54. Jahrgang Nr. 7 / Dezember 2024
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Ausgabe Nr. 8 Monat Oktober 2004
La posizione teologica dell'Unione Sacerdotale Trento (nel Messico)


Ausgabe Nr. 11 Monat december 2005
Jesús, Señor en Tu Nacimiento: Bendita seas entre todas las mujeres (Lucas I, 28 y 42)


Ausgabe Nr. 11 Monat december 2005
HABEMUS PAPAM?


Ausgabe Nr. 11 Monat december 2005
La libertad religiosa, error del Vaticano II


Ausgabe Nr. 11 Monat Februar 2006
Autobiografia I


Ausgabe Nr. 4 Monat April 2003
La silla apostólica ocupada


Ausgabe Nr. 2 Monat Mars 2002
Alla ricerca dell’unità perduta


Ausgabe Nr. 2 Monat Mars 2002
In Search of lost unity (engl/spa)


Ausgabe Nr. 8 Monat December 2002
La sede apostolica


Ausgabe Nr. 7 Monat Diciembre 2001
Jesus Lord at thy birth/Nacimiento (Eng/Esp)


Ausgabe Nr. 7 Monat Diciembre 2001
LA IGLESIA CATOLICO-ROMANA EN LA DIASPORA


Ausgabe Nr. 2 Monat Juni 2000
¿DONDE ESTAMOS?


Ausgabe Nr. 2 Monat August 1982
ERZBISCHOF PETER MARTIN NGO-DINH-THUC


Ausgabe Nr. 13 Monat September 2007
Declaratio


Ausgabe Nr. 13 Monat September 2007
Dichiarazione


Ausgabe Nr. 12 Monat Decembre 1982
ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE LAS CONSAGRACIONES EPISCOPALES


Ausgabe Nr. 12 Monat März 2008
Apostasía y Confusión


Ausgabe Nr. 13 Monat April 2008
LA VALIDEZ CE LOS RITOS POSTCONCILIARES CUESTIONADA


Ausgabe Nr. 13 Monat April 2008
BIBLIOGRAFIA: VALIDEZ CUESTIONADA DE LOS NUEVOS RITOS POSTCONCILIARES


Ausgabe Nr. 14 Monat Mai 2008
EL PROBLEMA DE LA RESTITUCION DE LA JERARQUIA CATOLICA


Ausgabe Nr. 14 Monat Mai 2008
EL PROBLEMA DE LA RESTITUCION DE LA JERARQUIA CAT. 1.Cont


Ausgabe Nr. 12 Monat März 2008
REPLICA AL ARTICULO 'APOSTASIA Y CONFUSION'


Ausgabe Nr. 15 Monat Juli 2008
DICTAMEN SOBRE UNA ELECION PAPAL EN LAS PRESENTES CIRCUNSTANCIAS


Ausgabe Nr. 13 Monat Diciembre 2009
Estado de emergencia: afianzado en cemento


Ausgabe Nr. 5 Monat Juni 2020
Los errores del Vaticano II y su superación gracias al conocimiento de Cristo como Hijo de Dios


Ausgabe Nr. 5 Monat Oktober 2023
Declaratión del año 2000


Ausgabe Nr. 3 Monat März 2024
Mi encuentro con Su Excelentísimo y Reverendísimo Arzobispo Pierre Martin Ngô-dinh-Thuc


Ausgabe Nr. 3 Monat März 2024
Il mio incontro con S.E. l´Arcivescovo Pierre Martin Ngô-dinh-Thuc


HABEMUS PAPAM?
 
HABEMUS PAPAM?  

