-mos dentro de la Iglesia y de la historia de la salvación, y qué es lo que hay que hacer. En lo que sigue, primero se explicarán los atributos para luego alumbrar con ellos nuestra situación. Estas explicaciones sólo pueden dejar muy esbozada una respuesta a nuestra pregunta. Con ellas, en primer lugar debe perfilarse en general este tema, para luego dirigir la mirada a la tarea que se planteará al final, ante la cual nos hallamos emplazados y que  debería merecer todo nuestro interés.

I. UNIDAD

La dogmática (véase por ejemplo Bartmann, Bernhard: Lehrbuch der Dogmatik, „Manual de Dogmática“, dos volúmenes, Friburgo 1928) habla de:
a) La unidad en la fe.
b) La unidad en el culto y en los sacramentos.
c) La unidad en la comunidad eclesiástica en su clasificación jerárquica.

El contenido de la fe está depositado por el ministerio doctrinal en el depositum fidei, que todos los creyentes están obligados a creer. La visibilidad y la cognoscibilidad de la unidad eclesiástica resalta del modo más claro en el reconocimiento público del primado del Papa. (v. Juan 10, 16: „un solo rebaño, un solo pastor“; Mateo 12, 25: „el Reino de Dios no debe estar dividido contra sí mismo“; I Corintios 1, 10; Encíclica de Pío IX del 6 de septiembre de 1864, 1685-1687: León XIII, De unitate Ecclesiae del 29 de junio de 1896, 1954-1962.) La unidad de la comunidad eclesiástica y la unidad en la fe y los sacramentos se condicionan recíprocamente: la unidad de la comunidad eclesiástica con su jerarquía es el garante de la unidad en la fe. A la inversa, la unidad en la fe y los sacramentos es la cadena que mantiene unificada a la comunidad eclesiástica en su unidad.

Los pecados contra la unidad de la fe son herejía y apostasía; es cismático quien actúa contra la unidad de la comunidad eclesiástica y reniega del primado del Papa.

II. SANTIDAD

La santidad, desde un punto de vista dogmático, significa:
a) Una santidad objetivamente real en la institución de la Iglesia.
b) Una santidad personal como misión para los creyentes.
En la santidad objetivamente real se distingue:
1. Una santidad pasiva concedida mediante consagración (iglesia, altar, objetos litúrgicos).
2. Una santidad activa, en la medida en que puede otorgar la santidad personal (sacramentos, doctrina de la fe).

Por consiguiente, toda la fundación de la Iglesia es objetivamente santa a través de Cristo, y lo es con todas sus disposiciones, pues es „Iglesia de Dios“ (v. Apg. 20, 28; I Corintios 1, 2). La santidad personal se refiere a la posibilidad del perfeccionamiento, concedida por la gracia del bautismo, del propio querer y obrar según el modelo de Cristo y sus sucesores, en la pervivencia de Su voluntad completamente buena y santísima. Esta autosantificación (o mejor dicho, acción de santificación) queda como una exigencia constante a todo creyente particular y a la totalidad de los creyentes como comunidad. Obstinarse en la negativa de progresar en la autosantificación significa rechazar la imitación de Cristo, y en concreto no amar y no estar dispuesto a rendir sacrificio.

Me permito incidir sobre ello una vez más: esta autosantificación no hay que comprenderla en un sentido meramente individual, sino que atañe también a la comunidad de los creyentes como tal, que mediante el amor a Cristo y en el amor a Cristo debe cerrar también recíprocamente este vínculo amoroso. (v. Juan 17, 21: „Que todos sean uno; como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que todos sean uno en nosotros“.) Muchos pasan por alto esa obligación.

III. CATOLICIDAD

Esta aparece:
a) en una señal interior y
b) en una señal externa.

Catolicidad interior significa la universalidad de la Iglesia como institución sagrada, en el sentido de que la fe y la vida sacramental (religio) conciernen a toda nuestra realidad. La fe y la vida religiosa dan respuesta a todas las preguntas últimas y esenciales, y abren la posibilidad de una vida totalmente repleta de sentido. Este omniabarcamiento interior es tal que nadie ha de quedar excluido de la Iglesia a causa de su origen, medio social, etc. La interna universalidad de la exigencia y realización de la revelación de Dios concierne por tanto a todos los hombres y todos los pueblos y rige sin reservas en todas las épocas.