por
EBERHARD HELLER

Cuando el 18 de abril el Colegio Cardenalicio se dirigió a la Capilla Sixtina, era relativamente claro que, como sucesor de Juan Pablo II, se elegiría a alguien que tendría que saber cómo devolver perfiles conceptuales y teológicos a la “Iglesia” conciliar. La permisividad sentimentaloide y los escándalos de Wojtyla se habían impreso demasiado en los ánimos vaticanos, apenas suavizados o sofocados por sus tan exhibidos padecimientos de enfermo, que muchos habían interpretado como continuación de la cruz de Cristo.1 Su sentimiento permisivo de la religión debería dar lugar otra vez a formulaciones teológicas claras.
Que ya el 19 de abril, es decir, el segundo día del Cónclave, y en la cuarta votación, fuera elegido el Cardenal Ratzinger, quien se asignó el nombre de Benedicto XVI, significó pese a todo para muchos una sorpresa. No es que no le correspondiera cierto papel de favorito como “papabile” –en calidad de cardenal decano había dirigido el funeral de Juan Pablo II y los preparativos del Cónclave–, pero muchos lo consideraban también un teórico intransigente. Con una predicación, dirigida a los cardenales como un programa electoral, se había recomendado a sí mismo como guardián de la fe: “Cada día surgen sectas, y sucede exactamente lo que San Pablo dice sobre ‘el engaño de los hombres’, sobre la ‘astucia que conduce al error’. Poseer una fe inequívoca, como corresponde a la Confesión de Fe de la Iglesia, es designado a menudo como fundamentalismo, mientras que el relativismo, es decir, este ser llevado al acaso por la disputa de las opiniones, parece ser la única actitud a la altura de los tiempos. Se establece una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo, y que como criterio último hace valer sólo el propio yo y su voluntad. Pero nosotros tenemos otro criterio: el Hijo de Dios, el verdadero Hombre. Él es el criterio para el verdadero humanismo.”2 Como evidenciaron la indiscreciones de algunos cardenales, no sólo pudo concentrar sobre sí una mayoría de dos tercios, es decir, por lo menos 77 votos de los 115 cardenales, sino incluso más del 90%, lo que se vinculaba también con que sólo de una cabeza teológica como la suya cabía esperar que desatara el “nudo gordiano” que Juan Pablo II había dejado tras sí.
El “Cardenal acorazado” Ratzinger –apostrofado por el Frankfurter Allgemeine Zeitung del 21.04.05 como “prefecto de la protección de la fe católica, a modo de Gran Inquisidor inapelable a quien la pureza exangüe de la fe le importa más que los hombres, un católico arrogante de orientación preconciliar, sin disposición para el diálogo con otras Iglesias cristianas y religiones, un reaccionario teológico”–, tras su elección se presentó como un sucesor de Juan Pablo II cultivado, teológica y filosóficamente formado, amable y humilde, a quien los romanos aclamaron espontáneamente en la plaza de San Pedro. En su primera alocución hasta les pidió que lo ayudaran en su difícil ministerio.
La festiva asunción del cargo adquirió la forma de una fiesta tradicional bávara con apoyo internacional. Roma estaba en manos de montañeses bávaros, que con su fuerte colorido ofrecían un extraño –y poco frecuente– contraste con los fríos edificios barrocos de la ciudad de Roma.
Pero no en todas partes se aclamó a Ratzinger. Así T. A. Ash, que da clases de historia en Oxford y Stanford, se aventuró a comentar que la descristianización de Europa seguiría adelante, porque era de prever que Ratzinger no suprimiría el celibato (Süddeutsche Zeitung del 22.04.05). Pero en general se supuso que conservaría la herencia católica. Así pensaba Eberhard Straub en el Junge Freiheit del 22.04.05: “Benedicto XVI será un Papa religioso, un pastor que protege la fe de los peligros que en unos tiempos enemigos de la Iglesia se volverán incontrolables.”
Habemus Papam?
Repetir esta pregunta, mostrar dudas sobre la elección de Benedicto XVI, parece ocioso en vista de la abrumadora aprobación de la persona y la posición del elegido: ¿como jefe de la Congregación de la Fe, no había retirado la potestad doctrinal a los teólogos de la liberación Leonardo Boff y Ernesto Cardenal? ¿A quién debería estar mejor encomendada la dirección de la Iglesia en aguas turbulentas que al Cardenal Ratzinger, cuyo nombre elegido –Benedicto XVI– es un símbolo de la recristianización de Europa (San Benedicto de Nursia, muerto en 547) o de una nueva pacificación (Benedicto XV, muerto en 1922, que en la Primera Guerra Mundial se esforzó en vano por el fin de las acciones bélicas)?
Sin embargo, repetir esta pregunta puede parecer algo no sólo no problemático, sino incluso obligado, psicológicamente al menos, en vista de nuestra propia y muy complicada situación en tanto que sedevacantistas siempre trasnochados. Después de todo, muy tranquilizador sería poder decir: ¡sí, tenemos un Papa!; podemos volver a entrar en filas, pues nuestra lucha encontró un final, de cuyo buen término somos también responsables, porque siempre hemos luchado por la conservación de la fe verdadera, de cuya custodia futura se ha hecho responsable ahora Benedicto XVI. Con la cabeza levantada podríamos dedicarnos ahora a las tareas que nos correspondieron inicialmente.
De hecho poder decir que la Iglesia ha encontrado un nuevo pastor, que quiere ser servidor de todos los servidores de Dios, que volverá a sanar las heridas del rostro lacerado de la Iglesia, sería como la liberación de una situación desastrosa que ya no controlamos, o como despertar de una pesadilla. ¿No celebró Benedicto XVI en latín las misas, tanto del funeral de Juan Pablo II como de su asunción al cargo? ¿No empleó las palabras correctas de la Transubstanciación, “pro multis”, en la fórmula de la consagración del cáliz? ¿Y luego la letanía de todos los santos cantada varias veces en latín? O su predicación dominical del 24 de abril, ¿no contenía acaso una exposición completa del pastor verdadero cuando explicó: “El primer signo es el palio, un tejido de lana pura puesto sobre mis hombros. Este signo antiquísimo, que llevan los obispos de Roma desde el siglo IV, puede ser primero simplemente una imagen del yugo de Cristo, que el obispo de esta ciudad, el siervo de los siervos de Dios, carga sobre sus hombros. El yugo de Dios es la voluntad de Dios que aceptamos. Y esta voluntad no es para nosotros una carga externa que nos oprime y priva de libertad. Saber lo que Dios quiere, saber lo que es el camino de la vida: ésa era la alegría de Israel, que lo reconoció como una enorme distinción. Ésa es también nuestra alegría: la voluntad de Dios no nos enajena, sino que nos purifica –y eso puede doler–, pero de este modo nos conduce a nosotros mismos, y de este modo lo servimos no sólo a Él, sino a la salvación de todo el mundo, de toda la historia. Pero el simbolismo del palio es más concreto: tejido con lana de corderos, quiere representar también la oveja perdida o la oveja enferma y débil que el pastor carga sobre sus hombros llevándola a las aguas de la vida. La parábola de la oveja perdida, que el pastor sale a buscar al desierto, fue para los padres de la Iglesia una imagen del misterio de Cristo y de la Iglesia. La humanidad, todos nosotros, somos la oveja perdida que ya no encuentra el camino en el desierto. El Hijo de Dios no lo puede sufrir en el cielo, Él no puede dejar al hombre en tal situación de necesidad. Él mismo se levanta, abandona la majestad celestial para encontrar a la oveja, y va tras ella hasta la cruz. La carga sobre los hombros, carga con nuestro ser hombres, carga con nosotros: Él es el verdadero pastor que por la oveja da su propia vida.” (Libreria Editrice Vaticana)?
De hecho puedo entender la decepción de todos los lectores que hasta ahora han seguido nuestro camino sólo por motivos tradicionalistas –sin atender a la constante advertencia de que nuestro interés no se limita en absoluto a esos motivos–, cuando lean las líneas siguientes.
La pregunta de si con Benedicto XVI tenemos un nuevo Papa no puede responderse desde el sentimiento. Dos son los criterios decisivos para ello:

1) Los electores, es decir, los 115 cardenales que el 18 de abril entraron al Cónclave, ¿tenían legitimidad como para elegir un Papa?
2) El elegido, ¿era elegible como Papa?

La pregunta por la legitimidad del Papa puede responderse constatando si su nombramiento fue jurídicamente eficaz. Todos los cardenales excepto Ratzinger habían sido nombrados por Juan Pablo II, cuyos actos ministeriales siempre juzgamos ilegítimos, porque un hereje no puede ser Papa: ¡un autor americano ha hecho una lista de más de 100 herejías de Juan Pablo II! El propio Ratzinger debe su nombramiento en 1977 a Paulo VI, cuya legitimidad hemos discutido igualmente por el mismo motivo. Aunque sólo se juzgara si entre los conclavistas hubo una “pars minor et sanior”, es decir, una minoría de cardenales que quizá hubieran obtenido legítimamente su nombramiento cardenalicio –¡no conozco ninguno!– y conservado su fe a salvo de posiciones heréticas –cuestión que planteamos ya con ocasión de la elección de Juan Pablo II–; esta pregunta sólo puedo volver a responderla con un “no”. No conozco ningún cardenal que con su disposición personal se hiciera conocer como cristiano católico ortodoxo.
Pero confieso con gusto que no tengo información más cercana sobre la posición de cada uno de los conclavistas, y entiendo que este tipo de argumentación resulte extraño a muchos que no estén (mejor) enterados de nuestras anteriores líneas de argumentación. Por eso me ceñiré a responder la segunda pregunta, para la que hay criterios claros por parte de la Iglesia y para cuya aplicación a la posición de Ratzinger contamos con suficientes testimonios claros de él como para poder decir si en suma Benedicto XVI era elegible como Papa.
En la bula Cum ex Apostolatus officio del 15 de febrero de 1559, Pablo IV estableció condiciones claras cuya aplicación y observancia son relevantes para juzgar si Ratzinger era papabile. El parágrafo 6 informa sobre los presupuestos que se exigen para asumir un cargo eclesiástico: (a)
“Agregamos también que, si en algún tiempo cualquiera aconteciese que un obispo, incluso en función de Arzobispo, o de Patriarca, o Primado; o un Cardenal de la Iglesia Romana, incluso como se ha dicho en función de Legado; y también un Romano Pontífice, antes de su promoción o antes de la asunción a la dignidad de Cardenal o de Romano Pontífice, se hubiese desviado de la Fe Católica, o hubiese caído en alguna herejía o incurrido en cisma, o los hubiese suscitado o cometido, la promoción o la asunción, incluso si esta hubiera ocurrido en acuerdo y unanimidad de todos los cardenales, es nula, írrita y sin efecto; y de ningún modo puede considerarse que tal asunción haya adquirido validez, por aceptación del cargo y por su consagración, o por la subsiguiente posesión o cuasi posesión de gobierno y administración, o por la misma entronización del Romano Pontífice, o su adoración, o por la obediencia que todos le han prestado, cualquiera sea el tiempo transcurrido, después de los supuestos antedichos. Tal asunción no será tenida por legítima en ninguna de sus partes, y no será posible considerar que se ha otorgado o se otorga alguna facultad en las cosas temporales o espirituales a los que son promovidos, en tales circunstancias, a la dignidad de obispo, arzobispo, patriarca o primado, o a los que han asumido la función de Cardenales o de Pontífice Romano, sino que por el contrario todos y cada uno de sus hechos, actos y resoluciones y sus consecuentes efectos carecen de fuerza, y no otorgan ninguna validez y ningún derecho a nadie. Y en consecuencia, los que así hubiesen sido promovidos y hubiesen asumido sus funciones, por esa misma razón (eo ipso) y sin necesidad de hacer ninguna declaración ulterior, están privados de toda dignidad, lugar, honor, título, autoridad, función y poder; y séales lícito a todas y cada una de las personas subordinadas a los así promovidos y asumidos, si no se hubiesen apartado antes de la Fe ni hubiesen incurrido en cisma ni lo hubiesen suscitado o cometido (...) sustraerse en cualquier momento e impunemente a la obediencia y devoción de quienes fueron así promovidos o entraron en funciones, y evitarlos como si fuesen hechiceros, paganos, publicanos o heresiarcas.”3
Es preciso aclarar entonces si Ratzinger cumple con estos criterios.
Joseph Ratzinger, nacido el 16 de abril de 1927 en Marktl del Inn, estudió de 1946 a 1951 teología y filosofía en Munich y Freising. El 29 de junio de 1951 obtuvo, junto con su hermano Georg, la dignidad sacerdotal. Luego trabajó como capellán en Munich. Ya en 1952 obtuvo un puesto docente en el seminario de clérigos de Freising. En 1953 se doctoró en teología, y en 1957 hizo la habilitación en la asignatura de Teología Fundamental en la universidad de Munich. Ya con 31 años obtuvo en 1958 un puesto de profesor de Dogmática y Teología Fundamental en Freising, y en 1959 resultó profesor ordinario en Bonn, en 1963 profesor ordinario de Dogmática en la universidad de Münster, en 1966 profesor ordinario en Tubinga. En 1969 fue llamado a la universidad de Regensburgo. Allí nuestra agrupación, a través del antiguo consejero mariológico de Pío XII, el ya fallecido profesor Tibur Gallus, entabló contacto con Ratzinger, para discutir con él el Novus Ordo de Paulo VI. Ratzinger admitió que la fórmula para la consagración del cáliz estaba mal traducida, pero que no contenía ninguna herejía.
Sobre Ratzinger recayó una función teológica especial cuando, de 1962 a 1965, nombrado por el cardenal Frings como su perito, se perfiló como co-realizador del Concilio Vaticano II, donde el joven profesor de teología se destacó no sólo por su defensa del aggiornamiento de Juan XXIII y del ecumenismo que hasta teológicamente fue consolidado, sino que también confundió a los padres conciliares con la defensa de ideas radicales. Más tarde, a la pregunta del entrevistador Seewald de que en el Concilio se lo consideró un teólogo progresista, respondió entre otras cosas: “Es cierto que opino que la teología escolástica, tal como se ha consolidado, ya no es un instrumento para llevar la fe al lenguaje de estos tiempos.” 4 Yo mismo puedo recordar vagamente que el Süddeutsche Zeitung comentó por aquel entonces las posiciones defendidas por Ratzinger en el Concilio más o menos así: si Ratzinger hubiera sostenido tales puntos de vista antes de su consagración, no habría sido ordenado sacerdote.5 Interesa también que el antiguo primado polaco haya negado el imprimatur a los primeros escritos de Ratzinger.6 Así, en la Introducción al cristianismo, defendía la siguiente tesis: “¿El auténtico hombre sería Dios a causa de que es hombre auténtico, y Dios sería tal por ser auténtico hombre justamente?...”, posición que el cardenal Siri criticó en Gethsemani como “monismo cósmico”.
En 1977, Paulo VI llamó a Ratzinger a Munich como sucesor de Döpfner. Hay que advertir que Ratzinger fue “consagrado” el 28 de mayo de 1977 por el obispo Stangel –con los co-consagrantes Graber y Tewes– conforme al rito nuevo, es decir, inválido; o sea que como supuesto obispo de Roma sigue siendo un simple sacerdote. Aquí en Munich tuvo ocasión, en el ámbito pastoral, de representar prácticamente al ecumenismo, cocelebrando con representantes de la confesión protestante “ceremonias de consagración” comunes, acciones que más tarde repetiría con la “obispa” Jepsen en Hamburgo.
En sus tiempos de Munich participa también en la introducción de la educación sexual en las escuelas, contra cuya introducción habían luchado vehementemente pedagogos católicos, totalmente burlados con la “bendición” de Ratzinger. (De modo similar recientemente, como Benedicto XVI, decepcionó a los políticos cristianos cuando opinó que la nueva constitución europea puede ratificarse también sin referencia a Dios, una referencia por cuya fijación en la obra legal los políticos con transfondo religioso-cultural habían luchado en Europa hasta el último momento, desgraciadamente en vano. (Todavía el 11 de junio de 1965, en su visita a Bonn, Charles de Gaulle había enfatizado que Europa sólo es pensable en la tradición cristiana: “Nosotros los europeos somos constructores de catedrales. Mucho es lo que eso ha durado.”)