La catolicidad externa dice que la Iglesia como institución, o bien como comunidad de fe, se extiende o debe extenderse a todos los pueblos y a todas las naciones de la tierra. Esta catolicidad presupone evidentemente la unidad de la Iglesia (en la fe, los sacramentos y la jerarquía). Puesto que la catolicidad externa es una misión que la Iglesia debe cumplir en el curso de su historia („id al mundo entero...“), para cada situación histórica basta con que este fin siga siendo alcanzable, es decir, que la Iglesia, en cuanto a su universalidad en el espacio y en el tiempo, tenga por tanto que presentarse siempre de tal modo que, a partir de ella, su fuerza y su alteza, su capacidad de expansión y su poder de convicción se vuelva visible y cognoscible (catolicidad virtual). Aquí se fundamenta, entre otras cosas, la encomendación misional de la Iglesia. Y no cabe que alguien se preocupe exclusivamente por la salvación de su alma, que su esfuerzo se concentre exclusivamente en llegar él solo al cielo, sino que la fe incluye en sí misma la responsabilidad simultánea por los semejantes. Es el deber religioso de todos esforzarse con todas sus fuerzas en abrir también al prójimo el camino hacia la participación en la vida de Jesús, o bien en conducirle hasta él.

IV. APOSTOLICIDAD

La apostolicidad abarca:
a) El origen (apostolicitas originis).
b) La doctrina (apostolicitas doctrinae).
c) La sucesión (apostolicitas successionis).
La Iglesia es apostólica en la medida en que está erigida sobre el fundamento de los apóstoles, que ellos recibieron directamente de Cristo, y en la medida en que este fundamento perdura hasta el fin de los tiempos en los sucesores de los apóstoles.

Apliquemos ahora los criterios que hemos explicado
a) por un lado a la situación actual de la llamada „Iglesia“ reformista,
b)  y por otro a la propia situación eclesiástica.

I. UNIDAD

a) La llamada „Iglesia“ reformista ha abandonado la unidad de la fe en tanto que representa pública y oficialmente concepciones heréticas (modernismo, ecumenismo, „misa“ como banquete, etc.: seguidamente se pueden revisar todos los números de EINSICHT, que documentan de modo ininterrumpido la renegación de la fe). Piénsese tan sólo en cómo Monseñor Wojtyla, como jefe de esta „Iglesia“, se imagina la reunificación con los ortodoxos: para eludir las dificultades que plantea el dogma de la infalibilidad del Papa, los ortodoxos no estarían forzados a reconocerlo, sólo la „Iglesia“ romana estaría obligada a ello por su fe (así lo expuso en su viaje a Turquía). Es decir, que en favor de la unidad de la comunidad quiere renunciar a la unidad de la fe. Una unidad en el culto y en los sacramentos no sólo no la hay como  tradición de la Iglesia, sino que ni siquiera la hay entre ambos. Cada uno de los que dicen ser „representantes del ministerio“ se construye su „liturgia“ como le conviene, y Pablo VI todavía se alegró de ello (la „diversidad en la unidad“). En su viaja a Africa, Monseñor Wojtyla insistió una y otra vez en que a él no le importaba la disciplina dentro de la liturgia –en la que cada uno podría hacer lo que quisiera–, sino la unidad de la comunidad „eclesiástica“. Los nuevos ritos sacramentales están falseados, así que ya no pueden seguir operando los sacramentos. Habiendo renegado de la fe, la jerarquía ha caído ipso facto en la ilegitimidad y ha perdido su función ministerial.