Aquí corresponde también un episodio significativo para los actores de ambos lados. El antiguo superior de la Hermandad San Pío X, Klaus Wodsack, uno de mis viejos compañeros de estudio, creyó poder demostrar al ordinario muniqués la negación de la presencia real de Cristo en el tabernáculo, exhibiéndole pasajes de su tratado: La fundamentación sacramental de la existencia cristiana, cap. IV, donde Ratzinger explica: “La adoración eucarística o la visita en silencio una iglesia razonablemente no puede ser mera conversación con Dios, pensado como presente de modo local y circunscripto. Expresiones como ‘aquí vive Dios’, o un diálogo así fundamentado con Dios, pensado localmente, muestran un desconocimiento del misterio cristológico y del concepto de Dios que necesariamente tiene que repugnar al hombre que piensa y sabe de la omnipresencia de Dios. Si ir a la Iglesia quiere fundamentarse con que se tiene que visitar a un Dios sólo presente ahí, esto sería de hecho una fundamentación sin sentido, que el hombre moderno tiene con razón que rechazar.” Pues bien, pronto vino la reacción a esta acometida espontánea que Wodsack sin haber hablado con su jefe había iniciado, a saber, desenmascarar a Ratzinger como hereje; del Ordinariado llegó la respuesta de que Ratzinger cree en la presencia real, aunque el texto citado contenía lo contrario, y de Ecône vino la rápida deposición de Wodsack, que había perjudicado sensiblemente la política lefebvrista dirigida a una eventual cooperación con Ratzinger.
Toda una serie de comentadores se complace hoy en querer desestimar estas posiciones teológicas tempranas como “pecados de juventud”, ya que, después de todo, tras su nombramiento como Prefecto de la Congregación de la Fe, mostró que, a diferencia de antes, en este ministerio había seguido una línea ortodoxa. Pero Ratzinger insiste una y otra vez en que siempre se ha mantenido fiel a sí mismo, así como al Vaticano II, y “sin nostalgia de un ayer irremediablemente pasado.7 En la ya citada conversación con Seewald, éste le recuerda a Ratzinger el siguiente comentario: “Ya en 1975 usted había profetizado que la herencia del Concilio ‘aún no se ha hecho manifiesta. Espera aún su hora, y ésta vendrá: de eso estoy seguro’.” La respuesta de Ratzinger fue: “En efecto, cada vez se hace más claro que los textos del Concilio están en perfecta continuidad con la Fe.” 8 [Nota bene: para comprender la monstruosidad de este enunciado, piénsese en los decretos conciliares Nostra Aetate (NE) o Lumen gentium (LG), donde se dice, como en NE art. 3: “La Iglesia contempla también con mucho respeto a los musulmanes, que adoran al Dios único, el viviente y existente por sí, misericordioso y omnipotente, el creador del cielo y de la tierra, que ha hablado a los hombres.” Esta posición es precisada en LG, cap. 16: “Pero la voluntad de salvación comprende también a aquellos que reconocen al creador, entre ellos especialmente a los musulmanes, que confiesan la fe de Abraham y adoran con nosotros al Dios uno.” ]
Ya Paulo VI había hecho clara esta renuncia a reivindicar la Iglesia como absoluta, cuando en 1970 explicó: “En el conflicto [de Oriente próximo] están involucradas tres religiones que reconocen todas ellas al Dios verdadero: el pueblo de los judíos, el pueblo del Islam y, entre ambos, el pueblo cristiano propagado por todo el mundo. Ellos proclaman con tres voces el monoteísmo único. Hablan con la máxima autenticidad, con la máxima veneración, con la máxima historicidad, con la máxima fecundidad, con el máximo poder de convicción.”
De hecho no es posible renunciar ahora a detenerse en el tema central, en cuya realización Ratzinger ha mostrado desde el Concilio hasta hoy, también como Benedicto XVI, su máximo interés, y lo sigue mostrando: la Ecumene en el sentido del Vaticano II, que siempre se entendió a sí mismo como ecuménico y que también se denomina así en su subtítulo, es decir, la Ecumene como proceso de constante crecimiento conjunto de las “Iglesias”.
Cuando el 25 de enero de 1959 Juan XXIII anunció la celebración de un “Concilio ecuménico”, despertó en muchos la esperanza en nuevos esfuerzos por la reunificación de los cristianos separados, o en una modificación fundamental de la Iglesia católica en relación con las confesiones de fe separadas de ella. Junto a la intención de Juan XXIII de adaptar la disciplina de la Iglesia al mundo –conocida como aggiornamiento–, el pensamiento ecuménico fue decisivo para el Concilio y el desarrollo posterior. Ya el 21 de noviembre de 1964 se promulgó el decreto Unitatis redintegratio inter universos Cristianos (UR) sobre el ecumenismo.
Siguiendo la tendencia revolucionaria de este Concilio, también este decreto abandona algunos límites hasta entonces teológicamente establecidos. Frente a los anteriores esfuerzos de unión –donde se buscaba el regreso a la Iglesia, es decir, la conversión, el apartamiento del error, el retorno a la unidad de la Iglesia–, con la UR comienza el intento de conformar una unidad en la que no se busca el (re-)hallazgo de la verdad, el regreso a ella, sino configurar una articulación de Iglesias, en todo lo posible bajo el techo de la Iglesia católica. Wolfgang Thönissen, profesor de teología ecuménica en Paderborn, describe la intención de UR del siguiente modo: “En el contexto de la historia de los concilios, el decreto presenta una novedad. Por vez primera se presenta la relación con las Iglesias separadas de Roma únicamente desde una perspectiva positiva. No hay allí ni en ningún otro lugar ningún indicio más de invitación a los cristianos separados para su retorno a la Iglesia católica, tampoco se pronuncia ya ninguna condena. El Concilio Vaticano II pone en el centro lo común, lo que separa no es negado, pero pierde relevancia. Con el decreto sobre el ecumenismo se ha hecho imposible un ecumenismo-de-retorno que viera su objetivo en una reincorporación de la cristiandad separada al organismo de la Iglesia católica.” 9
Aquí se hace clara una concepción totalmente nueva de la Iglesia. Ya no rige “Extra Ecclesiam non salus est”. La Iglesia ha renunciado a su pretensión de verdad absoluta y su monopolio de la salvación. No se trata ya de una unidad en la verdad, realizada únicamente en la Iglesia católica, sino de conceder que la verdad se ha realizado también en otras “Iglesias”. Por eso se dice también: “A eso se añade que algunos, e incluso muchos y significativos elementos o bienes a partir de los cuales la Iglesia en total es edificada y obtiene su vida, también pueden existir fuera de los límites visibles de la Iglesia católica.” (UR 3).
Este tipo de renuncia a la verdad se encuentra en el decreto sobre la así llamada libertad religiosa, a menudo mal entendido, pero especialmente en el decreto Lumen gentium (LG) sobre la Iglesia, pues los esfuerzos ecuménicos para la unidad con otras Iglesias (parciales) dependen largamente de decisiones doctrinales de la Iglesia sobre sí misma. Surge así un sistema doctrinal de proposiciones que se sostienen entre sí. Las explicaciones de la constitución eclesiástica LG enlazan con la comprensión de la Iglesia como misterio: “La sociedad provista de órganos jerárquicos y el cuerpo místico de Cristo, la asociación visible y la comunidad espiritual, la Iglesia terrestre y la Iglesia obsequiada con dones celestiales, no deben considerarse dos dimensiones distintas, sino que constituyen una única realidad compleja que crece conjuntamente a partir de un elemento humano y divino. [...] Esta es la única Iglesia de Cristo, que en la confesión de fe confesamos como una, santa, católica y apostólica” (LG 8). De esta realidad compleja se dice luego: “Esta Iglesia, constituida y ordenada como sociedad en este mundo, es realizada (subsistit) en la Iglesia católica, guiada por el sucesor de Pedro y por los obispos en comunidad con él.”