b) Todo nuestro empeño dentro de la oposición frente a los „reformistas“ se orientaba en primer lugar a la salvación de la Santa Misa, a la defensa de la verdadera teología misal y a la custodia del tesoro de la fe. En esta medida, dentro de los grupos de la oposición se veló por la unidad en los asuntos de la doctrina de la fe y en la praxis de la administración sacramental como tradición de la Iglesia. Tampoco se introdujeron modificaciones dentro de estos círculos. Pero lo que falta es la unidad de la comunidad de los creyentes bajo una guía jerárquica. Falta (todavía) la cabeza que Cristo encargó para guiar Su Iglesia, así como obispos y sacerdotes designados (residentes) para ámbitos determinados. De este modo, no sólo falta la representación de la unidad de la comunidad eclesiástica, sino también, y esto es mucho más grave, la encomendación jurídica para los representantes del ministerio (obispos y sacerdotes) que aún quedan, que por tanto pueden cumplir sus obligaciones sacerdotales en este tiempo sin Papa con una referencia inmediata al mandato de Cristo y cumplirlo legítimamente sólo si lo hacen en relación a la Iglesia cuya unidad hay que intentar en el orden jerárquico, con el primado papal. (Sobre una definición más precisa de los derechos episcopales y sacerdotales en esta situación, aguardamos todavía la anunciada colaboración de Monseñor Guérard des Lauriers, O. P.)

Considérese por una vez bajo este aspecto eclesiástico la actuación en Ecône: ahí se reconoce una „jerarquía“ que ha perdido su legitimidad hace ya tiempo. Con ello se abandona ipso facto la verdadera comunidad de la Iglesia y se está en situación de cisma, aunque este juicio sólo cubre un aspecto de su falta; el otro aspecto, aún más grave, es que ahí se subordinan a quienes destruyen conscientemente la Iglesia, a los anticristianos, y que esto se hace con pleno conocimiento en favor de las auténticas intenciones de éstos que se hacen llamar „reformadores“. Puesto que de este modo en Ecône se trata de impedir al mismo tiempo la restitución de la Iglesia y su verdadera unidad, en la (verdadera) administración sacramental ellos actúan sin una encomendación legítima. Pues sólo a Su Iglesia ha dado Cristo poderes plenos para actuar por encargo Suyo. Es decir, y prescindiendo del problema de la ordenación de Monseñor Lefebvre a cargo del masón Lienart, a los creyentes les está prohibido entonces so pecado recibir los sacramentos administrados por estos sacerdores (salvo in extremis).

II. SANTIDAD

a) La „Iglesia“ reformista ha destruido la santidad objetivamente real a causa de las falsificaciones en asuntos de fe y en los sacramentos, pero también a causa de la supresión de la institución jerárquica que se lleva a cabo ipso facto a través de tales falsificaciones. La autosantificación del particular y de la comunidad de fe se ha ido apagando progresivamente, puesto que se renunció a esta exigencia en favor de una difusa llamada a la humanidad (humanismo). (El eslogan de un „cura“: „Hermanos, seguid siendo como sois.“) Del primer mandamiento (el amor a Dios) ya nadie habla.

b) En el dominio objetivo, en cambio, nosotros hemos preservado la institución de la Iglesia (como resto: v. § I. UNIDAD), la doctrina de la fe, los sacramentos en su santidad. Recordando el deber de ser sucesor de Cristo, es decir, de la autosantificación del particular y de la comunidad, del perfeccionamiento personal moral y religioso, que todo aquel que aún sepa lo que significa humildad se golpee el pecho con fuerza y que confiese sin cesar: „Mea culpa...“

III. CATOLICIDAD

a) Cuando se favorece el falso ecumenismo, como hizo Monseñor Montini, como hace Monseñor Wojtyla („Redemptor hominis“, „servicios divinos“ comunes con anglicanos) (nota bene: para crear la religión unitaria del mundo), se renuncia a la exigencia de universalidad de la Iglesia. Una „Iglesia“ semejante se convierte eo ipso en un mero partido... entre otros que se reconocen como igualmente justificados, con lo cual se renuncia a la exigencia de la Iglesia de ser la única que santifica. Puesto que de este modo falta la catolicidad interna, también se pierde el encargo misional.

b) Preservando el tesoro divino revelado por Dios, nosotros hemos conservado también su catolicidad interna. La renegación de la jerarquía, que ha seducido y arrastrado consigo a la mayoría predominante de los creyentes, y además también la traición de Lefebvre, que bajo la máscara de la ortodoxia sigue el plan de capturar para la Roma renegada a creyentes ignorantes y confiados y que ya ha diezmado las filas de los creyentes, han provocado una disminución en el ejército de los católicos creyentes. Restos de comunidades que se confiesan pertenecientes a la Iglesia de Cristo y su fundación (fe y sacramentos) o grupos desligados quedan todavía en Europa, Sudamérica, Norteamérica, Africa, India, Australia y Nueva Zelanda. Pero como falta la unidad jerárquica, no es posible presentar de modo visible la catolicidad virtual, es decir, la alteza y la fuerza de la Iglesia... toda vez que clérigos que no han renegado de su fe ocultan su posición eclesiástica por oportunismo o por cobardía.

IV. APOSTOLICIDAD

a) Desde sus convicciones fallidas, la „Iglesia“ reformista no puede apelar a los apóstoles. Cuando mueran los obispos ancianos que, pese haber sido ordenados válidamente, participan en cambio del curso de la reforma, se habrá extinguido la sucesión apostólica, puesto que el nuevo rito de la ordenación sacerdotal es inválido (cuanto menos sospechoso en gran medida).

b) Con la confianza en la asistencia divina, y gracias a la actuación de Monseñor Ngô-dinh-Thuc, pudo salvarse la amenazada sucesión apostólica –si es que está dispuesto en el plan salvador de Dios–. Mediante una sujeción a la tradición también se preservó la apostolicidad en cuanto a la doctrina y el origen.

Permítaseme añadir aún una explicación sobre las consagraciones episcopales. En ciertos círculos se discutirá también en el futuro sobre el problema de la autorización de las consagraciones administradas (contra el § 953 del Código de Derecho Canónigo). Todavía se podría objetar que no habría que temer tanto tiempo el peligro de la extinción de la sucesión, dado que en la „Iglesia“ reformista aún habría obispos ordenados válidamente que serían capaces de una conversión. Con ello se señala a los oportunistas que se encuentran entre los obispos reformistas, como Monseñor Graber, Monseñor Siri, etc. También se dice que el proceso contra el „Papa haereticus“ sólo puede ser iniciado por un obispo residente. Ninguno de nosotros puede excluir la posibilidad de que un obispo reformista (ordenado válidamente) retorne a la Iglesia verdadera y se convierta. Pero aunque así fuera, de ahí no podría resultar ninguna diferencia fundamental respecto de las consagraciones episcopales administradas por Monseñor Ngô-dinh-Thuc y el status de estos obispos, ni tampoco respecto de la restitución de la jerarquía eclesiástica. La opinión de que en la „Iglesia“ reformista los cardenales o los obispos „residentes“, ordenados válidamente (que fueron nombrados por Pío XII), conservarían tras su conversión su posición ministerial en la jerarquía es falsa. El ministerio perdido a causa de su traición a la fe no lo volverían a obtener tras una conversión que tendría que anunciarse públicamente (mediante una abiuratio). Por tanto, el problema de destituir al Papa y elegir uno nuevo, al igual que el de una reconfiguración de la jerarquía, tan sólo se habría desplazado. Pues la „Iglesia“ reformista como tal no es por sí misma capaz de restituir.

V. RESUMEN

a) La „Iglesia“ reformista no tiene ni unidad, ni santidad, ni catolicidad, y está a punto de perder la sucesión apostólica: es una pseudo-“Iglesia“, una mera secta, bien que con una organización rígida, una estructura jurídica y un influjo dominante sobre la vida pública... y una cohorte de pseudo-ortodoxos de cuño lefebvriano. Piénsese una vez más en lo que pretenden los econistas, al margen de sus intenciones subjetivas: sometimiento a una secta y coexistencia con la herejía y la apostasía, con lo que a este nivel están practicando el mismo ecumenismo que reprochan a Montini y a Wojtyla.