Según Thönissen, este pasaje de LG admite la siguiente interpretación: “El análisis de este pasaje del texto señala tres perspectivas:
a) La Iglesia una de Jesucristo existe en la concretidad histórica; encuentra su forma de existencia concreta en la Iglesia católica; la Iglesia una existe realmente.
b) La Iglesia católica no es absolutamente –indiscerniblemente– idéntica con la Iglesia una de Cristo, pero existe en relación fundamental y esencial con ella. El ser de la Iglesia de Jesucristo es por cierto siempre mayor que la existencia concreta de la Iglesia católica.
c) Fuera de los límites de la Iglesia católica no hay ningún vacío eclesial. ‘Realidad eclesiástica’ hay también fuera de la Iglesia católica. Aquí subyace pues el entero problema ecuménico.”10
También fuera del organismo de la Iglesia católica pueden hallarse entonces “elementos de santificación y de verdad [...] que como dones propios de la Iglesia de Cristo impulsan hacia la unidad católica” (LG 8). Aunque el Vaticano II siga hablando de la Iglesia católica en la que está realizada la Iglesia única concebida por Cristo, sin embargo el subsistit de LG permite en la Iglesia la pluralidad en tanto comunidad de Iglesias parciales. Thönissen concluye en coherencia con esta interpretación: “El Concilio ha entendido la unidad como Communio. De ahí se sigue que la Iglesia de Jesucristo se sostiene en las Iglesias locales o parciales y a partir de ellas.”11 Por eso con la “unidad católica del pueblo de Dios” (UR 13) es posible también la comunidad de Iglesias parciales.
Para alcanzar en definitiva una unidad total de las Iglesias parciales, donde esa unidad debería estar realmente simbolizada por la Eucaristía, el 25 de mayo de 1995 publicó Juan Pablo II la encíclica Ut unum sint (UUS) –“Para que todos sean uno”, Jn. 17, 21–, en la que se remite a decisiones del Vaticano II y a sus esfuerzos ecuménicos: “El Concilio Vaticano II expresa la resolución de la Iglesia de aceptar la tarea ecuménica en favor de la unidad de los cristianos, e impulsarla adelante con convencimiento y resolución” (UUS 8). Pero también concede: “Ahora podemos preguntarnos cuán largo es el camino que nos separa de aquel día glorioso en que se alcance la unidad plena en la fe, y podamos celebrar en concordia mutua la Santa Eucaristía del Señor. [...] El fin último del movimiento ecuménico es el restablecimiento de la plena unidad visible de todos los bautizados. Con vistas a este fin todos los resultados alcanzados hasta ahora son sólo un fragmento del camino, aunque positivo y muy prometedor.” (UUS 77)
Ante el extravío de la unidad originaria, perdida por cisma y herejía, es especialmente llamativo que se diga  “que este santo propósito de la reconciliación de todos los cristianos en la unidad de la Iglesia una y única de Cristo, sobrepasa las fuerzas y las capacidades humanas“ (UR 24), frase repetida en el Nº 822 del nuevo Catecismo de la Iglesia católica de 2003. Allí se define un objetivo, perdido en verdad por un comportamiento humano equivocado, pero cuya recuperación se sustrae a las posibilidades de la Iglesia. Así pues, si es que algo se consigue, –por ejemplo la “Declaración común sobre la justificación”, celebrada como piedra miliar del ecumenismo–, he allí necesariamente el “éxito” de Dios, aunque su formulación se aparte de la fe católica.
Ratzinger estuvo y está involucrado en este proceso del llamado ecumenismo y comparte activamente su configuración: como teólogo conciliar, como profesor, como obispo de Munich, como prefecto de la Congregación de la Fe... y ahora como Benedicto XVI, en cuya calidad designa como una de sus tareas más importantes la “solicitud fundamental del ecumenismo” (Alocución del 20 de abril a los cardenales, es decir, ¡un día después de su elección!). Pero contra otros muchos ecumenistas, Ratzinger quiere que estos esfuerzos ecuménicos se desarrollen como un proceso aproximativo en pasos metódicos, controlables y controlados. Como enfatiza en sus entrevistas, no quiere la unidad buscada a partir del mínimo común denominador, es decir, sobre la base de una concordancia doctrinal mínima, sino como comunidad de las Iglesias (parciales). En este sentido habla de “polifonía”. Ratzinger tratará pues de seguir desarrollando la Ecumene como proceso según la “polifonía” que él dice, es decir, se esforzará por buscar una unidad eclesiástica donde las llamadas Iglesias parciales puedan conservar su autonomía respecto de sus conceptos teológicos y su especial comprensión de las cuestiones litúrgicas. A diferencia de Küng que, discutiendo el papel de Ratzinger como uno de los teólogos conciliares decisivos, quiere atribuírselo a sí mismo y se alegra de que se vulneren dogmas eclesiásticos, como de romper las copas tras un brindis, Ratzinger introduce tales rupturas con mucha más precaución, y las oculta en fórmulas que luego expresan un “consenso diferenciado”, palabra mágica aplicada a la interpretación de la Declaración común sobre la doctrina de la justificación (DDJ) firmada el 31 de octubre de 1999. Querían sacar de en medio todas las antiguas condenas doctrinales, que de acuerdo con la polifonía sólo hubieran estorbado.
La DDJ es el resultado de un diálogo que iniciaron representantes de la Alianza Mundial Luterana y de la Iglesia Católico-Romana hace más de treinta años. La cuestión de la justificación siempre estuvo en su centro. La tesis central de la DDJ dice en su Nº 15: “Sólo gracias a la fe en el acto salvífico de Jesucristo, y no a causa de nuestro mérito, somos acogidos por Dios y recibimos el Espíritu Santo, que renueva nuestros corazones y nos capacita e incita para las obras buenas.” Según información de los miembros de la comisión, Ratzinger tuvo parte en la redacción de esta declaración, cuya firma al menos tuvo lugar bajo su égida. Aunque Ratzinger volviera a tomar distancia de esta fórmula, ella sigue desde entonces obligatoriamente en vigor. Pero hay que tener presente que el pasaje citado entraña elementos de contenido protestante condenados por Trento.12
Según la concepción católica, la justificación significa para el hombre la supresión del pecado original y la recuperación de la gracia santificante, lo que sucede por primera vez en el bautismo. Dios saca al hombre del pecado, si el hombre quiere, si él agarra libremente la mano de Dios. El hombre interviene pues en la justificación de modo totalmente activo. Fe, esperanza y caridad son actos morales libres del hombre. Es decir que si el creyente quiere permanecer en la gracia de Dios, la colaboración debe mantenerse mediante actos buenos y morales. Cristo dice: “No todo el que me dice Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre en el cielo” (Mt. 7, 21). “Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos.” (Mt. 19, 17) ¡Pero una mera “justificación por las obras”, como se atribuyó a la posición católica, no existe! Según la concepción protestante las obras buenas son la consecuencia necesaria de la justificación. Y según ella hay que entender cuando la DDJ dice: la justificación es lo único que nos capacita e incita “para las obras buenas”.