b) ¿Pero dónde estamos nosotros? Con esto retornamos por fin a nuestra pregunta. Si se prescinde por un momento del estado desolado por cuanto concierne a la autosantificación de la comunidad eclesiástica y a una catolicidad externa que se va desvaneciendo, el problema principal en nuestra situación actual sigue siendo reconquistar la unidad como comunidad de fe estructurada jerárquicamente. Esto significa el cumplimiento de las siguientes tareas: destituir al „Papa haereticus“, condenar las herejías y a los herejes, elegir un nuevo Papa, reconstruir la jerarquía y que la Iglesia se autoafirme como comunidad eclesiástica jurídica y visible que presente la alteza y la excelsitud de la revelación divina. Por cuanto respecta a la autoafirmación como Iglesia de los grupos en el subsuelo religioso, acerca del lamentable comportamiento en particular de clérigos tradicionalistas hay que hacer una indicación: quien quiera saber si un sacerdote se confiesa perteneciente a la Iglesia verdadera, que cuando se de la ocasión le pida que expida un certificado sellado de matrimonio y que celebre el matrimonio, o que se intente recibir un certificado de bautizo junto con el bautizo, pero en este orden: certificado sellado y luego el sacramento. El resultado sorprenderá seguramente sólo al inexperto: la mayor parte de las veces todo falla ya con el „sello“. Estos clérigos remiten a la „Iglesia“ reformista para que uno reciba sacramentos inválidos o dudosos, o en todo caso invitan al sacrilegio, porque la secta reformista (todavía) tiene el „sello“.

Se podría objetar: hasta ahora hemos tenido que renunciar a la organización jerárquica y constituida jerárquicamente (léase „sello“); también en el futuro podemos seguir renunciando a ella, puesto que tenemos los sacramentos, la fe y la sucesión. A ello respondo: ¡No podemos renunciar a eso! Al margen de que se perdería la catolicidad externa, la administración de los medios de salvación Cristo la ha transmitido a Su IGLESIA, que tiene que hacerlo en el modo que EL ha ordenado. Cristo ha creado SU IGLESIA como institución sagrada, y no sólo como una comunidad confesional que se caracterice porque todos sostienen las mismas opiniones (teóricas) sin constituir una auténtica comu-nidad de vida (como por ejemplo los protestantes). Esta institución ha sido creada como una, y no como una pluralidad de sectas. Si se renuncia a la restitución de la Iglesia como organismo estructurado jerárquicamente, a causa de intenciones sectaristas se pierden los poderes plenos para administrar y recibir legítimamente sus medios de salvación, los sacramentos. Aparte de esto hay además otros puntos muy decisivos. Ya se dijo al principio que el garante para la unidad en la fe es la unidad de la comunidad eclesiástica con su cabeza, el Papa. Sin un ministerio doctrinal supremo que sea vinculante en sus decisiones dogmáticas, la unidad de la fe está en peligro. Pues en el futuro aparecerán seguramente nuevos problemas que tendrán que resolverse desde la fe. ¿Quién nos da una respuesta autorizada (por Cristo)? Sin una verdadera autoridad existe el peligro, obviado por la mayoría, de derivar hacia un protestantismo involuntario. Un problema a propósito del cual resalta del modo más claro la falta de jerarquía es la tan citada desunión y división entre los tradicionalistas. Al margen de las organizaciones que trabajan solapadamente para engancharse a Roma (Ecône) o para desmembrar los grupos de la oposición –con las que jamás podrá haber unión– y de diferencias personales, la unidad que falta tiene su causa en la jerarquía (todavía) no (re-)construida. En el futuro tenemos que orientar nuestra atención al restablecimiento de la unidad jerárquica de la Iglesia que hay que alcanzar bajo la guía pastoral de los sacerdotes y obispos. La cuestión de quién pertenecerá a la Iglesia verdadera lo decidirá lo que cada uno quiera aportar para esta unidad, o bien para su construcción, que también puede hacerse en etapas. ¡Ya no basta con el mero rechazo de los llamados „N.O.M.“, Wojtyla y Lefebvre!

¿Dónde estamos ahora?

EN LA BIFURCACION ENTRE EL SECTARISMO Y LA IGLESIA VERDADERA.

(EINSICHT, 13. año de inicio, No 1, Mayo 1983, pág. 53 pp.
dirección: Postfach 100540, D - 80079 München)
 
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