Pero los ecuménicos como Thönissen lo ven de otro modo: «Esta solidaridad fundamental en la comprensión de la justificación permite constatar que las condenas doctrinales recíprocas pronunciadas en el siglo XVI a propósito de la justificación ya no afectan al interlocutor actual. Esto no excluye diferencias en el lenguaje, en la configuración teológica y en el acento con que se comprende la justificación. Pero a la luz de la concordancia ganada estas diferencias pierden su carácter de divisoras de Iglesias. Con ello se expresa que el fin de los esfuerzos ecuménicos no es una unicidad que excluye todas las diferencias, sino una ‘diversidad reconciliada’ que enriquece la cristiandad. Entretanto la teología ecuménica llama a una coincidencia así un ‘consenso diferenciado’».13
Los ecumenistas ven una dura recaída en la declaración Dominus Iesus de Ratzinger. Las afirmaciones acerca de las Iglesias y las comunidades eclesiales sobre todo las del cap. 4, molestaron a gente como el cardenal Kaspar y los representantes de la “Iglesia” evangélica: “Hay pues una única Iglesia de Cristo, que subsiste 14 en la Iglesia católica y es guiada por el sucesor de Pedro y por los obispos en comunidad con él. Las Iglesias que en verdad no están en comunidad perfecta con la Iglesia católica, pero se ligan con ella por vínculos íntimos, como la sucesión apostólica y la eucaristía válida, son auténticas Iglesias parciales. Por eso la Iglesia de Cristo también está presente y operante en estas Iglesias [...]. Las comunidades eclesiales que no han conservado el episcopado válido y la realidad originaria y plena del misterio eucarístico, no son Iglesias en sentido auténtico” (Nº 17). Estas afirmaciones pretendidamente “católicas” impiden advertir que aquí se está trabajando con un concepto de Iglesia, acuñado por LG, que contradice la declaración de Pío XII en Mystici Corporis. (No me interno aquí más en este problema porque en la siguiente exposición (b) es tratado especialmente.) 15
Sobre el desarrollo actual del ecumenismo el propio Ratzinger adopta una postura totalmente reservada, incluso más bien escéptica: “Estábamos de hecho demasiado confiados cuando creíamos que los diálogos teológicos podrían restablecer la unidad de fe en un tiempo más o menos breve. Nos equivocamos cuando nos metimos en la cabeza que esta finalidad tendría que alcanzarse simplemente dentro de plazos establecidos. Por un momento habíamos confundido teología con política, diálogo sobre la fe con diplomacia. Queríamos hacer por nosotros mismos lo que sólo Dios puede hacer. Por eso debemos aprender la disposición a buscar constantemente, sabiendo que el buscar mismo es un modo de hallar, que estar en camino y proseguir sin descanso constituye la única actitud adecuada para el hombre en peregrinación a lo eterno.” 16
Sin embargo, según Ratzinger, este proceso debe continuarse en pasos medidos con precisión, un proceso de todos modos hace tiempo fuera de control, porque para los implicados en él la relevancia teológica de semejante disciplina ya no es asequible, ni gobierna siquiera ya al propio Ratzinger, como muestra el siguiente hecho. En el así llamado “Día de los católicos” de 2003, en Berlín, el Profesor Gotthold Hasenhüttl 17 fue suspendido de su cargo por la Congregación de la Fe, cuyo jefe fue Ratzinger hasta hace poco, por “abuso grave” de su cargo dada su “participación en una celebración eucarística con protestantes”, castigo ratificado en 2004.18 Pero en el funeral de Juan Pablo II, el “juez” Ratzinger administró la “comunión” al fundador protestante de Taizé precisamente, a Roger Schütz, sin que se sepa que Ratzinger se haya suspendido por eso a sí mismo. Con ello Ratzinger se sabía en conformidad con su fallecido jefe, quien en su capilla privada también había repartido la “comunión” a invitados protestantes. Ratzinger se convierte aquí en testigo contra sí mismo.19
La Ecumene, tal como el Vaticano II la concibió, no sólo es problemática, es irrealizable, ya que una unificación es inviable por incompatibilidad de las posiciones respectivas de los diversos miembros eclesiales. Tampoco puede superarse con el truco del “consenso diferenciado”. Por aducir sólo un ejemplo, entre muchos: ¿Cómo se imagina Ratzinger una “polifonía” teológica basada en posiciones recíprocamente excluyentes del todo? Tomemos simplemente el problema de la presencia real de Cristo bajo las formas de pan y vino. Según la concepción católica, el sacerdote ha obtenido mediante su consagración pleno poder para transformar durante la misa en la transubstanciación, si usa las fórmulas válidas, el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo. Los protestantes rechazan el sacerdocio de consagración, se limitan al sacerdocio general. Cristo se hace real, según Lutero, en el momento de la ingestión. Esta presencia real no se basa sin embargo en el poder pleno para transubstanciar las formas de pan y vino, sino en la fe en la fuerza operante de la intervención de Cristo, y hace depender su posibilidad de la omnipresencia del hombre-Dios exaltado.20 ¿Cómo pretende Ratzinger reconciliar en una “polifonía” estas posiciones excluyentes? ¡Imposible! Ese tipo de unión, para seguir con la terminología musical de Ratzinger, desembocará necesariamente en una cacofonía.
En definitiva la Ecumene culminará en una formación, similar a la Unión Europea, que si no se disolviera en una papilla de unidad teológica, ni se la redujera simplemente al “mínimo común denominador” –opción que Ratzinger conscientemente excluye–, se limitará a momentos periféricos de carácter organizativo. La Ecumene se mostrará ilusoria y, después de destruir todos los niveles religiosos, terminará en un desastre, porque a pesar de la supuesta autonomía que debiera conservarse, hoy en la praxis se ha desplegado ya una mescolanza de posiciones particulares teológicamente insostenibles que ha pervertido por completo la verdadera doctrina. Por esto se verán afectados en primer lugar aquellos países de Europa y América del Norte que fantasearon sobre una reunificación de las “Iglesias”, ¡sin unidad en la Fe!. Más bien inafectados permanecerán países como Croacia, los continentes centro y sudamericanos, África, India, donde al menos la situación económica es tal que los hombres todavía tienen que preocuparse por resolver problemas de subsistencia. Por eso tal vez ofrezca aún un cierto asidero el afincamiento en lo religioso, y por allí en posiciones fundamentales que en sí no cejan, muy pese a la presión modernista sobre lo litúrgico, desgravada empero de un debate ecuménico ideológicamente conducido.
En el presente debate no se trata de hurgar en las profusas exposiciones teológicas de Ratzinger 21 en busca de herejías: excedería por demás el espacio de este ensayo y no le haría justicia al autor.22 Pero para responder a la pregunta inicial acerca de si Ratzinger es Papa, basta con señalarlo como uno de los codefensores capitales de una idea –a saber, el ecumenismo vaticano– absolutamente herética en tanto que en ella verdad y error son conscientemente colocados al mismo nivel. Esta transformación semántica conciliar la confirma, entre otros, el Profesor P. Claude Geffre O.P., decano de la Facultad de teología de Saulchoir, en Le Monde del 25 de enero de 2000: “En el Concilio Vaticano II la Iglesia católica descubrió y aceptó que no posee el monopolio de la verdad, que tiene que tener abiertos sus oídos al mundo. [...] Aquellas [religiones] opuestas a estas reivindicaciones legítimas están condenadas a reformarse o a desaparecer.”
Tampoco hay que olvidar que Ratzinger fue la mano derecha y la cabeza teológica de su jefe, para el que un teólogo americano enumera 101 herejías. A la pregunta de Seewald sobre si Ratzinger tuvo serios problemas con su jefe en cuestiones de fe, él responde: “Diferencias en el sentido auténtico de la palabra no hubo.”23 ¡Y uno de los primeros actos de Benedicto XVI en su ministerio fue pretender darle categoría de santo a este hombre!

Por eso: Habemus Papam?

Non! Habemus Ratzinger!

EL PROGRAMA PREVISIBLE DE RATZINGER

Aunque la discusión mostró que Ratzinger no cumple las condiciones establecidas por el Papa Pablo IV, en la bula Cum ex Apostolatus officio del 15 de febrero de 1559, para una asunción legítima del cargo, es relevante sin embargo lo que pueda esperarse de él como sucesor de Juan Pablo II. En la alocución a los cardenales del 20 de abril esbozó su programa:
1) La celebración del cuadragésimo jubileo del Vaticano II, cuyas declaraciones han de considerarse una brújula.
2) Continuación del diálogo teológico.
3) “Purificación del recuerdo”: con lo que son aludidas las peticiones de perdón.
4) Continuación de las tendencias ecuménicas.
5) Continuación del diálogo interreligioso.
Pero al margen de estos puntos programáticos, le incumben otros problemas que le llevaron los llamados modernistas: entre otros la ordenación de mujeres, la inseminación artificial, el aborto, la comunidad eucarística con los protestantes, etc. A estas exigencias podría darles una clara negativa, como muestra la condena pronunciada entretanto, como “expresiones de una libertad anárquica”, a los llamados matrimonios-homo: “Matrimonio y familia no son una construcción sociológica voluble, sino resultado de situaciones históricas y económicas especiales.” (sic!) (FOCUS-Online del 7 de junio de 2005)
Ratzinger no tuvo gran interés en la reforma litúrgica: las innovaciones eran para él en parte una “crueldad”. Esclarecedor también en este contexto es lo que escribió acerca de la reforma litúrgica, que, según él, “no representa una revivificación, sino una devastación” (Prólogo a: Gamber, Die Liturgiereform, Le Barroux 1992, p. 6): “Estoy convencido de que la crisis eclesiástica en la que hoy nos hallamos, procede en su mayor parte del desmoronamiento de la liturgia.” (La mia vita, ricordi 1929-1997, Roma 1997). En otro lugar escribe: “Quisiera señalar explícitamente que el título con que en 1970 se presentó el llamado Misal de Paulo VI es totalmente correcto desde el punto de vista de la historia de la liturgia: Missale Romanum ex Decreto Sacrosanti Concilii Vaticani II instauratum. Auctoritati Pauli PP. VI promulgatum. Aquí está plenamente expresa la continuidad del desarrollo, que no se  mantuvo vigente sin embargo durante su introducción y tramitación de hecho en la Iglesia. Como ya he dicho, considero este Misal ‘en muchos aspectos como una verdadera mejora y enriquecimiento’. Lo que ha dañado y sigue dañando profundamente a la Iglesia es el foso abierto entre lo ‘preconciliar’ y lo ‘postconciliar’, como si se tratara de dos Iglesias y de dos liturgias, como si lo que antes era lo más santo fuera ahora lo más prohibido y malo. Una institución que procede así con su historia y con los hombres que le pertenecen no debe asombrarse de las consecuencias negativas. Por lo demás, justamente esta insistencia sobre una supuesta oposición dañó la recepción del Misal renovado más que ninguna otra cosa. Por eso sólo puedo decir una y otra vez con insistencia que esta ‘excomunión’ del antiguo Misal tiene que terminar, también precisamente a causa de la correcta apropiación del nuevo.”24
Ya que ha concedido que la fórmula consagratoria del cáliz fue mal traducida con el “para todos”, y que él mismo critica la versión alemana del Novus Ordo por contener otros errores, bien podría ser que, por un lado, devolviera a la misa tridentina su rango como liturgia de la era preconciliar y, por otro, procurara salvar dicho Ordo, al menos en la versión alemana. Acerca de las divergencias de los “misales” alemanes respecto del original latino, escribe: “A partir de ahora, no debería ser posible hablar sin más de la ‘configuración de banquete’ de la eucaristía, afirmación al respecto que se basa en una mala comprensión del acontecimiento fundamental y lleva en general a una mala comprensión del sacramento. Menos aún debe designarse la eucaristía simplemente como ‘banquete’ (ni siquiera simplemente como ‘banquete sacrificial’). Bajo este punto de vista es imperioso desear una revisión de la traducción alemana del Misal de Paulo VI, donde, sobre todo en las postcomuniones, frente al original latino la palabra ‘banquete’ casi se ha convertido en la designación regular de la eucaristía produciéndose así una contradicción objetiva con el texto original del Misal.” 25
Por eso, con la concesión sin trabas de la Misa antigua, “a causa de la correcta apropiación del nuevo [Ordo]”, como él dice, podría complacer plenamente por ejemplo a los econistas (c) –quienes fundamentan su resistencia exclusivamente en la lucha de ritos por la misa– y así paralizarlos: con la autorizacíon irrestricta de la Misa antigua se colmarían sus supuestos reclamos. Luego Ratzinger podría exigirles con justicia su incorporación a las estructuras eclesiásticas y el pleno reconocimiento de los superiores locales, bajo renuncia a su especial status anterior como cuasi-orden. A la mayor parte de los econistas, que sólo apuntan a satisfacer las necesidades tradicionalmente religiosas de su clientela, también podría bastarle una oferta así, y seguramente se llegaría a la formación de dos asentamientos, con lo cual los disconformes con este compromiso tendrían que decir por fin qué es lo que en propiedad teológica y eclesialmente quieren, o bien en qué puntos se diferencian de nosotros los sedevacantistas. Pues hasta ahora han temido, como el diablo al agua bendita, aplicar el concepto de “herejía” a todas las innovaciones que también ellos consideran contradictorias con la fe. 26

PERSPECTIVAS HIPOTÉTICAS

Permítaseme aquí especular por una vez sobre qué sucedería si Ratzinger, de hecho una cabeza refinada –en las filas tradicionalistas no conozco a nadie que pueda estar a su altura o demostrar un saber tan abarcador–, reconociera la entera medida de la destrucción a cargo del Vaticano II y efectuara un viraje radical. ¿Qué resultaría de semejante conversión? Supongamos que derogara todas las innovaciones en el ámbito de la liturgia y las reformas de los ritos sacramentales, que extirpara las demás herejías, etc. ¿No podría con tales actos ser reconocido en definitiva como Papa ortodoxo y legítimo? Descontando que partes enteras de la Iglesia conciliar se apartarían de él, eso no modificaría nada en el estado de real vacancia de la Sede. Aquí se aplicarían otra vez las precisiones de Paulo IV (cuarto), según los cuales un hereje está (y permanece) incapacitado para ejercer el ministerio. Ratzinger, como jefe de la Iglesia conciliar, podría empero guiarla a la conversión y dirigirse con una abjuratio pública a los cristianos católicos ortodoxos y pedirles perdón, ya que no conozco ministros a los que en este asunto pudiera Ratzinger dirigirse, a alguno de los obispos tradicionalistas por ejemplo, porque entretanto de un modo o de otro todos ellos se han desacreditado. Así seguramente grandes partes de la cristiandad volverían a ser ganadas para la Iglesia verdadera, pues la revolución no vino del pueblo creyente, sino “desde arriba”, pero la restitución de la Iglesia tendría que efectuarse sin embargo según las condiciones esbozadas en EINSICHT para una restitución de la Iglesia como institución de salvación.

NOTAS DEL AUTOR

1 Sobre el enjuiciamiento de la función de Juan Pablo II desde el punto de vista de alguien que ha estado muchos años en el Vaticano, cfr. también Oschwald, Hanspeter: Der deutsche Papst - Wohin führt Benedikt XVI. die Kirche?, Munich, Zurich 2005, pp. 99 ss.
2 Ibíd., p. 19.
3 Cfr. sobre esto EINSICHT VI/2, p. 79; VIII/7, p. 253; XXXI/6, pp. 101 ss.
4 Cfr. Ratzinger, Joseph: Salz der Erde - Christentum und katholische Kirche im 21. Jahrhundert - Ein Gespräch mit Peter Seewald, Munich 1996, p. 78.
5 Sobre su papel en el Concilio, cfr. Ratzinger, Joseph: Salz der Erde, pp. 75 ss.; también Ratzinger, Joseph: Aus meinem Leben - Erinnerungen (1927-1977), Munich 1998, pp. 100 ss.
6 Cfr. www.wikipedia.de; término de búsqueda: “Benedikt XVI.”
7 Cfr. Ratzinger, Joseph: Salz der Erde, p. 79.
8 Ibíd., p. 80.
9 Cfr. Thönissen, Wolfgang: Ökumene nach katholischem Verständnis - Zum Stand der Diskussion, en: “Non nobis”, julio 2004, cuaderno 45, p. 5.
10 Ibíd., p. 6.
11 Ibíd., p. 8.
12 Está previsto un ensayo específico sobre la Declaración común sobre la doctrina de la justificación y el papel que Ratzinger desempeñó en ella.
13 Thönissen, Wolfgang: Ökumene nach katholischem Verständnis, p. 8.
14 “Subsiste“ debe interpretarse según la concepción herética de la Iglesia en Lumen gentium.
15 Sobre la interpretación de Dominus Iesus, cfr. también Gaudron, Matthias: Das vatikanische Dokument Dominus Jesus - was soll man davon halten?, en: “Mitteilungen der Priesterbruderschaft St. Pius X”, No. 263, Noviembre 2000; igualmente Barth, Heinz-Lothar: Note zu Dominus Jesus, en: “Kirchliche Umschau”, No. 10, Octubre 2000. Remito a mi propia exposición, Dominus Jesus - Rückkehr zur wahren Kirche oder ökumenischer Störfall, en: EINSICHT XXXI, 6, pp. 199 s.
16 Ratzinger, Joseph: Weggemeinschaft des Glaubens, Augsburgo 2002, p. 230.
17 Hasenhüttl, que fue asistente de Küng en Tubinga, conoció personalmente a Ratzinger, cuando éste, a instancias de Küng, obtuvo la segunda cátedra de teología en Tubinga. Hace poco (AP, 18 de abril de 2005), Hasenhüttl se pronunció muy positivamente sobre su juez Ratzinger: “Antes me ayudó mucho y también me apoyó en publicaciones de crítica a la Iglesia.” (www.cardinalrating.com/cardinal 84_article_1359.htm)
18 JUNGE FREIHEIT del 10.12. 2004.
19 Expone el hecho el Süddeutsche Zeitung del 9/10 de abril de 2005. También la televisión relató este incidente referido a Hasenhüttl, de 71 años.
20 Para la exposición de las diferencias doctrinales entre católicos y protestantes, cfr. Möhler, J. A.: Symbolik ode Darstellung der dogmatischen Gegensätze der Katholiken und Protestanten nach ihren öffentlichen Bekenntnisschriften, 7ª ed., Regensburg 1909; asimismo, Holzapfel, Heribert: Katholisch und Protestantisch - eine leidenschaftslose Klarstellung, 2ª ed., Friburgo 1931.
21 Sobre la bibliografía de Ratzinger, cfr. Heim, Maximilian Heinrich: Joseph Ratzinger. Kirchliche Existenz und existenzielle Theologie unter dem Anspruch von Lumen Gentium, Frankfurt 2004; también, Baier, Walter: Weisheit Gottes - Weisheit der Welt, St. Ottilien 1987; también http:/teol.de/nopublic/biratzi.htm.
22 Para valoración de los escritos teológicos de Ratzinger, cfr. p. e. Kröger, Athanasius: Die eigenwillige Theologie von Kardinal Ratzinger, en UVK 12 de 1982, pp. 150 ss., donde el autor señala que a Ratzinger, en “su doctrina y modos de formulacion”, apenas podía distinguírselo de Karl Rahner y Hans Küng. También Die “neue Theologie” oder “Sie glauben, gewonnen zu haben”, Sion 1995.
23 Ratzinger, Joseph: Salz der Erde, p. 114.
24 Ratzinger, Joseph: Aus meinem Leben - Erinnerungen (1927-1997), Munich 1998, pp. 189 ss.
25 Ratzinger, Joseph: Das Fest des Glaubens, Kempten 1993, pp. 47 ss.
26 Sobre las expectativas puestas en Benedicto XVI, cfr. también Oschwald, Hanspeter: Der deutsche Papst, pp. 167 ss., pp. 253 ss.
Notas  del editor argentino
(a) Preferimos tomar este párrafo de la traducción del Dr. Carlos A. Disandro, directa del latín al castellano (Paulo IV, Bula Cum ex Apostolatus Officio, texto y traducción, Córdoba -Argentina- 1987, 2ª ed.), no de la que nos remitió el Dr. Heller, obtenida indirectamente del alemán. Por lo demás, justamente aquí hizo don Carlos una corrección de puntuación al texto latino receptus, sin la cual el párrafo resulta parcialmente ininteligible.
(b) La exposición siguiente en la revista EINSICHT es la traducción completa al alemán, por Elfriede Meurer, de Carlos A. Disandro, La crisis de la Fe y la ruina de la Iglesia romana. Respuesta al cardenal Ratzinger, La Plata, Hostería Volante 1986.
(c) El Dr. Heller denomina econistas a quienes aquí solemos llamar lefebristas.

 
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